10/5/10

El sonámbulo de Manitoba


Hemos visto My Winnipeg (2007) de Guy Maddin. Es una de las diez mejores películas de lo que va de siglo. No se me ocurre cómo decirlo en menos palabras. Llevaba tiempo detrás de ella y al fin pude verla. Gracias, Raúl. No se me va de la cabeza. Me pasa lo mismo que a Maddin con Winnipeg: ¿Cómo se va uno de su ciudad? Es lo que me pregunto tantas veces: ¿cómo se va uno de su aldea? No se puede, así de claro. Se podría si la aldea fuera un lugar, pero es un lugar cargado de tiempo, o sea, es un paisaje mental, es el adn de tu imaginario. Pues esa es la materia de My Winnipeg. De cualquier Winnipeg. De cualquier Innisfree. De cualquier Tui. De cualquier Areas. De la casa junto al río. Del hogar. Del regazo de la madre. De eso habla Guy Maddin. Porque junto a las imágenes fascinantes que remiten a Vertov y a Ruttmann, a Epstein y a Gance, a Buñuel y a Lynch, My Winnipeg también desgrana un texto en la voz del propio Maddin, cuya fricción con lo visible decanta un aliento poético que no recordaba desde Sans soleil de Chris Marker. Pero aún confesándose Maddin un vampiro cinéfilo, My Winnipeg es una obra con mirada propia, y pocas veces lo de propia está tan justificada.


Michael Burns, director de contenidos del Canal de Documentales de Canadá le encargó a Guy Maddin un proyecto con estas palabras: "Muétrame Winnipeg, tu Winnipeg". Y eso hizo Guy Maddin. Si tuviera que citar un filme-prójimo de My Winnipeg en cuanto a su concepción sería Amarcord de Fellini: imaginación memoriosa y memoria imaginada. Digamos que Maddin recuerda las cosas a su manera. El cineasta define My Winnipeg como un docu-fantasía. También podría describirse como un ensayo onírico de un viajero -el propio Maddin encarnado por un actor- de un tren a ninguna parte, incapaz de librarse de la ciudad y de la madre a las que ama y odia a partes iguales. Lo que ha sucedido y lo que podría haber sucedido, y aun lo que hubiera debido suceder -siempre el fatídico subjuntivo- devienen vías de conocimiento igual de útiles para el cineasta, un sonámbulo en la frontera del cine y la vida en Winnipeg, la ciudad con más sonámbulos del mundo. Entre la la realidad y el sueño, la mirada de Maddin construye una realidad delirante.

Guy Maddin

Quizá convendría una breve digresión a propósito de Guy Maddin, o dicho de otra forma, por qué Michael Burns le pide que (nos) muestre su Winnipeg. Maddin nació, cómo no, en Winnipeg, provincia de Manitoba, en el corazón del corazón de Canadá, una de las ciudades más frías del mundo. Y no sólo nació sino que vivió, se hizo cineasta, hace cine y vive. De niño, su pasatiempo favorito era ver santos -también los santos de los libros- y repasar una y otra vez los álbumes familiares. Es padre muy joven, a los 22 años, justo cuando muere su padre. Trabaja como archivero en los Archivos Provinciales de Manitoba, enterrado en imágenes de otro tiempo, fechando viejas fotografías, muchas de ellas tan deterioradas que si no fuera por él hubieran desaparecido en algún cajón ignoto. Allí comienza su viaje al pasado, allí cultiva su amor por las imágenes erosionadas por el tiempo, allí se cifra la iconografía que reconocemos en su cine. Entonces encuentra a dos profesores de cine fundamentales en su formación como cineasta: George Toles, que le puso en contacto con algunos libros esenciales, y Stephen Snyder -cineasta aficionado y experimental él mismo- en cuya casa verá los filmes de Stroheim, Keaton, Buñuel... Maddin pasa días enteros viendo películas en casa del profesor Snyder, viendo la misma película una y otra vez, y la misma escena hasta el infinito. Y cuando ha cumplido los treinta empieza a hacer películas. Hasta ahora ha realizado unas treinta, un tercio de ellas largometrajes. El humor, la experimentación y el mestizaje de géneros devienen elementos cardinales del cine de Maddin, un cine amasado con la experiencia de la infancia, con el amor y la ferocidad que le inspira Winnipeg. Cowards Bend the Knee (2003), Brand Upon the Brain! (2006) y My Winnipeg, por el momento, constituyen algo así como la trilogía sobre el cineasta y su ciudad.


