18/5/10
Aparecidos
Llevo unas semanas leyendo La guerra es bella, el diario del poeta James Neugass, un brigadista americano de la Lincoln durante la guerra civil española. Una entrada cada noche, que dure. A medida que pasan los años, cada vez me resulta más triste leer sobre la guerra civil y uno lee porque cree que debe saber lo que tan pronto se quiso olvidar, los unos por el aquel de borrón y cuenta nueva, y los otros por la soberbia de los que han vencido. Sin embargo, La guerra es bella es un libro que no resulta nada mustio ni pesaroso. Todo lo contrario. El propio título ironiza sobre aquello del futurista Marinetti -"la guerra es bella, porque inaugura el sueño de metalización del cuerpo humano"- y la prosa desgrana el coraje, la brutalidad y el asco que se amasan a ras de tierra durante la batalla con el hambre, la sangre, el sueño, el frío y los piojos. Neugass destila un humor corrosivo a la hora de contemplar la vida cotidiana de la guerra y nos transmite una impresión vívida y táctil del vértigo y la espera, que conjuga con anotaciones muy reveladoras de las relaciones entre combatientes a propósito, pongamos por caso, de la ética del tabaco:
Entre nosotros existe un intrincado sistema para el préstamo de tabaco. Todos estamos totalmente en deuda unos con otros. No es deshonroso negar la posesión de cualquier cosa que pueda ser fumada, pero es de pésima educación fumar delante de los que no tienen tabaco. Si recibes un cartón entero de casa, lo moralmente justo es distribuir la mitad y esconder el resto.
Si uno tiene un cigarrillo pero no tiene con qué encenderlo, y pide fuego a uno que no tiene cigarrillos, éste le cobra uno. Lo más sensato en ese caso es esperar hasta ver a alguien que esté fumando y pedirle fuego. Sin embargo, si el que fuma está en compañía de dos o tres hambrientos de tabaco, éstos tienen derecho a pedirte.
Si tienes un paquete entero en el bolsillo, es de locos enseñarlo. En lugar de eso, deslizas secretamente una mano en el bolsillo y pescas sólo uno.
Después del café de la mañana, los que no tienen tabaco tienen derecho a pedir las primeras caladas, las segundas y las colillas.
Como los internacionales, y en particular los americanos, tienen fuentes para conseguir tabaco del que carecen los españoles, el racionamiento de cigarrillos se ha vuelto un asunto políticamente delicado.
He de confesar que casi me han dado ganas de volver a fumar. Añadiré un párrafo de lo que Neugass, que conducía una ambulancia recogiendo heridos del frente -durante la batalla de Teruel, por ejemplo-, denomina arte de la guerra:
Cómo reparar un radioador que pierde agua: coger un huevo, vaciar el radiador hasta la mitad, encender el motor hasta que hierva el agua, romper el huevo y verterlo; los fragmentos taponarán los agujeros.
Neugass escribió el diario a mano en su cuaderno y lo mecanografió a su vuelta a Nueva York. La falta de sueño me ha embotado la memoria -escribe el 6 de enero de 1938-. Lo sé: debería ser capaz de recordar lo que he visto y hecho. Las frases tendrían que fluir por la punta de mi lápiz con la suavidad del aceite. Algo grande y algo terriblemente humano. Compasión y terror, piedad y dolor, todo entre labios marchitos. El manuscrito mecanografiado de quinientas páginas apareció en una librería de viejo de Vermont en 2000 y acaba de ser editado aquí por -mira por dónde- papel de liar.
Después de participar en la guerra civil española en la Brigada Lincoln, James Neugass se casó, tuvo un hijo, se ganó la vida como ebanista y más tarde como capataz de un taller mecánico. Escribió una novela, Rain of Ashes [lluvia de cenizas] sobre la historia de su familia en Nueva Orleáns y su traslado a Nueva York cuando era joven. La publicó en 1949, el año en que murió de un ataque al corazón el 17 de septiembre en la estación de metro de Sheridan Square, en Greenwich Village. Nunca mencionó su participación en la guerra de España, quizá para protegerse -y proteger a los suyos- en los años de la caza de brujas, cuando los brigadistas eran los rojos por excelencia y la piezas que los inquisidores suspiraban por cobrar.
Leo en El País del viernes -como estuvimos de viaje, tenía periódicos atrasados- que han encontrado una película de Cartier-Bresson sobre la Brigada Lincoln en el frente del Ebro. Y más que haya aparecido la película me sorprende dónde: en la oficina de la Brigada Lincoln en Nueva York. Que los brigadistas americanos tengan una sede, aún, me conmueve. Es más, ojalá lo hubiera sabido cuanto estuvimos en Nueva York hace unos años, cuánto me habría gustado pasarme por la oficina de la Brigada Lincoln y agradecerles que vinieran aquí y que resistan alli. Bien se ve que cuanto más insisten algunos en borrar la memoria, más los fantasmas del pasado insisten en volver y presentarse ante nuestros ojos. Como aparecidos.
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Tiene una pinta barbara, me lo apunto.
ResponderEliminarAdemás esta editorial me encanta
Pues muchas gracias por la recomendación y por el dato de la supervivencia de la Brigada Lincoln. Es increíble :)
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