A Blanco le gusta citar aquella réplica de Alan Alda, que encarna al productor que tanto irrita al documentalista interpretado por Woody Allen, en Delitos y faltas: Comedia = tragedia + tiempo. Las mejores películas de Woody Allen son tragedias vistas a través de un cristal de tiempo. O sea, comedias que llevan dentro una tragedia sometida a un reloj que dicta la distancia -para que no duela tanto que se ahogue la risa-. La mirada conjugada con el tiempo permite ver la tragedia con humor. O sea, disfrutar de la comedia. ¿Y cómo no vemos nunca por aquí a Woody Allen si no es por los comentarios de Blanco? Pues porque no me gusta el Woody Allen de este siglo. Y quizá no me gusta porque me gustaron tanto La rosa púrpura de El Cairo (1985), Delitos y faltas (1989), Maridos y mujeres (1992), Misterioso asesinato en Manhattan (1993) y Balas sobre Broadway (1995). También me gustaron mucho o lo suficiente otras películas como Annie Hall (1977), Broadway Danny Rose (1984) o Poderosa Afrodita (1995), pero aquellas cinco películas me parecen las obras maestras de Woody Allen. Y creo que Balas sobre Broadway es su película perfecta.
En Balas sobre Broadway no está el Woody Allen actor, aunque está Woody Allen por partida doble, es decir, con una doble encarnación: el dramaturgo novel, arrogante y ambicioso en la piel de John Cusack (David Shayne) y el matón de la mafia con instinto dramático en la de Chazz Palminteri (Cheech). Del magnetismo entre ambos polos, entre la realidad y la representación, entre la vida y la ficción, emerge una reflexión sobre la creación artística plena de ironía y cuajada con hondura. Bajo la aparende sencillez fluye una trama trazada con tiralíneas bajo los principios de la geometría del humor, esa rara perfección que antaño encontramos en Ernst Lubitsch, Howard Hawks, Preston Sturges o Billy Wilder, aquéllos que nos legaron obras memorables con una íntima tragedia en su interior, o sea, comedias.
La grandeza de Balas sobre Broadway surge de la sutileza y complejidad con que se enhebra la comedia en la falsilla del thriller, pongamos por caso como en Bola de fuego de Hawks, de la fricción entre el teatro -el montaje de la obra de David -el dramaturgo novel- y la vida real -el hampa-, y del dramaturgo insobornable que lleva dentro Cheech -el matón- y que la trama saca a la superficie. Claro, y de un reparto magnífico donde cada personaje tiene su momento de gloria, desde Dianne Wiest (Helen Sinclair) pasando por Jennifer Tilly (Olive Neal), Joe Vitarelli (Nick Valenti) o Tracy Ullman (Eden Brent). ¿Hace falta añadir que Balas sobre Broadway -una película perfecta- lleva dentro también un guión perfecto? Voy a decirlo ya: qué lástima que Woody Allen no pusiera punto y final a su obra como cineasta aquí y ocupara su tiempo en tocar el clarinete, escribir textos breves y pasear con sus hijos por Central Park. Ya lo he dicho.
y John Cusack, como David Shayne,
en Balas sobre Broadway
en Balas sobre Broadway
El gran guionista que fue Woody Allen se forjó trabajando en la NBC en los años cincuenta: Me convertí en escritor bajo las circunstancias más duras que uno pueda imaginar. Eso me lo enseñó Danny Simon [el hermano mayor de Neil Simon, fallecido en 2005, compañero de trabajo de Allen en la NBC]. Danny me sacó de mi mundo de fantasía y me metió de lleno en la realidad. de repente me vi en una situación en la que tenía que producir uno o dos sketches por semana. tenía que llegar allí por la mañana y ponerme a escribir. Nos pagaban mucho dinero por aquello y el trabajo tenía que salir sí o sí. Así que no tardé en descubrir que escribir no era algo que saliera así como así, sino que era un trabajo arduo y desesperante, y que para ello había que sudar la gota gorda. Efectivamente, muchos años después leí una frase de Tolstoi que decía: "Tendrás que mojar la pluma en sangre". Me ponía a trabajar a primera hora de la mañana y me dedicada a escribir y a reescribir lo escrito, me lo replanteaba, lo rompía y empezaba de nuevo. Me curtí a base de bien, nunca esperaba que me viniera la inspiración; siempre tenía que ponerme a ello y hacerlo. Me obligaba a ello.
