4/5/10

Una casa con voces

Antonio Lobo Antunes

Buscando unos viejos recortes de prensa, encontré un par de carpetas con las crónicas de Lobo Antunes que aparecían en la última página de Babelia -el suplemento cultural de El País- desde 2001 a 2007 en sábados alternos -primero bajo el epígrafe de A pie de página y luego como La crónica-, o por lo menos pertenecen a esas fechas las más antiguas y las más recientes de las que conservo. Seguro que las recordáis. Podéis encontrar una selección en el Segundo libro de crónicas editado en DeBolsillo hace cinco años. La crónica quincenal de Lobo Antunes era uno de los placeres en los primeros años del siglo. El escritor se refería a esas crónicas como cositas sin importancia y que ventilaba el primer domingo de cada mes: dos crónicas, dos horas. Para mí son muy fáciles de hacer, y cuando las cosas te salen tan rápidas yo desconfío de ellas, no sé, no creo que sean muy buenas..., le confesaba a María Luisa Blanco en ese libro de Conversaciones con Antonio Lobo Antunes publicado por Siruela.

Pero no tiene razón -en lo de cositas sin importancia-, las crónicas representan una suerte de escritura autobiográfica -o de memorias-, como una habitación de diario, o una salita de estar, mientras que las novelas vienen a ser como sótanos o desvanes o habitaciones clausuradas que nosotros, lectores, abrimos mientras leemos sus páginas. Pero todas esas habitaciones forman parte de la casa de la imaginación que, como cuenta en esas Conversaciones con María Luisa Blanco, es la manera como arreglas tu memoria, o sea, una memoria arreglada -escrita- para que la escuchemos, porque la escritura de Lobo Antunes es una casa con voces. O quizá fue la impresión que me produjo el primer libro suyo que leí y que aún tenía el precio en pesetas: El orden natural de las cosas. Creo que ésa es la esencia de las novelas de Lobo Antunes: son territorios habitados por apariciones que te estaban esperando para decirte cosas, laberintos trazados para atraparte en una red de voces:

...me siento solo solo solo en esta cuarta planta de la Rua Ivens, oprimido por el peso de la infancia y por la angina de pecho,
cuando las voces del pasado, las voces de mis hermanas, las voces de las criadas, me rodean con su crepitación enternecida, con su vapor de palabras que no existe,
cuando sólo hay estos tejados que anochecen, el castillo que navega allí al fondo y las pastillas para la gota, para el reuna, para el corazón, para la vejiga, para el hígado, para la espalda, para la tos, para la acidez, de las que me alimento... (p. 185)

Cuando, después de detenerme, me metieron por primera vez en la ambulancia y pregunté adónde íbamos, me respondieron Esto es el viaje a China, muchacho, se tarda mucho tiempo en llegar, y desde entonces navegué de un lado a otro hasta anclar en Tavira, en el cuartel junto al mar donde no veo el mar, donde oigo las olas y no veo las olas, donde oigo los pájaros y no veo a los pájaros, de manera que comprendí que me habían mentido, que no estoy en Tavira, que no estoy en un cuartel, que no estoy en el Algarve, que atravesaron conmigo, sin que yo me percatase, un montón de países y de ríos, un montón de continentes, y me soltaron aquí, no en Portugal, sino cerca de la frontera con China, en un País semejante a los platos orientales de la abuela, con mujeres con abanico, pagodas parecidas a kioscos de periódicos, y arbustos inclinados hacia lagos con hibiscos que puentes delgados como cejas unen de margen a margen con una expresión de sorpresa. Comprendí que no habito en un cuartel sino en un cuenco de porcelana, guardado en el armario entre cucharillas de porcelana con dragones que enfilaban la lengua a lo largo del mango. Mi hermana Anita se quedaba pasmada ante los mandarines que sonreían en las tazas, mi hermana María Teresa recelaba de los budas de terracota... (p. 219)

Ahora que transcribo fragmentos de El orden natural de las cosas me cuesta dejar de copiar la prosa (¿o será la poesía?) de Lobo Antunes, por si a uno se le pegara algo de la partitura a la yema de los dedos. Escribir es una droga dura. El problema es cuando no escribes, cuando no trabajas todo lo que quisieras. (...) Yo me pongo plazos, por ejemplo: en tal fecha tengo que acabar la primera versión para empezar a corregir, en esta otra, la segunda versión..., etc., etc. Y si no estoy satisfecho del resultado sé que tengo que trabajar más. Y ésa creo que es mi obligación como escritor, ésa es la tarea del artista. Eso le dice Lobo Antunes a María Luisa Blanco. Eso nos dice. Y uno puede comprobar el minucioso proceso de corrección sobre los folios con el membrete del Hospital Miguel Bombarda de Lisboa, en los que escribe con bolígrafo líneas apretadas de letra minúscula; véase si no las pags 120-121 de las Conversaciones. Aunque, confiesa, cuando empiezo un libro soy tan pobre como los muertos y tengo poca cosa en las manos.

Una de esas crónicas, la publicada el 12 de enero de 2002, se titula Receta para leerme. Lobo Antunes cree que sus libros no están hechos para ser leídos y que la única forma de abordar las novelas es cogerlas del mismo modo que se coge una enfermedad. Y más allá de la literalidad -la literatura siempre está más allá de la literalidad- creo que es una receta propicia. Cuando uno entra en una novela de Lobo Antunes, es como si llegara a tocar con la punta de los dedos el envés del alma mientras transita la oscuridad -y aun la negrura- de una habitación y allí, a ciegas, te hablan las voces. Y es como una fiebre benigna, como una gripe leve, que te acomoda el ánimo para la escucha íntima. Estás perdido en el libro, pero la fiebre misma te permite encontrar la llave con la que abrir la habitación invisible, donde se halla el sueño revelado por el texto. Donde uno encuentra lo que ni siquiera había imaginado que existía cuando, sin quererlo y casi sin advertirlo, uno escucha su propia voz entre las voces de la novela. Una novela que se parece a un poema más que a cualquier otra cosa. Y aunque no se parece a ninguna otra novela, aprendes a navegar la corriente del libro a mediada que lees. Porque si eres un buen escritor, dice Lobo Antunes, debes enseñar a tus lectores a leerte. Y entonces se encuentra uno como en casa en una casa con voces.

3 comentarios:

  1. Ostras Daniel, qué casualidad hoy mismo he empezado la relectura de Conocimiento del infierno, me apetecia ponerlo en mi blog, pero no lo recuerdo con precisión.
    Qué genial escritor.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, esta entrada me apetece tomármela como un homenaje. Me gusta mucho Lobo Antunes. Mucho. Comencé a leerlo en sus crónicas en Babelia. Luego he ido comprando algunas de sus novelas -o poemas-: No entres tan deprisa en esta noche oscura, Tratado de las pasiones del alma, La muerte de Carlos Gardel, Memoria de elefante, y otros. También el libro de María Luisa Blanco -que me encanta-. Me gusta la forma absolutamente personal que tiene la prosa de Lobo Antunes. Me gustan sus declaraciones. Soy un incondicional. Me alegra muchísimo que hayas escrito esta entrada.
    "Hago novela porque no sé hacer poesía", dijo. Qué no va a saber.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Pues así como he leído y disfrutado y aprendido mucho con los poetas portugueses, no me ha pasado lo mismo con los prosistas. Es una deuda que tengo pendiente y que a raíz de esta entrada tendré que empezar a pagarme cuanto antes.
    Empezando, gracias a ti, por Lobo Antunes.
    Me lo apunto para el verano.

    Un abrazo.
    Elías

    ResponderEliminar