My Winnipeg comienza con un viajero que se marcha de la ciudad en tren. Como una Odisea al revés, pero enseguida descubrimos que ese viajero no puede irse, tan sólo puede volver sobre los pasos -fósiles de nieve- en lo más crudo del invierno. Al fin y al cabo, despedirse es una forma de volver a casa: te ancla al tiempo que huyes. My Winnepeg transita, por tanto, entre la atracción y el rechazo mientras el viajero se adentra en su tren de sueños por el laberinto de la memoria de todo lo que he visto y he vivido/ todo lo que he amado y he olvidado. Guy Maddin concibe la película -así reza en los créditos, un filme concebido y dirigido por...- como un palimpsesto de historias enterradas y de ríos subterréneos que afluyen en -y desde- la infancia y que podríamos descomponer en tres estratos: la evocación del viajero -la voz de Maddin que nos guía a través del paisaje mental- al tiempo que se aleja de la sonámbula Winnipeg; la ciudad -con su historia oral, sus leyendas y sus mitos-; y la madre posesiva -encarnada por Ann Savage, la actriz de Detour de Ulmer- alrededor de la que Maddin reconstruye el hogar perdido, la cifra de su infancia, la llave de los sueños.


My Winnipeg deviene así un palimpsesto de la sensibilidad, del imaginario, de la mirada de Guy Maddin, y nos conduce a través de las arterias negras, los caminos secretos, los callejones traseros que no se incluyen en los mapas. Por eso el viajero -el cineasta- se pregunta en las últimas secuencias: ¿Cuánto durará Winnipeg sin mí?/¿Quién cuidará de sus pesares? Y por eso compone la película, como un regazo materno para la ciudad. Entonces podría irme en paz/ entonces podría irme adonde no hay fantasmas. Pero tampoco esa fuga se revela posible: ¿Cómo se puede vivir sin fantasmas?/ ¿Qué es una ciudad sin fantasmas? Quién lo sabe. Lo único que sabemos es que My Winnipeg es la ciudad de los fantasmas -de la infancia- del sonámbulo de Manitoba.

2 comentarios:

  1. Jeje, de Winnipeg es también el oso más famoso del siglo pasado (el XX, aún me suena raro decirlo así), Winnie, mascota del ejército canadiense durante la Gran Guerra. Como no podían llevárselo a las trincheras lo dejaron en el zoo de Londres, donde lo vio el hijo de Alan Alexander Milne, que acabaría inspirando las historias que su padre le contaría sobre Winnie Pooh.

    Con Guy Maddin acabo de tener un "fenómeno Baader-Meinfof" de esos; no lo conocía de nada hasta hace unos meses y, justo hace un par de días, me he visto "Archangel", una de sus primeras películas (que va muy en consonancia con todo lo que cuentas de esta: abigarrada, surrealista, tierna, divertida, cruel, con muchas referencias al surrealismo y el cine mucho...) , y justo ahora hablas tú de esta, uno de sus más recientes. Habrá que verla.

    Por cierto, ya hay subtítulos en castellano para "Die Feuerzangenbowle", la peli alemana rodada durante los últimos días de la guerra. Su pueden bajar aquí: http://www.opensubtitles.org/en/subtitles/3555609/feuerzangenbowle-die-es

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  2. Pues ya me has metido el gusanillo en el cuerpo, Daniel.
    Lo que tú comentabas acerca de mi entrada sobre Ángel Campos, me acaba de pasar con la tuya: me han entrado unas irreprimibles ganas de verla.
    Otra cosa será conseguirla pronto.

    Un abrazo

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