6/3/09
El silencio
Desde ayer por la noche escucho en los informativos fragmentos de la banda sonora de El espíritu de la colmena. He de confesar que, cuando la escuché por primera vez, tenía la cabeza en otras latitudes y fue la música la que me trajo de vuelta, de forma tán súbita que pensé que se habían trastornado las coordenadas del presente. Por si no bastara con tener en puertas a un presidente que no sabe que las vacas son hembras, ¿iban ahora a declarar El espíritu de la colmena patrimonio nacional?
Quiá. Los fragmentos de la banda sonora del filme de Víctor Erice venían a ser una mera percha para colgar la noticia de que a Luis de Pablos le han concedio el Premio Tomás Luis de Victoria, por su trayectoria creativa en el campo de la música. En efecto, Luis de Pablos es el autor de una treintena de bandas sonoras, entre otras, La caza de Carlos Saura y El espíritu de la colmena, de ahí la percha.
Desde luego, la banda sonora de El espíritu de la colmena resulta inolvidable, tan preñada de resonancias que llaman a las puertas de la memoria y que despiertan ecos de las imágenes primordiales de la infancia. Y si esa banda sonora contribuyó a alimentar los motivos para que premieran a Luis de Pablos -creo que no es el caso-, pues estupendo. Estupendo también que esa banda sonora le sirva de percha a los informativos -éste sí es el caso- porque nos trae de vuelta un filme de rara belleza.
Pero uno ya está un tanto hartito de que siempre se identifique la banda sonora de El espíritu de la colmena con la música de Luís de Pablos, ya digo, no porque el compositor no lo merezca, sino porque se olvidan contribuciones fundamentales en un filme donde cada uno de los artesanos aportaron lo mejor de su oficio. Y la banda sonora de la película de Erice, además de música y de efectos sonoras, se compone esencialmente de palabras. Y de silencios.
Durante aquellas jornadas memorables del curso que Erice impartió en A Coruña, El cine como experiencia de la realidad, del que ya conté algo en esta escuela de los domingos, le pregunté cómo había rodado esa escena bellísima en la que las dos niñas, acostadas en sus respectivas camitas, hablan de Frankenstein, la película de James Whale que vieron esa tarde en el cine del pueblo.
ANA. ¿Por qué el monstruo mata a la niña y por qué luego lo matan a él?
ISABEL continúa con los ojos cerrados, sin abrir la boca. ANA espera.
Luego dice:
ANA. Tú no lo sabes... Eres una mentirosa.
ISABEL. No lo matan. Y a la niña tampoco.
ANA queda en suspenso, desconcertada quizá. Pregunta:
ANA. ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que el no muere?
ISABEL. Porque en el cine todo es mentira. Es un truco. Además yo lo he visto a él vivo...
ANA. ¿Dónde?
Una tregua. En el rostro de ANA, asombro, quizá temor. En el piso de arriba, alguién se mueve de un lado a otro, lentamente, paseando.
RUIDO DE PASOS LENTOS EN OFF.
¿Recordáis esta escena? Si no la recordáis, qué hacéis leyendo, dejad ahora mismo esta escuela de los domingos e id a ver la película. Aprenderéis mucho más.
Volviendo al curso. No me resultó fácil que Erice contara las intimidades del rodaje de esta escena de la que os traje un fragmento, apenas el comienzo. Tuve que insistirle, pero al fin contó los pormenores de un milagro. Fue una de las preguntas más importantes que hice en mi vida. La respuesta de Erice representó la lección de dirección de cine más elocuente, precisa y esencial que me han dado nunca. Bueno, que nos han dado, porque imagino que los veinte que allí escuchamos devotamente no hemos olvidado aquella lección... de silencio. Pero de ella hablaré en otra ocasión.
Lo que hoy viene al caso es que Erice le rindió un emocionado tributo a un artesano anónimo, uno de esos que no aparecen nunca en la historia del cine, un tipo que se llamaba Luis Rodríguez. Porque claro, las palabras de esa escena las escribió Víctor Erice, las pronuncian (o mejor, las musitan, de ahí lo milagroso) las niñas Ana Torrent e Isabel Tellería, pero las grabó Luis Rodríguez, y las mezcló Eduardo Fernández, otro anónimo. Sólo por escucharle ese tributo, me alegraré de por vida por haberle obligado a hablar de uno de esos momentos en que el cine nos mira por dentro.
Me gustaría disponer de una foto de Luis Rodríguez para colgarla aquí. A falta de ella, sirva este texto de homenaje al hombre que registró las palabras de El espíritu de la colmena y las envolvió con el silencio.
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