3/7/16

El remedio de un invento (o viceversa)


Tourneur me devuelve a los veranos de la infancia con esta escena de Stars in My Crown (1950). A punto estuve de escribir al verano de la infancia.


Creo que sólo un niño decretaría un verano perpetuo. ¿Cómo renunciar al otoño, los vendavales y las prímulas en las dunas? Ahora uno se conforma con encontrar, llegado el crudo invierno de nuestro descontento, aquel verano invencible que alumbró a Camus en la medianoche de la historia, y en caso de inclemente penuria iluminar las horas oscuras con los veranos de U samogo sinego morya, de Boris Barnet, Le dejeneur sur l'herbe, de Renoir, o Aquele querido mes de agosto, de Miguel Gomes. O como Van Gogh, que inventó el amarillo -nos cuenta Godard en Prénom Carmen- cuando quería pintar y el sol había desaparecido. No queda otro remedio, dice Béla Tarr (con la cita de Godard como divisa), sino pasar la vida inventando el amarillo.

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