Mostrando entradas con la etiqueta Anne Marie Mièville. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Anne Marie Mièville. Mostrar todas las entradas

7/9/14

El retrato de Lella


Una de mis fotografías de cabecera: Lella, Bretaña, 1947, de Édouard Boubat.


Hay unos años Lella -su mujer (modelo y musa)- en la obra de Boubat, como hay unos años Karina en la de Godard. Cuánto le gusta al cineasta esta bellísima fotografía. El rostro de Lella figura entre los iconos invocados en Histoires de cinéma. Aparece entre las primeras imágenes del capítulo 4b. El control del universo, en compañía de Camille Claudel, Virginia Woolf, Simone Weil o Hannah Arendt, mientras escuchamos en la voz de Anne-Marie Mièville una cita de Valéry a propósito de la voz ideal para encontrar la entonación que requieren sus poemas: ...à demi voix d'une voix douce et faible disant de grandes choses, d'importantes, d'étonnantes, de profondes et justes choses... tout le soleil suggéré au moyen d'un demi-sourire, ô demi-voix, et d'une sorte de murmure en français infiniment pur... (a media voz de una voz dulce y débil que dice grandes cosas, importantes, sorprendentes, profundas y justas cosas... todo el sol sugerido a través de una medio sonrisa, oh media voz, y una suerte de murmullo en un francés infinitamente puro...)


Godard vuelve a invocar la memoria del retrato de Lella en Elogio del amor, esta vez a través de la memoria de un viejo que evoca un amor de juventud.

Sabe, ella se parecía a la chica de la fotografía de Boubat, mirando al infinito con un aire decidido, con un sostén negro bajo una blusa blanca.
Y unos minutos después mostrará la fotografía -diríase que gastada (como solarizada por la memoria)- cuando le pregunta por el título de la película que tiene entre manos al director protagonista del filme: algo... "de amar".


Pero la primera vez que aparece la fotografía en la película, apenas la vemos, arrinconada en una esquina del encuadre, como una foto de familia.


Abriendo un pasaje íntimo -y cómplice- con una película rodada casi treinta años antes.


También era una fotografía amada por Marguerite Duras, que la inscribió como retrato familiar en India Song.

La Duras, retratada por Boubat en 1972.

Margarita de Francia, como la llama Godard en sus Histoire(s), le dedicó un texto muy bello a la obra de Boubat en un número de Cahiers du cinéma (con palabras e imágenes al antojo y cuidado de la Duras). Mientras un retrato testimonia un rostro -que designa aquello de lo más irremplazable de su identidad-, testimonia al mismo tiempo su fragilidad y su condición mortal. El retrato de Lella celebra la belleza y canta el duelo de su fugacidad. Ya se está yendo. No atrapa un instante sino la memoria de lo que ya se ha ido. Quizá por eso la Duras se pregunta: si los ojos vieran como ve la fotografía de Boubat, ¿podrían soportarlo? 

Lella, 1948

Lella en Concarneau, 1948

París, 1948

¿Podríamos soportarlo?

18/5/14

A vueltas con el amarillo


Comentaba Alain Bergala hace tres años en el CGAI de A Coruña que -aún ahora- allá donde Godard -el ermitaño de Rolle (a orillas del lago Lemán, en el cantón de Vaud)- se presta a una rueda de prensa, o interviene públicamente, no cabe un alfiler; un abarrote, vamos. Pero allá donde se proyectan sus películas -en particular las de los últimos treinta años- sobran dedos para contar los espectadores, y a veces, ni un alma. La gente ve cada vez menos las películas de Godard, pero nadie deja de ir a ver a Godard.

Godard en su JLG/JLG-Autorretrato de diciembre (1994).

(El personaje ha devorado su obra: el mito resulta más interesante que sus películas. El mito Godard oculta al Godard cineasta, al currante que hace cine cada día, y filma a menudo en los lugares donde vive. Hacer cine es su forma de resistir, de resistirse a ser devorado por el mito, de mantener el mito fuera del taller. Hacer cine, lo hemos dicho, es su forma de vivir, y viceversa, su oficio de vivir es hacer cine. Y no ha dejado de pensar el cine, en la porfía de nuevas formas para representar la realidad sobre la pantalla. Y nadie como Godard para atrapar el aire del tiempo, y esculpir las formas al filo del presente.)

Fotograma de The Old Place (1998) 
de Jean-Luc Godard y Anne Marie Mièville.

Y hay que decirlo, no es fácil dar con algunos de sus filmes y cuando le ponemos los ojos encima no son fáciles de ver: mirar un godard siempre resulta exigente, un godard no se parece a ninguna película (salvo a otro godard), hasta cuando cita -y cita mucho (y bien) libros y filmes- la cita misma deviene un rasgo godardiano más, algo godard a más no poder.

Fotograma de Histoire(s) du cinéma (1988-1998). 
Capítulo 4b. Los signos entre nosotros (1998)
donde Godard sobreimpresiona 
una imagen de Dies irae de Dreyer 
con la fotografía de un fusilado.
Abajo, la chica de Elogio del amor 
lee una de las Notas sobre el cinematógrafo 
de Bresson.  

Nada más Godard que esas pinceladas con que pinta el enamoramiento de Edgar en Elogio del amor (2001).

Esa mancha amarilla (del chubasquero de la mujer que lo ha cautivado) deviene la huella digital de un cineasta romántico y apasionado (hijo cinéfilo de Lang y Ray) hasta el final.


Esa mancha transfigurada en marea. (Hay que ver cómo filma -cómo mira- el mar Godard.)


Ella dice: Cada pensamiento debería recordar la ruina de una sonrisa. Él recordará: Cada pensamiento debería recordar el naufragio de una sonrisa.


Las cosas cobran sentido cuando terminan: es porque es allí donde comienza la historia. Por eso Godard ha dejado el principio (rodado con los colores saturados del vídeo) para el final. Porque el pasado crea una imagen del presente.


Esa mancha anidando en la memoria del protagonista con la forma (siempre) inesperada del arrebato amoroso. Ella cita a san Agustín: La medida del amor es amar sin medida. La memoria como medida del amor. Una memoria desmedida. Sin memoria no hay resistencia, se escucha a lo largo del filme.

Fotograma de Histoire(s) du cinéma. 

Tenía -tiene- razón Chris Marker: Un Godard es un Godard como un Van Gogh es un Van Gogh; algunos los colgaríamos en casa; otros no, pero están unidos en el mismo bloque. No es una cuestión de estilo, noción aplicable a otras escrituras cinematográficas. Es una cuestión de pincelada, y probablemente él es el único cineasta del que podemos decir eso.

Fotogramas de Histoire(s) du cinéma. 

Un Elogio del amor (quizá mi godard preferido del siglo XXI) que se destila -a la luz de una primera parte donde el cineasta filma el París que no visitaba desde Masculin Féminin (1966) en un hermoso blanco y negro- como una elegía del amor.


Filmar el amor como quien pinta. Casi se podría decir que Godard, más que filmar el amor, lo ha pintado con el cine.

2/5/13

El prado


                                                                             Para Ángeles, flores de mayo.

Filmar un prado, lo que se dice filmar un prado, después de Renoir, sólo lo ha filmado Godard.

Fotograma de The Old Place (1998) 
de Godard y Anne Marie Mièville

Qué razón tenía Francis Ponge al mirar el prado como tema... se trata más que de una forma de ser / de un plato servido a nuestros ojos. Y al sugerir una poética de obrador... preparemos pues la página donde hoy pueda nacer / una verdad que sea verde. Un prado para comérselo con los ojos.