29/8/15

La actriz que subió al volcán


Ayer cenamos en O pequeno de Corrubedo. En el toldo reza el lema del local: Do que hai non falta de nada. Pulpo con cachelos y mejillones al vapor, por ejemplo. Pasamos un par de horas hablando de Ingrid Bergman. Era lo que había y no faltó de nada a la hora de evocar todo el asombro y desasosiego de algunas películas cardinales que uno vio por ella sin saber que lo que veía era para siempre. Sin saber aún que ella tampoco sabía que aquellas películas habían cambiado el devenir del cine; que iba a morir sin comprender hasta qué punto ella había encarnado uno de los viajes fundacionales del cine moderno.


Para quienes visitan esta escuela ya no hace falta contar cuánto significó Ingrid Bergman. Casi me atrevería a asegurar que sin ella esta escuela no existiría. Sin la conmoción que representó Stromboli (compruebo que la pasaron por TVE el 29 de febrero de 1972 en un ciclo dedicado a la actriz), antes de que Rossellini significara tanto (también gracias a ella), antes de que comprendiera -a mis dieciséis años- lo que acababa de ver (hasta aquella Karin del volcán, era sobre todo Ilsa Lundt, la chica de Casablanca). Stromboli fue como si viera a Ingrid Bergman por primera vez.

Rossellini dirige a Ingrid Bergman en Stromboli.

Por no hablar de Te querré siempre (con ese título vimos Viaggio in Italia, antes de saber lo que había escrito Rivette después de verla: todas las películas habían envejecido de golpe diez años).


Y desde luego Elena y los hombres , esa maravilla que vi primero en blanco y negro (la pasaron por TVE el 2 de abril de 1972 en un ciclo dedicado a Jean Renoir).

Ingrid Bergman con Renoir y Rossellini 
en los días del rodaje de Elena y los hombres.

En apenas un mes le había puesto los ojos encima a dos películas en las que Ingrid Bergman -sin que uno fuera aún consciente- encarnaba experiencias primordiales del cine moderno, dos de esas películas que te trabajan por dentro hasta en sueños.

Renoir con Ingrid Bergman en el rodaje 
de  Elena y los hombres.
Debajo, un fotograma de la película

Pero Ingrid Bergman resultaba sublime aun en lo más pequeño, como ese cortometraje delicioso incluido en Siamo donne, que se titula Ingrid Bergman, tal cual (una prueba irrefutable de que el genio de Rossellini alcanzaba tambén para la comedia).

Ingrid Bergman durante el rodaje de Ingrid Bergman.

Y qué decir de Encadenados; qué puedo añadir a cuanto ya dije (quizá más de la cuenta) sobre uno de mis hitchcocks de cabecera.


Este 29 de agosto se cumple su centenario (y 33 años de su muerte; murió el día de su cumpleaños, como Chris Marker). El festival de Cannes le rindió un merecido tributo en el cartel de la edición de este año, a partir de una de las fotografías que le hizo David Seymour en 1952.


Creo que no hubo en la historia del cine una actriz más valiente que ella. Valiente hasta el final. Hasta su última película. Cuando se proyectó Gritos y susurros (1972) en Cannes, le metió una carta en el bolsillo a Ingmar Bergman, para recordarle que el cineasta le había prometido hacer una película juntos. Hicieron Sonata de otoño (1978). Esta noche la veremos en su memoria. En la de los dos.


Ingrid Bergman se atrevió a subir al volcán. Y a arder en otro cine.


Le bastó un viaje a Italia. Y nos regaló una de las más bellas historias (de amor) que en el cine han sido.


A Ingrid Bergman le gustaba filmar películas caseras de 8 mm, también en los rodajes.

Ingrid Bergman con su cámara de 8 mm.
Abajo, en el rodaje de Saratoga Trunk (1945).
Con la cámara de la película
durante el rodaje del episodio 
de Siamo donne

Os dejo estos minutos con metraje que filmó durante la producción de Stromboli; también aparece ella misma en algunos momentos (cuando le dejaba la cámara a alguien del equipo).



