Me cuenta Manolo González que coincidió con Wim Wenders en Porto, en concreto en el FantasPorto. Bajaba Manolo con Carmen a desayunar en el Hotel Infante de Sagres y allí estaban: Paul Schrader en una mesa, José Fonseca e Costa en otra, Wim Wenders en otra más. Los tres, grandes cineastas, pero sólo con Wim Wenders tiene Manolo un vínculo cinéfilo, incluso emocional, sensitivo. Desde 1979 cambió bastantes veces de domicilio y de ciudad y de pueblo, pero siempre llevó con él un cartel de Alicia en las ciudades, uno como éste.
Alicia en las ciudades es un film de 1974, pero se estrenó en Madrid en abril del 79, o sea, hace treinta años dentro de un mes. Por aquel tiempo, Manolo estaba en Madrid. Solía escribirnos largas cartas en las que, cada tres o cuatro líneas, incluía una calcomanía (¿se sigue llamando así?) que cumplía la función de una palabra, aunque a veces la denotación se volvía intrincada, incluso jeroglífica. Pero hasta los jeroglíficos resultan de gran ayuda tratándose de la letra de Manolo. Con los años llegué a conseguir descifrarla con cierta destreza, pero aun así… En fin, no había carta donde faltara una recomendación imperativa, del estilo: “ya estáis dejando esta carta y leed El señor de los anillos” o “tenéis que ver tal película”.
Crédito del título de Alicia en las ciudades
Una de esas películas fue Alicia en las ciudades. Pero no se trataba de una recomendación más, por primera vez había encontrado no sólo una película que le entusiasmaba –el entusiasmo fue una palabra que se creó hace muchos, muchos años, pero pensando en Manolo-, sino que ésa era la película que le hubiera gustado hacer. Recuerdo como si fuera ayer, la emoción que transmitía aquella carta describiendo una escena con los personajes en el coche, de noche, en silencio. Sólo le escuché hablar con ese latido hondo de otras dos películas: En el curso del tiempo, también de Wim Wenders, y de Jonás, que cumplirá 25 años el año 2000, de Alain Tanner. Claro que también le gustaban mucho otras películas, pero esas tres constituían el triángulo de sus afinidades electivas. Esas tres películas resumían las claves de la poética cinematográfica que animaba a Manolo González.
El verano siguiente me habló de algunas escenas y de la estructura del filme que imaginaba en la estela de esos que tanto le habían conmovido. Después, la vida lo llevó a otros asuntos y él eligió otras prioridades. Pero la experiencia cargada de sentido de aquella película sobre el viaje de un periodista y una niña en coche por carreteras alemanas representó toda una revelación. Un viaje físico que constituía un descubrimiento, un camino de aprendizaje, una peripecia profundamente subjetiva. Una odisea íntima, como todos los viajes que valen la pena.
Por eso sé que, pese a la brevedad del encuentro con Wim Wenders, significó un momento valioso, memorable, precioso. Pudo decirle cuánto significaron para él esas películas, de alguna forma le transmitió cuánto le agradecía que las hubiera hecho, la felicidad que le habían deparado. Manolo se reía al relatarme que Wim Wenders exclamó: “Il y a longtemps…” (hablaban en francés). Y sí, supongo que hace mucho tiempo pero como si fuera hoy. Tanto Manolo como yo seguimos prefiriendo esas películas de Wenders (quizá con París-Texas) a cualquiera otras de su filmografía.
Fotograma de Alicia en las ciudades
Alicia en las ciudades se rodó en blanco y negro con una cámara de
Fotograma de Alicia en las ciudades
Wim Wenders ha hecho películas de todas las clases, pero aun ahora, por más lejana que sienta Alicia en las ciudades, sigue reivindicando las películas pequeñas, de bajo presupuesto, hijas más de la pasión que del cálculo. Creo que Manolo González se sintió alentado (y reconfortado) como hace treinta años, esta vez escuchando a Wenders de viva voz.
Y yo me alegro de que me lo contara y así, tras lo de ayer, poder contar esta historia sobre una hermosa clausura de un círculo en Porto.
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