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27/5/13

Los vivos y los muertos


La verdad, procuro no escuchar nada sobre la nueva ley de educación. Es más, evito cualquier coloquio, debate o entrevista sobre cualquier tema relacionado con la educación en radio y televisión desde hace más de veinte años. Entrevistadores, periodistas, tertulianos, expertos, y no digamos políticos, sacan lo peor de mí cuando abordan el gran tema. Pero, a veces, aun sin querer, uno escucha... cosas. Resulta significativo que nunca, pero es que nunca, hay un maestro o un profesor de instituto entre los expertos; o sea, que los tales expertos nunca han pisado un aula de primaria o secundaria ni para ir a recoger a los hijos; están muy ocupados con sus investigaciones para engordar el curriculum que los inviste de entendidos. Pero, por desgracia (no tengo más remedio que inferir), aunque participara un maestro o profesor de instituto, no se atrevería a) a dar un zapatazo encima de la mesa, ni b) a desnudar el desvalimiento de la condición de maestro o profesor, incapaz ya de mediar entre el pasado y el presente, de ejercer de mediador de una Cultura o de una Historia, de transmisión de una experiencia valiosa. Porque nadie se atreve a reconocer que no existe Educación sin Relato. El cuento de quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos. Una historia de certezas y perplejidades, dudas y deslumbramientos, abismos y epifanías. Y justamente eso es lo que los maestros se han dejado arrebatar en los últimos treinta años: ya no tienen nada que contar porque han abdicado de su condición de narradores, aquéllos que traían a la escuela una historia valiosa que habían vivido o que habían escuchado contar en el viaje de la vida. No contenidos, sino experiencias cardinales. No asignaturas, sino umbrales de descubrimiento. Las pizarras digitales, las TICs, las no sé cuántas materias... son sólo síntomas de una deriva aberrante; a ver, cómo es posible que un alumno de secundaria pueda llegar a casa y contar que ha suspendido ¡diez asignaturas! ¿Qué quieres, información o sabiduría? le preguntaba Burt Lancaster a Susan Sarandon en Atlantic City de Louis Malle. Pues eso. Si se trata de información, las escuelas representan un gasto inútil (¿o, en el fondo, tampoco es tanto gasto si solucionan el problema de dónde aparcar a los menores?). Si se elige la sabiduría, habría que replantearse el sistema educativo de arriba abajo. Y entonces seamos serios y echemos mano de un serrucho. Para abrir cabezas, como reza el lema de una estupenda revista brasileña (Serrote). Porque han llenado las de los maestros y padres de insignificancias y falacias, como ese vínculo siniestro entre la educación y el mercado laboral, hasta el punto de propiciar la competitividad entre los centros de enseñanza (sana competitividad, eso sí, entre centros públicos y concertados; y aun entre centros públicos, me apunta Ángeles). Si la escuela no deviene una herramienta de liberación personal -un proceso que exige el reconocimiento de lo poquita cosa que somos en el universo y de lo malvados que podemos llegar a ser (pero también de nuestra capacidad de invención y maravilla)-, entonces apaga y vámonos. Pero, claro, todo este guirigay con la ley de educación no es más que un episodio, un episodio más, en una serie (exitosa) programada para convertir ciudadanos críticos en consumidores, creyentes convencidos de que el mundo es un supermercado y todo está al alcance de la mano, y no hay nada sagrado porque todo es una mercancía y cualquier cosa se puede fabricar y comprar; una fe que vela la injusticia flagrante (del mercado mismo) con la publicidad de la suerte que tenemos de vivir en un mundo tan nuevo y a nuestra medida. Y si el mundo es tan nuevo, tan reciente, no hay nada que aprender de lo viejo. Y los viejos nada nos tienen que enseñar. Entonces, hablar de educación en este contexto es pura ideología, una patraña. Nada que ver con la transmisión entre los vivos y los muertos que representa ese aprendizaje primordial donde nos religamos en el tiempo con toda la humanidad.

