18/3/09

Una cineasta coreana ciega

Algunos de los mejores textos sobre cine que he leído se los debo a Tag Gallagher. Lástima que mis limitaciones con el inglés restringen las posibilidades de su disfrute. Y más de una vez me veo obligado a recurrir a un conocimiento de segunda mano.



¿Para cuándo la traducción de sus libros sobre Ford y Rossellini? Mira que se publica bibliografía de cine superflua y cuánto cuesta que publiquen textos fundamentales. A este paso voy a tener que aprestarme a estudiar inglés. Ya sé, ya sé que debía haberlo hecho. En fin, volvamos a Tag Gallagher que no tiene culpa ninguna.

Creo que lo primero que leí de Tag Gallagher fue un texto de noventa páginas titulado Directores de Hollywood que cierra el volumen VIII de la Historia General del Cine editada por Cátedra. Se trata de una pieza de crítica cinematográfica en la que ilumina la obra de unos treinta cineastas con una personalidad más marcada, entre la década de los treinta y la de los cincuenta del siglo pasado: King Vidor, John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, Jacques Tourneur, Fritz Lang o Alfred Hitchcock.

Tag Gallagher es un escritor de cine propenso a los relámpagos. “Si Albert Camus hubiera sido director de Hollywood y hubiese tenido más talento, habría sido otro Raoul Walsh”. Y un poco más adelante, tras aludir al comienzo de The Roaring Twenties (1939) en un campo de batalla al final de la Primera Guerra Mundial, donde vemos a Bogart matar a un alemán de quince años y bromear sobre ello, remata: “…si no somos capaces de percibir la atrocidad moral que grita desde la pantalla (tanto más sonora por no estar explícita) no entenderemos nunca la esencia de Walsh”.


John Ford

Y claro, relampaguea con lujuria en el apartado que le dedica a uno de sus directores favoritos, por no decir al cineasta de su corazón: “El trabajo de Ford durante toda su vida es un manifiesto obsesivo sobre la intolerancia. Y, sin duda, cuanto más profundizó, menos se le entendió”. A propósito de Fort Apache, y concretamente de su final, Gallagher resulta esclarecedor: “…lo que demuestra Ford es que la leyenda no sólo es una mentira, sino también [la cursiva es suya] –lo cual es más importante- que las leyendas pueden ser producto de un sistema ideológico interesado especialmente en mentir, dando como resultado que personas buenas como nosotros acabemos convirtiéndonos en asesinos porque creemos hacer <lo que debemos>”. Y un párrafo más adelante concluye: “A Ford se le ha atacado –y siempre se le atacará, lo cual forma parte de su grandeza- porque se mostró menos interesado en denunciar la intolerancia que en explicarla”. Quizá debería haber escrito “revelarla”.


Cinemateca Portuguesa en Lisboa,
rúa Barata Salgueiro


Otro de los textos de Gallagher del que pude disfrutar lo encontré en un libro maravilloso sobre Roberto Rossellini, que os recomiendo fervorosamente a los que el director de Viaggio in Italia os haga latir más deprisa el corazón: el volumen de más de seiscientas páginas, pródigo en ilustraciones y en textos imprescindibles, que editó la Cinemateca Portuguesa para acompañar una retrospectiva integral de su filmografía a lo largo de los meses de febrero y marzo de hace dos años. Los mejores textos que se hayan escrito sobre Rossellini los podéis encontrar ahí: los de Rivette, Douchet, Godard, Rouch, Bazin… Roberto Rossellini y la invención del cine moderno de Alain Bergala, por ejemplo, constituye una lección iluminadora, fervorosa y magistral. Y además textos y correspondencia de Rossellini, entrevistas… El volumen de la Cinemateca Portuguesa es un libro tan valioso que sólo cuesta 35 euros, con eso queda todo dicho.



Y entre esos textos, Rossellini: Ingrid Bergman, Hollywood y Stromboli, de Tag Gallagher. Ya sabéis cuánto significó para mí Stromboli, representó un arrebato que no perdió una pizca del ardor con que me embargó la primera vez, en la casa de Felisindo junto al río hace casi cuarenta años. Pues bien el texto de Gallagher, que había publicado en el nº 40 de Trafic en 2001 y que esencialmente se corresponde con el capítulo 13 de su libro The Adventures of Roberto Rossellini. His Life and Films, editado en 1998, recorre la historia de amor y cine que representa una de las piedras miliares del cine moderno, desde aquella carta –un telegrama, en realidad- que la Bergman le escribe a Rossellini después de ver Roma, città aperta, y que, confesémoslo, todos desearíamos haber recibido: no hay óscar, ni palma de oro, ni concha, ni león que se le pueda comparar.


