17/7/16

Cita en la Ciudad de la Luna


Louis Skorecki arranca su memorable texto, Raoul Walsh y yo, con esta declaración (de principios):
Somos muchos los que pensamos que Colorado Territory es el más bello western de Walsh, tal vez incluso su más bello filme sin más.

Cada vez que vuelvo a ver Colorado Territory -aquí, Juntos hasta la muerte- más me convence. Claro que el propio Skorecki -como arrepentido por olvidar otros filmes maravillosos- prosigue la retahíla de los más bellos walshes con High Sierra -aquí El último refugio (del que Colorado Territory viene siendo un remake)-, Silver River, Objetivo Birmania, White Heat... Uno añadiría Murieron con las botas puestas, The Tall Men, Pursued, o The Man I Love (quizá el más bello papel de Ida Lupino con Walsh). Y unos cuantos párrafos después leemos:
High Sierra es una obra maestra (...), con todo veremos cómo siete u ocho años más tarde Colorado Territory aun será más bella.

Y tanto. Por apuntar sólo un rasgo -aunque no menor- que contribuye a esa belleza superior del remake, basta fijarse en el personaje femenino principal: Marie Garson (Ida Lupino), en High Sierra, y Colorado Carson (Virginia Mayo), en Colorado Territory. Nadie puede dudar que la gran Ida Lupino (también fue una buena directora) es mucho mejor actriz que Virginia Mayo, pero Colorado es un personaje mucho más jugoso -más entero, más fuerte, más valiente, más activo y más expuesto (y desnudo)- que Marie, y por decirlo pronto, una mujer mucho más walshiana.


Como si Walsh aprovechara el remake para profundizar en el potencial que anidaba en el material de partida, la novela de W. R. Burnett, del mismo título que el filme original. De todas formas le soy fiel al encanto con que El último refugio (con guión del propio Burnett y John Huston) me cautivó la primera vez, hecho que no empaña el que prefiera Juntos hasta la muerte (con guión de John Twist y Edmond H. North).


Le sienta bien al material de Burnett la forma del western; High Sierra era ya -como apunta el título- cine negro con montañas, un noir rural. Colorado Territory comparte la atmósfera sombría  que desprende la encrucijada del noir y el western, o mejor, del western contaminado por el noir; una fértil infección en el cine americano tras la 2ª guerra mundial: Pursued (1947), del propio Walsh; Ramrod (1947), de André de Toth, Sangre en la luna (1948), de Robert Wise, Cielo amarillo (1948), de William A. Wellman... Westerns preñados de noche y sombras.


Colorado Territory (1949) es de esos filmes que cuenta cómo -al fin- el protagonista cae de la burra y se enamora de la mujer que realmente lo ama (más allá del bien y del mal) y que daría la vida por él, claro que casi no les queda tiempo para recrearse en el amor.


Qué poco dura la felicidad de Wes McQueen/Joel McCrea y Colorado Carson, apenas un suspiro, el que va de la iglesia de Todos los Santos hasta los caballos, justo antes de que adviertan el peligro que les acecha tras el primer beso y penúltimo abrazo, cuando empezaban a soñar. Wes comprende lo que significan aquellas señales en las montañas:
Somos un par de imbéciles soñando en una ciudad muerta con algo que nunca ocurrirá. 

No hay sueño más fugaz. Pero el reconocimiento de vivir ese amor resulta tan fulminante que deviene eterno, pues se consuma con la muerte de los amantes en una última comunión, al pie de la Ciudad de la Luna, donde la ciclópea geología se transfigura en un panteón digno del arrebato romántico que corona la historia de amor.


Matheus Cartaxo señala muy bien -en un texto publicado en la esplendida web portuguesa de cine À pala de Walsh (o sea, "El parche de Walsh)"- que el arco de Colorado Territory se tensa en ese hiato en que al protagonista se le revela -en una verdadera epifanía- el amor verdadero.


Wes McQueen sabía que más pronto que tarde moriría -a tiros, desde luego-, pero ya no podía creer -hasta hace nada- que aún era posible morir cogido de la mano de una mujer que lo ama, como lo ama Colorado. Una nueva realidad que -tan trágica (Colorado, queriendo ayudarlo a huir, acaba por condenarlo y condenarse, eso sí, juntos)- se le presenta inesperadamente como un destino inevitable. (¿Aludirá a esa comunión última de los amantes aquel Golpe de misericordia, el título de la película en Portugal?)


El magnífico final de Colorado Territory se ha comparado con el de Duelo al sol, de King Vidor (o quizá sería mejor decir de Selznick), una película estrenada un par de años antes. Comulgo palabra por palabra con la apreciación de Patrice Rollet (en un artículo que puede leerse en el libro dedicado al director de Colorado Territory por la Cinemateca Portuguesa: En un espejo, oscuramente) cuando considera que Walsh...
...da muestras de un mayor y más amargo lirismo al tiempo que contenido, en la sequedad irremediablemente abrupta de su depuración, y aun más cósmico en la forma inolvidable de anunciar el fin de los amantes a través de una simple veladura nocturna de los cielos sobre las ruinas de la Ciudad de la Luna o de repercutirlo a través del eco, ralentizado hasta el infinito, del último grito de Colorado disparando los revólveres.

En su autobiografía, Walsh despacha Colorado Territory en página y media.
Era un western de grandes cabalgadas...

Pero no pierde la ocasión de encomiar el trabajo de dos de sus colaboradores más fieles, el director de fotografía Sid Hickox (el mejor y más rápido de los operadores, a quien debemos el bellísimo blanco y negro que captura el esplendor mineral del paisaje, refugio último de los amantes) y su ayudante de dirección Russ Saunders (era un mago preparando un plan de rodaje, haciendo posible que avanzáramos de cinco a diez páginas de guión por día), que Hawks reclutará para ¡Hatari!


Colorado Territory (sobra decir que también El último refugio) bien podría añadirse a la lista de las películas que me enseñaron hasta que punto pueden equivocarse los personajes (los y las protagonistas) con el amor de su vida, la primera lección primordial que aprendí muy pronto en el cine -la escuela de los domingos- con Ivanhoe, de Richard Thorpe, El hombre que mató a Liberty Valance, de FordScaramouche, de George Sidney, y más tarde con Some Came Runing -aquí Como un torrente-, de Minnelli, o The Strawberry Blonde, del mismo Walsh; una lección que destila también el Cuento de verano, de Rohmer.


Me gustó mucho cuando al final de Tres recuerdos de mi juventud (2015), la última película de Desplechin, el protagonista ya adulto, Paul Dedalus (Mathieu Amalric), le reprocha a su amigo (al que no ha visto en años y con quien aún está resentido) que sea tan hipócrita: no ha entendido nada de todos los westerns vistos en la infancia, si no sería imposible que se comportara de forma tan ruin. Qué triste quien nada aprende (o quien olvida todo lo aprendido) en la escuela de los domingos.


Como olvidar una cita en la Ciudad de la Luna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario