31/7/16

Esos encuentros con ella



Los mejores filmes dan la impresión de abrir puertas y también
de que el cine comienza o recomienza con ellos. 
Vivre sa vie es uno de esos filmes.
François Truffaut




Vivre sa vie (1962) es tantas cosas. Por ejemplo, puede verse como un documental -o sencillamente un documento- sobre los estados del alma de Anna Karina (que me mira cada vez que abro el portátil). Y hay pocas actrices que deparen el inmenso gozo de contemplarlas sentir, mirar, reaccionar, hablar, bailar, fumar, andar...


Y claro, hay pocas experiencias tan arrebatadoras como mirar cómo mira Godard a Anna Karina. Hay pocos cineastas que hayan filmado con tanta perseverancia a la mujer que amaban/amaron, y hayan llegado tan lejos en busca de la belleza como Godard con Anna Karina, iluminada siempre por el gran Raoul Coutard.


En Vivre sa vie asistimos a algunos de los momentos no ya perdurables sino directamente sublimes de Anna Karina en una pantalla.


El llanto callado en el cine viendo La passion de Jeanne d'Arc, de Dreyer, una mirada tan conmovida la de Anna Karina como si Maria Falconetti hubiera suspirado años y años para que alguien la contemplara así, por encontrar en Anna Karina la espectadora de cine soñada.


Como contempla conmovida la pareja de enamorados mientras suena Ma Môme, de Jean Ferrat (que la escucha junto a la jukebox, como si fuera de otro: Mi chica trabaja en una fábrica / no tenemos dinero...).


El baile en los billares para el jugador que se ha quedado prendido de ella y le trae un paquete de Gitanes, un baile que, en palabras de Kaja Silverman, representa la única realización diegética de sus sueños del mundo del espectáculo y, de manera significativa, su momento de mayor autoafirmación...


Y esa escena que uno no se cansa de ver, cuando Anna Karina se mide a cuartas...


Pero sobre todo es el retrato de Anna Karina por Godard. Mejor aún, es Godard filmando un retrato de Anna Karina, filmando a la mujer que ama. Anna. Nana. Por eso, en la matriz del filme Godard lee -sobre el rostro de Anna Karina- El retrato oval de Poe, y dice:
Es nuestra historia: un pintor hace el retrato de la mujer que ama. 

Y entre cuantos cineastas pintores son -o han sido-, ningún cineasta más pintor que Godard. Ya se puede ver una y mil veces, es una de las grandes escenas de la historia del cine, un retrato y una confesión: el cineasta filma a la mujer amada pero también la vampiriza (el pintor del cuento mata a la mujer que ama en el aquel de pintarla).


Hay algo terrible y conmovedor en ese deslizamiento entre la ficción y la efusión íntima, que afluye en la ternura de una caricia de la voz de Godard en el rostro de Anna Karina, que acaba con un pudoroso fundido a negro.


Quizá el desgarro que se experimenta con Vivre sa vie provenga de la sensación que destila la escena de El retrato oval: quizá Godard nunca ha amado a Anna Karina como en esta película, o sea, nunca amó tanto a Anna como amó a Nana.


Viendo Vivre sa vie cabe preguntarse cómo habría sido el cine de Godard de no haberse enamorado de Anna Karina y qué habría sido de nuestra cinefilia si no hubiéramos podido enamorarnos de ella. También es verdad que algo así no podía durar, que debemos gloriarnos por tanto como duró, un regalo de los dioses lares del cine.


Vivre sa vie parece decirnos: esto no es una ficción, es un documento; o mejor, un ritual íntimo. O de esta otra manera: esto es sólo una ficción porque tú me ves.


Esas miradas a cámara de Anna Karina parecen decirle a quien está detrás (Godard): esto es entre tú y yo, esto va de nosotros, esto es verdad 24 veces por segundo.


Susan Sontag dijo que Vivre sa vie es una película perfecta, y también...
...una de las obras de arte más extraordinarias, bellas y originales que conozco.

En un estupendo artículo de Alain Bergala sobre la herencia de Rossellini en Godard (o mejor, sobre la filiación de Godard con Rossellini) señala Vivre sa vie como un filme cardinal en el descubrimiento y asunción por parte del cineasta de su propia poética.