Ingrid Bergman, la imagen de la felicidad,
con Roberto Rossellini en Hollywood,
antes del rodaje de Stromboli

A través del texto de setenta páginas podemos seguir paso a paso la creación de Stromboli, desde el primer bosquejo hasta su estreno, pasando por el desarrollo de un rodaje que cartografía el método de trabajo de Rossellini y el desamparo que debió sentir Ingrid Bergman, aquella estrella de Hollywood perdida en una isla, a merced de un volcán no sólo geológico, y entregada en cuerpo y alma a una aventura completamente nueva para ella -aquello no tenía nada que ver con el cine que conocía-, y que acaba por revelar no sólo al cineasta sino también al hombre, o mejor, al hombre en el cineasta que fue.


Roberto Rossellini e Ingrid Bergman...


...en el rodaje de Stromboli


Para Gallagher, como denota ese “his life and films” con que acompaña los títulos de los libros que le dedicó a Ford y a Rossellini, las películas permiten descubrir al hombre que las hizo, pero la vida de ese hombre revela también las claves de su obra. No hay fronteras entre la vida y la obra de los grandes cineastas. Desde luego no la hubo entre la vida y los filmes de Rossellini. Por cierto, otra pieza estupenda que retrata al director de Paisà la podéis encontrar en Gentes del siglo de Indro Montanelli, donde se da cuenta de los preparativos de Rossellini para el viaje a la India.

Tag Gallagher es profesor de historia del cine en universidades americanas y ha publicado artículos en numerosas revistas especializadas. Si os manejáis con el inglés, podréis disfrutarlos en su web –donde ha colgado su libro sobre Ford para su descarga libre- o en la revista Senses of Cinema. Su amor por Ford le ha llevado a componer partituras musicales que interpreta al piano como acompañamiento de algunos de sus filmes mudos. Gallagher viaja por el mundo exhibiendo copias en 16 mm de las películas mudas de Ford de su propiedad: si las filmotecas del mundo requieren esas películas, deben incluir a Gallagher en el paquete, pagarle el viaje y la estancia, y de paso presenta esos filmes de su amado Ford.

Así lo conoció Pepe Coira cuando dirigía el CGAI y gracias a él puedo ofreceros un retrato de Gallagher: un tipo delgado, alto, de hombros hundidos, pelo largo enmarañado, vestido con una camiseta desleída a base de tantos lavados y unos pantalones vaqueros muy cortos –cortados a tijeretazos-, que permitían lucir unas piernas huesudas, y unas zapatillas. Un jipi de cincuenta y tantos. Los camareros de La Penela a donde Pepe Coira lo llevó a comer lo miraban como si se tratara de un pobre que hubiera recogido en las calles aledañas.

Hablaron de cine, claro. De Rossellini, por supuesto. De Ford, cómo no. Gallagher detesta el análisis textual. No soporta que se pretenda leer una película. Una película se mira. No diría yo que Pepe Coira detesta la semiótica de los filmes, digamos que no va con él. Escuchándolo evocar aquel encuentro con Gallagher puede uno hacerse una idea de cuánto sintonizaban y de lo bien que se lo pasaron juntos. Incluso llegaron a bosquejar un libro para gastarles una broma a tanto sesudo estudioso, de esos que escriben sobre las películas de tal forma que únicamente sean entendidos por los adeptos de la secta de matriz universitaria. Y por supuesto proclaman que la vida de los cineastas nada importa a la hora de entender sus películas.

Así que allí estaban Gallagher y Coira disfrutando de la sobremesa mientras tramaban un libro con que divertirse a cuenta de los críticos estreñidos y, de paso, demostrar lo mucho que la vida dice de las películas de los que las hacen. Y mano a mano empezaron a inventar una vida y una filmografía impactante aunque breve, sólo cinco películas, la obra de una cineasta coreana ciega.

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