Chazz Palminteri. como Cheech,
le repasa el papel a Jennifer Tilly, como Olive,
en Balas sobre Broadway
le repasa el papel a Jennifer Tilly, como Olive,
en Balas sobre Broadway
Bueno, tampoco es exactamente así. De eso habla Balas sobre Broadway, no basta con trabajar. También trabaja David -y fue a clases y a talleres de dramaturgia y leyó y...-, pero no está bendecido con el don que colma a Cheech, el artista con todas las letras. El artista nace, no se hace. Pero también muere. Es decir, puede ser un Cheech durante un tiempo y luego devenir David. Eso le pasó a Allen, fue Cheech durante diez años. Podría haber sido peor, en realidad, nuestra tragedia -y nuestra comedia- reside en que no somos Cheech, que en el mejor de los casos sólo somos David Shayne. Dejémoslo aquí.
Pero conviene recordar que en el quicio de aquellos años maravillosos de Allen hizo aquella película extraordinaria, Maridos y mujeres, una película donde se conjuga una extrema lucidez y una sinceridad en la introspección como nunca en su filmografía: es la obra de un gran dramaturgo que rueda la película a tumba abierta. Es lo más cerca que Allen estuvo de su admirado Bergman.
Y después hizo aquella película de una ligereza engañosa, Misterioso asesinato en Manhattan, donde Woody Allen y Diane Keaton- encuentran en el thriller que investigan el fuego que ya ha desaparecido de su matrimonio. Lucidez y ligereza que se conjugan en la sencilla perfección de Balas sobre Broadway donde cada secuencia nos bendice, al menos, con una carcajada -como aquella que provoca la réplica del gánster a Olive, su amante: Tú te quejarías aunque te ahorcaran con una soga nueva-, en la encrucijada de la ficción y la realidad, o mejor, allí donde la representación ha de consolarnos de la vida pero que, en realidad, acaba desenmascarándonos -trágicamente- al ponernos el espejo a la distancia justa para que nos contemplemos y con el tiempo necesario para que, desde el dolor, asome la risa o, al menos, la sonrisa.
Fueron tan grandes aquellas cinco películas, son tan memorables, que las del nuevo siglo empequeñecen y envejecen nada más verlas. Y, tratándose de Allen, duele. Así que ya puedes descansar, Woody. Te lo mereces.
P.S. Y uno estará aquí para comerse las palabras si resulta que el Cheech que había en Woody no ha muerto, sino que sólo ha desaparecido, como el Guadiana, y vuelve a asomar el cineasta cuyas películas aguardábamos cada año. Como agua de mayo.
Esto deberíamos charlarlo durante una rica comida regada con un buen vino. (conozco un sitio).
ResponderEliminarNo me lo mates a Woody. Acerca de las cinco maravillas que elegiste, nada tengo que decir. También están entre mis favoritas. Balas sobre Broadway seguramente es perfecta (acabo de reparar en que es la única que no tengo en nuestra Allenteca). Pero del siglo pasado también me gustan pelis como Broadway Danny Rose, Otra mujer, Celebrity... Y de este siglo, me gustan mucho La maldición del escorpión de jade, Melinda y Melinda, Match Point. No sé si alcanzan el nivel de aquellas cinco, pero es que el listón está altísimo.
De todos modos, hablo desde la ceguera que me produce este hombre. Incluso en Vicky, Cristina, Barcelona, encuentro cosas rescatables. Pocas. También en la última, aunque mi ceguera no llega a permitirme compararla con Delitos y faltas, o con Misterioso asesinato en Manhattan.
Espero que tengas que comerte tus palabras con la próxima de Woody.
Un abrazo.
Yo me apunto a esa comida.
ResponderEliminarNo estaría mal que el maestro Daniel Domínguez se tragara sus palabras.
Yo creo que a Woody se le ama o se le odia, no hay término medio.
ResponderEliminarYo le amo, pero no lo soporto a él como actor. Me exaspera, no puedo con él.No me gusta su aspecto ni su voz.
Pero bueno, aún así si hay comida y tal pues oye, me dais un toque.