Jean Epstein
Jean Epstein hablaba del cine en términos de luz y verdad; de una película, como una hora y media de hipnosis ininterrumpida; y del trabajo del director, como alguien que primero sugiere, luego convence y después hipnotiza. Y añadía: la cinta de celuloide no es más que un enlace entre esa fuente de energía nerviosa [ese trabajo del cineasta inscrito en la película] y la sala que respira su irradiación.
Cubierta de Bonjour, cinéma
de Jean Epstein, publicado en 1921.
El cine deviene así un viento de emoción -son palabras de Epstein- y aun hambre de hipnosis, mucho más violenta que el generado por la lectura porque, no es sólo que el cine aumenta la emoción, es que la aumenta en todos los sentidos. Por así decir, la emoción del cine (nos) recorre el cuerpo, hasta las últimas terminaciones nerviosas.
Fotograma de Coeur fidèle (1923) de Jean Epstein.
Fotograma de Chanson d'Armor (1934) de Jean Epstein.
Al cine le correspondía revelar una técnica adecuada para la transmisión y la sugestión de seres mentales, que constituyen fundamentalmente la otra inteligencia, el otro conocimiento, por los ojos y por el corazón inmediatamente ligados, por el amor y por el odio instantáneos, por un impulso histérico de todo el ser. Histéricos, desde luego, esos espectadores que absorben una desgracia de pantalla, hasta convertir esa ilusión en su realidad, hasta llorar por ese simulacro en ellos, llorar por ellos en ese simulacro. Emoción insensata, lágrimas absurdas, párpados enrojecidos y avergonzados, escondidos tras un pañuelo a la salida de los cines. Pero son también estigmas de alivio, de curación parcial. En unos, las breves crisis de sinrazón benigna que desencadenan las películas rebajan el potencial emotivo, peligrosamente acumulado por las barreras del orden racional; a otros, esas hipnosis les enseñan otra vez, poco a poco, el uso del genio intuitivo y simbolista, anquilosado, asfixiado a ras de la conciencia, por la cultura lógica.
Fotograma de La chute de la maison Usher (1928)
de Jean Epstein.
Pero no se trata sólo de hipnosis, sino de hipnosis colectiva: esa fascinación provocada por la contemplación de un primer plano, que pesa sobre mil rostros unidos en idéntico arrebato, en mil almas magnetizadas por la misma emoción. El hechizo de las imágenes. Unas imágenes que el ojo no puede formar ni tan grandes, ni tan precisas, ni tan duraderas, ni tan fugaces. En imágenes así descubrimos la esencia del misterio cinematográfico, el secreto de la máquina de hipnosis: un nuevo conocimiento, un nuevo amor, una nueva posesión del mundo por los ojos.
Fotograma de Coeur fidèle.
Ese viento de emoción que arrastra en idéntico arrebato a mil ojos es una experiencia que sólo nos es dado recordar a quienes hemos vivido la escuela de los domingos en los cines abarrotados -hasta en aldeas- en los sesenta y setenta del siglo pasado. Y nos parecía tan natural que nos resistimos a creer -cuando ya vivíamos contadas de aquellas gloriosas sesiones en los ochenta y noventa- que ese cine era ya memoria de un tiempo perdido. (Lo hemos dicho, y casi sobra decirlo: podemos emocionarnos en casa ante una pantalla doméstica, y de hecho nos seguimos emocionando, pero nada comparable con el efecto multiplicador de la sala de cine: esa cascada de carcajadas o el fluir de las lágrimas o el corazón en un puño de cientos espectadores con la mirada prendida en una pantalla. Y nada puede consolarnos de esa pérdida.) Cenizas de esa experiencia, esta escuela.
Fotograma de La tempestaire(1947) de Jean Epstein.
En El cuerpo del cine escribe Bellour: Si en el cine, la hipnosis es lo que duerme al espectador, la fascinación es quien lo despierta.
Fotograma de Finis terrae (1929) de Jean Epstein
La fascinación deviene un encrucijada (invisible, íntima, inefable) entre la película y la mirada. Allí donde la película nos toca. Allí donde nuestra mirada toca, más que ve, la pantalla desde la butaca. Allí donde el cine tiene manos. Allí donde tenemos el cine en nuestras manos. (Como si lo hiciéramos.) Cuando la fascinación cristaliza volvemos a ser los niños en el cine que vio nuestra infancia.
Y encontramos en la pantalla el rostro primordial, como esa imagen -uno de los emblemas tutelares (piedras miliares) que amojonan esta escuela- del niño de Persona tocando la pantalla con la mano. Cenizas de un cine.
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