27/8/15

El forastero


Una noche como esta hace 65 años. Un domingo de ferragosto en Turín. Después de la cena, el camarero del Albergo Roma, un poco preocupado porque no ha visto desde ayer al cliente de la habitación 346, se decide y va a llamar. Nadie contesta. En cuanto fuerza la puerta ve al hombre tumbado en la cama, vestido, sin zapatos. Parece dormido. No se despierta. Es Cesare Pavese. Tenía 41 años. No se despertará. En la mesilla hay un libro, Diálogos con Leucó (el que prefería de todos los que publicó). En la primera página, una nota manuscrita: Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿Vale? ¡Y nada de habladurías al respecto!

Viñeta de Frédéric Pajak 
en La inmensa soledad.

Los Diálogos con Leucó inspiraron dos de las más bellas películas de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, Dalla nube alla resistenza  (1978) -la que prefiero de las suyas- y Quei lori incontri (2005).

Fotogramas de Dalla nube alla resistenza,
iluminada por Giovanni Canfarelli.
(Fragmento de Los fuegos, uno de los Diálogos con Leucó. )

Antes de tomar los somníferos (¿y un veneno?), la noche del sábado 26 de agosto de 1950 en la habitación 346 del Albergo Roma en Turín, Pavese llama (había pedido una habitación que tuviera teléfono) a una mujer. Y luego a otra. Y a otra. Y quizá a alguna más. Ninguna quiso cenar con él. Ni siquiera ir a verlo.

Constance Dowling, como Mavis Marlowe, 
en Black Angel (1946), de Roy William Neill.

La última mujer de la que se enamoró (siempre perdidamente) fue la actriz Constance Dowling, que rodó algunas películas en Italia. La había conocido a primeros de año en Roma y se pasó su última primavera escribiendo febrilmente guiones para ella -Amore amaro (Amor amargo), pongamos por caso-, y le dedicó La luna y las hogueras, y sus últimos poemas, como aquel Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. El 25 de marzo, apenas cinco meses antes de suicidarse, había escrito en su diario (El oficio de vivir):
Uno no se mata por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, inermidad, nada.
 Pavese ya había imaginado la escena de la habitación 346 en un antiguo poema:
No será necesario dejar la cama. /  Sólo el alba entrará en el cuarto vacío. / Bastará la ventana para vestir todas las cosas / con una claridad tranquila, casi una luz. / Una sombra descarnada se posará en el rostro supino. / Los recuerdos serán grumos de sombra / escondidos como viejas brasas / en el hogar. El recuerdo será la llamarada / que aún ayer mordía en los ojos apagados. 
Natalia Ginzburg evocó a Pavese en Retrato de un amigo (un texto incluido en esa joyita de libro, Las pequeñas virtudes):
Para  morir eligió un día cualquiera de aquel tórrido agosto, y la habitación de un hotel cerca de la estación: en la ciudad que le pertenecía, quiso morir como un forastero. 

23/8/15

Ven y mira, de vuelta


Han pasado ya casi veinte meses desde que interrumpimos las entregas de carteles de cine, después de aquel ven y mira dedicado a Satyajit Ray; claro que hace un año el cine en la obra de Marsé propició una muestra del cartelismo hispano. Aquella primera época de ven y mira se inició en junio de 2012 y las entregas mensuales -sobre una película (King Kong, por ejemplo) o sobre un cartelista (pongamos por caso Anselmo Ballester)- continuaron hasta diciembre de 2013. A ver cuanto nos dura la cuerda esta vez, esta segunda época. De vuelta, os dejo unos cuantos antojos que declinan esplendor y diversidad -de estilos y formas, escuelas y caprichos, diseños y tipografías, tiempos, culturas y geografías- en los carteles de cine. Flores delicadas, antiguas, radiantes, vigorosas, olvidadas, agresivas,  o raras, que de todo hay. 39 umbrales por el aquel de mirar.

Cartel italiano
para Rocco y sus hermanos (1960), de Visconti.

Cartel americano
para El fantasma de la ópera (1925)
de Rupert Julian 
(y el propio Lon Chaney, sin acreditar).