El filme de Rossellini, Francisco, juglar de Dios (1950) le permitió ver a Godard que se puede hacer un bello filme sin contar una historia según la sintaxis clásica, aparcando la gestión pesada de la causalidad narrativa (el encadenamiento de escenas siguiendo la pauta causa-efecto). En el estreno de su película, un Godard feliz hablaba de su descubrimiento:
Pegué un material en bruto, piedras perfectamente redondas que coloqué unas al lado de otras y el material se organizó.

Francisco, juglar de Dios, por así decir, había liberado a Godard. Cuando había terminado el montaje de Vivre sa vie, aprovecha el paso de Rossellini por París para enseñarle la película en seguida. En el coche, camino del aeropuerto, para coger un vuelo a Roma, Rossellini le dice algo que obsesionará a Godard por mucho tiempo: con Vivre sa vie ha rozado el pecado antoniniano, pero consiguió evitarlo por los pelos.


Ese pecado antoniniano, la belleza formal excesiva de los planos de los filmes de Antonioni, siempre horrorizó a Rossellini. Quizá por eso Godard hablaba de Vivre sa vie (en una entrevista publicada en Cahiers du cinéma en diciembre de 1962) como una serie de esbozos:
es preciso dejar que las personas vivan sus vidas, no mirarlas demasiado, en caso contrario acabamos por no entender nada.

Justo esbozo era el término con que Rivette hablaba del cine de Viaggio in Italia, otro de los filmes cardinales (también) para Godard.
...el filme quedó hecho desde el primer momento, como movido por un impulso, como un artículo que escribimos de un tirón. Vivre sa vie resultó ser el equilibrio que, de repente, hace que te sientas bien en la vida, durante una hora o un día, o una semana: Anna, que está presente en el sesenta por ciento de la película, se sentía un poco incómoda, ya que nunca sabía por adelantado lo que tendría que hacer [de hecho, como señalan Harun Farocki y Kaja Silverman en A propósito de Godard, la cámara parece adelantarse siempre a Anna Karina]. Pero era tan sincera en su voluntad de actuar que, finalmente, es esa sinceridad la que acabó actuando. Por mi parte, sin saber exactamente lo que yo iba a hacer, era tan sincero en mi deseo de hacer la película que, ella y yo juntos, acabamos lográndolo. Nos encontramos al final con lo que habíamos puesto al principio. Me gusta mucho cambiar de actores, pero, con ella, trabajar implica algo diferente. Creo que es la primera vez que ella es absolutamente consciente de sus medios y que los utiliza. (...)
Había una especie de estado inconsciente cuando realizábamos el filme, y Anna no fue la única en dar lo mejor de sí misma. Coutard logró su mejor fotografía. Lo que me admira cuando vuelvo a ver el filme es que parece ser el más trabajado de los que he hecho, cuando en realidad no era así. Usé un material en bruto, piedras perfectamente redondas que coloqué una al lado de otra, y y ese material se fue organizando solo. (...)
 

En una entrevista con Tom Milne lo explicó así:
Vivre sa vie debe muy poco al montaje, puesto que es una colección de tomas colocadas una al lado de la otra y cada una de ellas debería ser autosuficiente. Lo curioso es que la película parece que está cuidadosamente construida, cuando en realidad la hice de manera extremadamente rápida, casi como si estuviera escribiendo un artículo que no va a corregirse.
¿Cómo mostrar el interior? 
Pues bien, precisamente quedándose fuera, 
tranquilamente. (Godard)

Y a propósito de Rossellini:
Con él un plano es bello porque es el adecuado [o sea, el plano justo] y, en casi todos los otros, un plano acaba siendo el adecuado a fuerza de ser bello. 

Lo que vemos en Vivre sa vie, con las bruscas elipsis que subrayan una estructura de bloques y la división en doce cuadros, cobra visos -para Farocki- de fragmentos encontrados, antes que de elementos producidos. Cachitos de vida, digamos.


Godard suele pedirles a sus actores que su realidad apoye su ficción. Dado que...
un actor existe independientemente de mí... trato de usar esa existencia y darle forma a las cosas a su alrededor para que él pueda seguir existiendo...  

 ...dentro del personaje que representa. Pero nadie -ningún actor, ninguna actriz- le ofrendó el alma en carne viva como Anna Karina.


En el aquel de vivir su vida.


En cada película que rodaron juntos.


En esos encuentros con ella.