13/5/10

Ojalá estuvieras aquí


Cada dos o tres años releo Los tres usos del cuchillo de David Mamet. Como lo tengo desde noviembre de 2001 supongo que lo he releído tres o cuatro veces. Cien páginas de letra grande que casi se podrían leer en la librería en un cómodo sillón, como los que había en la Shakespeare and Co de París. O en el suelo, recostado en los anaqueles, en algún rincon silencioso, como aquellos adolescentes que me encontraba en algunas librerías de Nueva York, como escondidos o parapetados en las barricadas de las estanterías, abismados en algún libro que quizá les cambiara la vida, a esa edad en que un libro te puede volver del revés la cabeza como un calcetín. Uno ya no está en esa edad, los libros que nos removieron las entrañas ya hicieron su trabajo. Ahora, como mucho, ya sólo queda ser fiel a lo que esos libros nos descubrieron. Podría decir lo mismo de las películas que, más que verlas, me (nos) vieron. Y si releo Los tres usos del cuchillo es porque a veces siento la necesidad de recordar (y recuperar) el sentido de la escritura. De ahí el subtítulo de la obra de Mamet: Sobre la naturaleza y la función del drama. Del teatro. Del cine. Y cuando uno ve In Treatment o Hermanos de sangre o The Wire o Los Soprano o Mad Men, pues también de la televisión.

Cuadernos de notas de David Mamet

Recordar que escribimos historias de alguien que no eligió vivir esa historia, sino que el destino lo eligió a él. Que la historia lo arrastrará a luchar contra el mundo aunque carece del poder y no dispone de más armas que su voluntad de resistir. Que es esa resistencia, ese deseo inquebrantable de llegar hasta el final, lo que nos emociona. Porque vivimos en un mundo a medias salvaje y fascinante, corrompido y asombroso, despiadado y apasionante, donde la justicia brilla por su ausencia, y el drama y el cine y -ojalá- la televisión tienen como propósito ayudar a que no lo olvidemos. Por eso, no importa que la obra nos resulte perturbadora, enrevesada o insólita, el caso es que nos haga pensar en ella un día, una semana o toda la vida. Y es -nos recuerda Mamet- porque no son obras nítidas, ni tampoco pulcras, pero hay algo en ellas que sale del corazón y es lógico que lleguen también al corazón. No salen de la razón ni de la conciencia, sino de las tripas y del corazón. Porque nos cuentan, no lo buenos o grandes que somos, sino la verdad, que estamos perdidos y nos sentimos solos en un mundo hostil. Pero aun así emprendemos la búsqueda de algo que queremos en una historia que no elegimos sin imaginar que en realidad descubriremos lo que no sabíamos que necesitábamos. Porque el teatro y el cine y la mejor televisión existen para adentrarse en los misterios del alma humana, cuya álgebra no tiene nada de consciente ni de racional. Si fuera consciente y racional, ni el teatro ni el cine existirían, resultarían superfluos; existen porque el alma humana es insondable. Por eso ni el teatro ni el cine sirven para cambiar el mundo. El teatro y el cine y las mejores series de televisión sirven para que vivamos las mismas historias que los protagonistas -de la misma forma que al escribirlas debemos experimentarlas (o revivirlas) en carne propia- y así el arte dramático eleva a autores y espectadores al estado de comulgantes. Todos somos compañeros de viaje. Y hemos aprendido juntos qué pequeños, qué impotentes, qué poca cosa somos. Pero haberlo compartido devuelve la paz a nuestro pobre corazón.


David Mamet en el rodaje de
El cartero siempre llama dos veces

De todas esas cosas habla Mamet -talmente parece que nos está hablando- en Los tres usos del cuchillo, y mucho mejor, sobra decirlo, de lo que yo pueda reflejar aquí. Como cuando traduce la emoción y el reconocimiento que nos depara el final del drama, cuando la verdad -que ha sido omitida, pasada por alto, desdeñada y negada - se impone... porque la obra toca a su fin cuando se desvela lo que se mantenía oculto y nosotros sentimos la plenitud porque recordamos. Evocamos cuando el mundo estaba trastornado. O sea, cuando reinaba la mentira, porque ése es el tema del drama, la mentira -o la máscara-. Recuerdo que Rohmer subrayaba que no se mentía lo sufiente en el cine. Por eso, cuando termina el drama y la mentira salta en pedazos, conseguimos mantener a raya la confusión, la rabia y la amargura que nos embarga en la noche (de los tiempos) que vivimos. Porque recordamos y revivimos la experiencia de la historia que acabamos de contemplar. Y entonces conviene hacer un alto de vez en cuando y escuchar un blues de Leadbelly, por ejemplo. Pero la verdadera razón por la que vuelvo cada cierto tiempo a estas páginas es para no olvidar que la función del teatro y del cine y de las series de televisión -su única función- es compartir una experiencia con el espectador, ver juntos algo que nos concierne, sentir la verdad a flor de piel y echar de menos a los que no están a nuestro lado pero quisiéramos compartir ese momento con ellos, y pensar como tantas veces: ojalá estuvieras aquí.

1 comentario:

  1. Levaba un tempo fora deste mundo virtual, pero sempre que volvo entro pola porta desta escola porque sei que me peta onde arrincan as emocións, estimula os meus motores.
    Xa me tarda non mercar o libro de Mamet, pola que contas hoxe e por esa cita tan atinada do remate da entrada de onte onde ilustra a función do coitelo no drama comparándoo co papel do baixo na música, ao respecto deste papel non poderiamos estar máis de acordo.

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