Cartel (italiano) de Enrico De Seta
para Jules et Jim (1962), de Truffaut.


Cartel (japonés) de Sentaro Iwata
para Ugetsu monogatari 
(Cuentos de la luna pálida, 1953),
de Mizoguchi.

Cartel (alemán) 
de Dorothea Fischer-Nosbisch
para Il posto (El empleo, 1961), 
de Ermanno Olmi.

Cartel mejicano de The Outlaw 
(El forajido, 1941), 
de Howard Hughes
(y Howard Hawks, sin acreditar).

Cartel de Antoni Clavé 
para El hombre invisible (1933),
de James Whale. 

Cartel italiano de
The Crimson Kimono (1959), 
de Samuel Fuller.

Cartel (checo) de W. A. Schlosser
para Panorama desde el puente (1962), 
de Sidney Lumet.

Cartel de César Fernández Ardavín
para El médico de las locas (1919),
una película muda en tres episodios
de Mario Roncoroni.

Cartel (español) de Josep Morell 
para Caravana (1934), de Erik Charell.

Cartel (checo) de Karel Vaca
para El grito (1957), de Antonioni.

Cartel (francés) de Jean Mascii
para A Time for Dying
(Un tiempo para morir, 1969),
de Budd Boetticher.

Cartel japonés para 
Éxtasis (1933), de Gustav Machatý.

Cartel (alemán) de Julius Kupfer-Sachs
para El hombre de la cámara (1929),
de Dziga Vertov.

Cartel de Al Hirschfeld
para Cabin in the Sky 
(Una cabaña en el cielo, 1943),
de Vincente Minnelli y Busby Berkeley.

Cartel de Peter Strausfeld
para Pather Panchali (1955), de Satyajit Ray.

Cartel (francés) de Hernri Cerutti
para Regain (1937), de Marcel Pagnol. 

Cartel de Rodchenko
para Cine-Ojo (1924), de Dziga Vertov.

Cartel de "H"
para A Girl Goes Ashore (1938), 
de Werner Hochbaum.

Cartel para La otra (1946),
de Roberto Gavaldón. 

Cartel para Way Down East 
(Las dos tormentas, 1920),
de Griffith.

Cartel de Bartolozzi 
para Zalacaín el aventurero (1930),
de Francisco Camacho.


Cartel (inglés) de James Boswell
para It Always Rains on Sunday (1947), de Robert Hamer.


Cartel (checo) de Milos Reindl
para Accattone (1963), de Pasolini.


Cartel para Vampyr (1932), de Dreyer.

Cartel argentino
para Tarzán y su compañera (1934), 
de Cedric Gibbons (entre otros).
En el cartel figura Richard Thorpe 
como director, quien sí dirigió 
los siguientes cuatro filmes de la serie.

Cartel ruso 
para La infancia de Iván (1962), 
de Tarkovski.

Cartel (alemán) de Eric Rohman
para Dead Reckoning 
(Callejón sin salida,1947),
de John Cromwell.

Cartel de Guy Peellaert
para Hammett (1982), de Wenders.

Cartel de Zachary Baldus
para River of Grass (1994), 
de Kelly Reichardt.

Cartel (alemán) de Erich Meerwald
para Night and the City 
(Noche en la ciudad, 1950), 
de Jules Dassin.

Cartel (inglés) de Jean Davies
para Playtime (1967), de Jacques Tati.

Cartel (italiano)
de Averardo Cierello
para Force of Evil (1948),
de Abraham Polonsky.

Cartel  (japonés) de Sam Smith
para Cuatro noches de un soñador (1971),
de Bresson.

Cartel (polaco) de Jerzy Flisak
para Fresas salvajes (1957),
de Bergman.


Cartel argentino para
Fantomas (1947), de Jean Sacha.

Cartel (polaco) de Marian Stachurski
para El jeque blanco (1952),
de Fellini.


Cartel de Ercole Brini
para Era notte a Roma (Fugitivos en la noche, 1960),
de Roberto Rossellini.