18/5/14

A vueltas con el amarillo


Comentaba Alain Bergala hace tres años en el CGAI de A Coruña que -aún ahora- allá donde Godard -el ermitaño de Rolle (a orillas del lago Lemán, en el cantón de Vaud)- se presta a una rueda de prensa, o interviene públicamente, no cabe un alfiler; un abarrote, vamos. Pero allá donde se proyectan sus películas -en particular las de los últimos treinta años- sobran dedos para contar los espectadores, y a veces, ni un alma. La gente ve cada vez menos las películas de Godard, pero nadie deja de ir a ver a Godard.

Godard en su JLG/JLG-Autorretrato de diciembre (1994).

(El personaje ha devorado su obra: el mito resulta más interesante que sus películas. El mito Godard oculta al Godard cineasta, al currante que hace cine cada día, y filma a menudo en los lugares donde vive. Hacer cine es su forma de resistir, de resistirse a ser devorado por el mito, de mantener el mito fuera del taller. Hacer cine, lo hemos dicho, es su forma de vivir, y viceversa, su oficio de vivir es hacer cine. Y no ha dejado de pensar el cine, en la porfía de nuevas formas para representar la realidad sobre la pantalla. Y nadie como Godard para atrapar el aire del tiempo, y esculpir las formas al filo del presente.)

Fotograma de The Old Place (1998) 
de Jean-Luc Godard y Anne Marie Mièville.

Y hay que decirlo, no es fácil dar con algunos de sus filmes y cuando le ponemos los ojos encima no son fáciles de ver: mirar un godard siempre resulta exigente, un godard no se parece a ninguna película (salvo a otro godard), hasta cuando cita -y cita mucho (y bien) libros y filmes- la cita misma deviene un rasgo godardiano más, algo godard a más no poder.

Fotograma de Histoire(s) du cinéma (1988-1998). 
Capítulo 4b. Los signos entre nosotros (1998)
donde Godard sobreimpresiona 
una imagen de Dies irae de Dreyer 
con la fotografía de un fusilado.
Abajo, la chica de Elogio del amor 
lee una de las Notas sobre el cinematógrafo 
de Bresson.  

Nada más Godard que esas pinceladas con que pinta el enamoramiento de Edgar en Elogio del amor (2001).

Esa mancha amarilla (del chubasquero de la mujer que lo ha cautivado) deviene la huella digital de un cineasta romántico y apasionado (hijo cinéfilo de Lang y Ray) hasta el final.


Esa mancha transfigurada en marea. (Hay que ver cómo filma -cómo mira- el mar Godard.)


Ella dice: Cada pensamiento debería recordar la ruina de una sonrisa. Él recordará: Cada pensamiento debería recordar el naufragio de una sonrisa.


Las cosas cobran sentido cuando terminan: es porque es allí donde comienza la historia. Por eso Godard ha dejado el principio (rodado con los colores saturados del vídeo) para el final. Porque el pasado crea una imagen del presente.


Esa mancha anidando en la memoria del protagonista con la forma (siempre) inesperada del arrebato amoroso. Ella cita a san Agustín: La medida del amor es amar sin medida. La memoria como medida del amor. Una memoria desmedida. Sin memoria no hay resistencia, se escucha a lo largo del filme.

Fotograma de Histoire(s) du cinéma. 

Tenía -tiene- razón Chris Marker: Un Godard es un Godard como un Van Gogh es un Van Gogh; algunos los colgaríamos en casa; otros no, pero están unidos en el mismo bloque. No es una cuestión de estilo, noción aplicable a otras escrituras cinematográficas. Es una cuestión de pincelada, y probablemente él es el único cineasta del que podemos decir eso.

Fotogramas de Histoire(s) du cinéma. 

Un Elogio del amor (quizá mi godard preferido del siglo XXI) que se destila -a la luz de una primera parte donde el cineasta filma el París que no visitaba desde Masculin Féminin (1966) en un hermoso blanco y negro- como una elegía del amor.


Filmar el amor como quien pinta. Casi se podría decir que Godard, más que filmar el amor, lo ha pintado con el cine.

1 comentario:

  1. Amigo y desconocido Daniel: la prueba de tus palabras sobre Godard puede verse a la perfección hoy en la lista de reseñas sobre la última película del juvenilmente anciano director. De un lado, El País publica en su edición online un texto de Tommaso Koch que parece no haber visto la película ni en tráiler; menos mal que se puso enfermo Carlos Boyero, porque de lo contrario su crónica hubiera sido terrorífica, como suele. Por otro lado, hay que irse al Confidencial para leer algo mínimamente interesante sobre Adiós al lenguaje; en español, al menos, porque en Le Monde hay una reseña interesante, aunque la que se lleva la palma de las que he visto es la de The Guardian, de un hombre que sí se ha tomado la molestia de meditar, de reflexionar sobre la película de Godard, para colocarla en el lugar que merece dentro de la filmografía del realizador franco–suizo. Eso sí, no falta toda la parafernalia del espacio festivalero respecto a la ausencia de la rueda de prensa. Godard personaje interesa como un tipo del que cabe esperar algún tipo de declaración provocadora; Godard cineasta no, el hombre que lleva reflexionando sobre las distintas formas de comunicarnos que tenemos los seres humanos desde hace más de medio siglo. ¡Qué lástima!

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