Hay que jugarse la vida en cada plano (António Reis)
Lo importante no es cómo haces las películas, sino cómo las vives (Pedro Costa)
Hay películas a las que uno vuelve una y otra vez, hay películas a las que se vuelve tras haberse dado una vuelta por lo más prescindible del mundo cinematográfico, hay películas a las que uno no vuelve porque no se debe regresar a los lugares donde uno ha sido feliz, hay películas en las que uno encuentra un consuelo rápido y hay películas que te trabajan por dentro toda la vida.
Pero hay otras películas en las que hay que quedarse a vivir, más aún, que te obligan a trasladarte allí, que no te dejan ir a otro sitio durante un tiempo tras haber vivido en ellas; películas que, como la heroína, exigen dedicación exclusiva.
Una de esas películas es No quarto da Vanda (2000).
Pedro Costa
Y no se trata de una metáfora. El barrio de Fontainhas estaba siendo derribado mientras Pedro Costa filmaba a lo largo de casi dos años y algunos de sus personajes tienen que salir pitando con las exiguas pertenencias en bolsas de plástico cuando llegan las máquinas. De hecho, el barrio de Fontainhas ya no existe, ya no existía cuando Pedro Costa filmó Juventude em marcha (2007), una película que mantiene vínculos muy estrechos con No quarto da Vanda y de la que extrae presencias y resonancias.
De ese mundo de aflicción donde las máquinas derriban una casa trás otra, la mirada de Pedro Costa extrae unas imágenes de gran fuerza plástica que nos recuerdan las presencias fantasmales y las sombras de Jacques Tourneur, el rigor en los encuadres y en la elección de la distancia de un Ozu, el sentido de lugar que comunicaba Griffith, el retrato inmediato, preciso y elocuente de los marginados (y de lo comunitario) de Ford, y no falta el toque Chaplin para ponernos en sintonía con el humor (y lo cómico de la terquedad) de los desheredados. Imágenes que devienen verdaderos tratados sobre la luz (de la que se dispone en relación a los cuerpos) y los volúmenes, que transforman una calleja, una esquina o el rincón donde se chuta un heroinómano en verdaderos still life, cuando Pedro Costa los somete al curso inexorable del tiempo y los acota entre dos puntos de montaje, dotando al zurcido fílmico del latido vivo de unas presencias en las que el cineasta fía su propio destino.
Con No quarto da Vanda Pedro Costa le devuelve al cine la energía de los primitivos. Y lo hace con una cámara de vídeo digital de 3.000 euros. Y paciencia. Y determinación. Hay una insistencia, diríase de etnólogo, en la observación de las gentes de Fontainhas. Hay algo de encuentro con el destino, como si ese barrio estuviera esperando la llegada de un cineasta como Pedro Costa. Resulta una experiencia conmovedora asistir al encuentro de un director con una forma de hacer cine, con un método que le permite hacer las películas que responden a un necesidad íntima, con una total disponibilidad hacia unos seres y un lugar ante los que coloca la cámara dispuesto a encontrarse con el misterio. Un método que le permitirá a Pedro Costa profundizar en su auscultación de lo real para encontrar la vena mítica, la pulsión telúrica, los fantasmas errantes de Cabo Verde, que irrumpen a través de la grietas de la memoria herida en los cuerpos que transitan en las huellas de un tiempo perdido, la materia de la que se nutre Juventude em marcha. Una película que no existiría sin No quarto da Vanda.
Fotograma de No quarto da Vanda
Cuando decimos que estuvo filmando casi dos años, incluimos el tiempo que Pedro Costa hizo pruebas, estudio el territorio, las presencias que iban a poblar sus imágenes. No se trataba de filmar por filmar, ni de filmar con obstinación. Se trataba de un trabajo, el trabajo de mirar. De transformar lo real en significativo y la forma en materia fílmica del sentido de una experiencia: habitar un lugar el tiempo necesario para que la mirada cuaje. El hecho de que los personajes no sean actores, de que sean los verdaderos habitantes de un barrio realmente existente, no nos permite hablar de película documental. Resulta tan gratuito, incluso ridículo, como calificar de tal a El sol del membrillo. No hay ninguna voluntad documental en la mirada de Pedro Costa, ninguna veleidad sociológica ni pretensión de denuncia. En realidad, casi podríamos decir que fue Vanda, la modelo, quien eligió a Pedro Costa, el retratista; la actriz, en tanto que presencia, la que se le impuso al cineasta. Hay algo warholiano en la contemplación de la modelo. No cabe duda que la Vanda del filme no es la Vanda que vive fuera de la pantalla. Es la Vanda que nace de un encuentro con una cámara, o mejor de la colaboración con la mirada de un cineasta que mira con gran atención, con gran preocupación, es decir, con miramiento.
Estamos ante una gran película que da cuenta de lo que está a punto de desaparecer, quizá de ese trance nace su dolorosa belleza. Y su humor. No podemos olvidar el humor en No quarto de Vanda. Incluso la alegría, basta contemplar a Vanda y a su hermana Zita sentadas en la cama, preparándose un “chino” y recordando la infancia feliz en Fontainhas, cuando su madre las mandaba a la tienda, y allá iban repitiendo mentalmente la lista de la compra pero que cualquier cosa, un gato o un pájaro, quebraba su atención y la retahíla se evaporaba. Y vuelta a casa, a preguntarle a la madre qué es lo que tenían que comprar. Alegría en medio de la desesperación, humor en medio de la desolación, en el país que Vanda define como el más triste del mundo. La huella del tiempo aflora en el grano de la voz, en los cortes que hieren la superficie del fime, en las texturas sonoras que espesan unas imágenes candentes.
No quarto da Vanda asienta sus reales en las trincheras de la resistencia. Ahora que el cine ya no ocupa un lugar central en el universo audiovisual, cineastas como Pedro Costa hacen películas que renuevan la alianza entre el realismo y el misterio. Quizá por esa razón resulte inevitable que un bagazo de melancolía se quede con nosotros largo tiempo después de haber contemplado un filme donde late el poso de las pérdidas. Películas construidas sobre el frágil equilibrio entre lo que hay delante y lo que hay detrás de la cámara. Películas que han suprimido las fronteras entre vivir y rodar.
No quarto da Vanda representa la primera gran epifanía del cine del nuevo milenio.
Cuando pasan los días y No quarto da Vanda sigue trabajando en nosotros, queremos saber más, queremos saberlo todo. Y esta vez, ojalá pasara lo mismo con otras películas, tenemos suerte porque Cyril Neyrat ha mantenido una conversación sobre las intimidades fílmicas, casi sobre el día a día de la preparación, el rodaje, la postproducción, obligando a Pedro Costa a contar (casi) todo lo que nosotros mismos querríamos preguntarle a propósito de No quarto da Vanda y ha editado un libro muy cuidado, que da gusto leer, hojear, mirar y llevarse por ahí. Donde además un texto visual dota al escrito de los referentes fílmicos, pictóricos, iconográficos que el cineasta destila en No quarto da Vanda. Un libro del que deberían aprender todo aquél que quiere contar en profundidad cómo se hizo una película. Y además tiene un título hermoso que alude a la idea que preside el cine de Pedro Costa (uno debe hacer cine con lo que tiene a mano, con lo que puede conseguir, con lo que le quieran prestar): Un mirlo dorado, un ramo de flores y una cuchara de plata.
Y en el blog de la revista "Letras de cine" -véase "mi lista de blogs"- podéis leer otra entrevista con Pedro Costa.
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