Fotografía de Elliott Erwitt.
Metropolitan de Nueva York, 1988

En nuestra época (...) está naciendo un nuevo tipo de provincianismo que acaso merezca un nombre nuevo. Es un provincianismo, no del espacio, sino del tiempo, para el cual la historia es la mera crónica de los dispositivos humanos que, cumplido su servicio, se han desechado; para el cual el mundo es propiedad exclusiva de los vivos, una propiedad sobre la que los muertos no tienen derechos. El peligro de esta clase de provincianismo es que todos, todos los pueblos del globo podamos volvernos provincianos juntos; y que todos quienes no se conformen con ser provincianos no tengan otra opción que volverse ermitaños.
(T. S. Eliot, ¿Qué es clasico?, 1945)

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta antes de que la sociedad fuera deshumanizada por el capitalismo, todos los vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos. Era ésta su futuro último. Por sí mismos, los vivos estaban incompletos. Los vivos y los muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo esa forma moderna tan particular del egoísmo rompió tal interdependencia. Y los resultados son de­sastrosos para los vivos, que ahora piensan en los muer­tos como los eliminados.
(John Berger, 12ª tesis sobre la economía de los muertos, 1994)

9/2/13

Mascaritas


Fotografía de Diane Arbus

Fotografía de Helen Levitt.
Nueva York, 1939

Fotografía de Elliot Erwitt. 
París, 1949

Fotografía de Jerome Sessini

Fotografía de Mary Ellen Mark. 
Campamento gitano. Barcelona, 1987

Fiz de mim o que não soube
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.

(Pessoa, un fragmento de Tabacaria de Álvaro de Campos.)

Hice de mí lo que no supe / y lo que no podía hacer de mí no lo hice. / El disfraz que vestí estaba equivocado. / Me conocieron enseguida como quien no era y no los desmentí, y me perdí. /  Cuando quise quitarme la máscara, / la tenía pegada a la cara. / Cuando me la quité y me miré en el espejo, / ya había envejecido. / Estaba borracho, ya no sabía llevar el disfraz que no me había quitado. / Tiré la máscara y me dormí en el vestuario / como un perro tolerado por la gerencia / por ser inofensivo / y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

16/8/12

On the road


Muy pronto nos vimos de nuevo en la carretera. Aquella noche vi pasar ante mis ojos todo el estado de Nebraska. A ciento setenta y cinco por hora, rectas interminables, pueblos dormidos, ningún tránsito y el expreso de la Unión Pacífico quedando tras nosotros a la luz de la luna...

Carretera de Nebraska, 1940. 
(Fotografía de Arthur Rothstein.)

Hojeando En el camino de Kerouac (cada vez que veo el título me preguntó por qué no lo tradujeron como "En la carretera") di con estas líneas y, ahora que ya no hacemos largos viajes en coche, bastaron para traerme a la memoria noches on the road con mil kilómetros por delante. De tantos viajes de hace veinte o treinta años lo que permanece intacto es el sentimiento de estar en la carretera. Como atravesar un mundo que fuera creado sólo para nosotros. Por una noche hospitalaria en una carretera perdida. Cruzando un mar de sombras. De tantos viajes la memoria guarda la carretera como un estado de ánimo. Como una fuga sin fin.

Carretera de Nevada, 1960. 
(Fotografía de Ansel Adams.)

Carretera al oeste de Nuevo Méjico, 1938. 
(Fotografía de Dorothea Lange.)

Carrretera 285 en Nuevo Méjico, 1955.
(Fotografía de Robert Frank.)

Carretera Panamericana en Argentina, 1956. 
(Fotografía de F. C. Gunlach.)

Fotografía de Bill Brandt

Carretera de Wyoming, 1958. (Fotografía de Elliott Erwitt.)

Fotografía de Maurice Tabard

Fotografía de Bernard Plossu

Nunca nos echábamos a la carretera sin el acopio de cintas: la banda sonora on the road. Nunca faltaban las canciones de Bruce Springsteen. La cinta de Nebraska, pongamos por caso.


Se cumplen treinta años del disco. Una road-movie con algunas de las mejores canciones de Bruce Springsteen, como Open All Nigth, una oda a la carretera.