[La fase del guión] Es el momento en que la película se aproxima y se aleja. El guión hace de detective de lo que será o podrá ser. Se intenta descubrir de qué modo se puede concretar. Aparecen confusas, contradictorias y burlonamente nítidas las primeras imágenes, estimuladas por cualquier cosa; son pretextos y ocasiones irrastreables. Luego esas imágenes vuelan: el guión hay que escribirlo, tiene que tener un ritmo literario, y el ritmo literario es diferente, no comparable con el cinematográfico.
Antes de ser director, trabajé en muchísimos guiones. Era un trabajo que a menudo me llenaba de melancolía o me hacía rabiar. Las palabras, la expresión literaria, los diálogos, son seductores pero empañan ese espacio preciso, esa necesidad visual que es una película. Temo al guión. Odiosamente indispensable. Para trabajar necesito establecer con mis colaboradores una complicidad de compañeros de escuela, con los mismos recuerdos, los mismos gustos, las mismas bromas, un aire de contestación, de irrisión del trabajo que habrá que hacer. Contra la película. Con los guionistas que han trabajado conmigo siempre he tenido la fortuna de realizar esta solidaridad de colegiales: con Pinelli, con Flaiano, con Zapponi, con Rondi, con Tonino Guerra.
Cuando tengo una idea de lo que podría ser la nueva película, hablo con ellos, como si se tratase de contar algo que en parte he visto, en parte he soñado y en parte ha sucedido realmente a alguien que conozco y que podría ser yo mismo. A partir de ese momento intentamos organizar nuestros encuentros. Es decir, intentamos vernos lo menos posible, y cuando nos vemos tratamos de que no haya una verdadera atmósfera de trabajo. Se habla de todo menos de la película. O como mucho se alude a la cosa como para exorcizarla, para domesticarla y que no nos haga sufrir demasiado. Un poco como los deberes de la escuela.
Cuando la historia comienza a dibujarse con mayor precisión, entonces no nos vemos más y nos dividimos el trabajo, cada uno promete escribir alguna escena y no es necesario recomendar la más amplia libertad en esta fase de la operación literaria porque, al estar dividido de este modo, el relato permite a cada uno de los colaboradores todas las soluciones y las seducciones posibles. Necesito un guión elástico, matizado y al mismo tiempo muy exacto allí donde las ideas están definitivamente claras.
Las cosas son más o menos así, no suceden exactamente de esta manera pero son ésas las cosas que están en juego cuando se afronta, de verdad, la escritura del guión de una película que nunca es (por más que Hitchcock, siempre tan mentiroso, se lo endilgara a Truffaut sin inmutarse y éste, interesadamente, ni siquiera acotó a pie de página en su famoso -estupendo y mentiroso- libro), nunca es, digo, la traducción a imágenes de un texto, sino más bien -aquí las palabras nos hacen un flaco favor- una transmutación, o transustanciación.
En definitiva, Fellini le pedía al guión, o mejor, a sus guionistas -y no podía ser de otra forma- lo imposible.
(Los dibujos son de Fellini)
¡Genial la foto del casting!
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