1/4/09
El ejército rojo
Ya verás como todos estos sufrimientos que estamos pasando tienen su compensación muy pronto y verás como no se nos acaba ya nunca la felicidad (...). Tienes que llegar a comprender que con la guerra que nos han traído no defendemos más que el porvenir de los hijos que hemos de tener. Yo no quiero que esos hijos nuestros pasen penalidades, las humillaciones y las privaciones que nosotros hemos pasado, y no solamente nuestros hijos, sino todos los hijos del mundo que vengan. A tus hijos, a mis hijos, les enseñaré a trabajar, sí, porque el trabajo es lo más digno en el hombre, pero a trabajar con alegría y sin amos que los hagan sufrir con insultos y atropellos. Tengo muchas ganas, nena Josefina, de tener hijos contigo. Mi mayor alegría la voy a tener el día que tú me asegures que voy a ser padre, que vas a ser madre.
Miguel Hernández le escribía esta carta a su mujer, Josefina Manresa, seis meses después de que empezara la Guerra Civil. El poeta no podía vivir sin las cartas de Josefina, se quejaba en la correspondencia de que no le contestara a vuelta de correo, y con cartas más largas. Miguel Hernández había combatido en la defensa de Madrid y era un comunista. En el transcurso de la guerra, miliciano de la cultura en tantos frentes, escribirá algunos de los poemas más hermosos de sus tiempo, como la Canción del esposo soldado, por ejemplo. O El niño yuntero, un poema que en mis primeros años de maestro les hacía aprender a los alumnos; hay quien, como el filósofo Ricardo Costas, aún la recuerda verso a verso.
En los primeros días de marzo de 1939, Miguel Hernández se encuentra en Madrid. Se niega a recibir asilo diplomático en alguna embajada. El 7 de marzo despegan desde Monóvar (Alicante) Rafael Alberti, María Teresa León, La Pasionaria, y otras figuras relevantes del PCE y del gobierno de la República. El día 9 de marzo Miguel Hernandez se marcha de Madrid camino de su pueblo, Orihuela. Cinco días después tras un viaje a pie y, a veces, en carro ya está cerca. Pero pasa antes por Valencia para recoger el original de su libro El hombre acecha ya impreso, pero sin encuadernar en los talleres de la Tipografía Moderna. Miguel Hernández no verá su libro publicado.
Su biógrafo José Luis Ferris (Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta.) escribe: "Miguel [Hernández], que había entrado en el Partido Comunista de la mano de María Teresa [León] y Rafael [Alberti], que había estado unido a los altos mandos del ejército republicano [Enrique Líster, Valentín González El Campesino], que había sido poeta-soldado al lado de la Troika del Komintern en España -Togliatti, Feodorov, Stepanov, Vittorio Vidali-, no fue tenido en cuenta por ninguno de sus camaradas (...) y era abandonado a su suerte..."
Y en Orihuela busca refugio Miguel Hernández aquel 1 de abril de 1939, cuando la guerra termina oficialmente. Luego vendrá la huida, su captura, la cárcel, las cartas que nunca dejó de escribir a su mujer, las preocupaciones por la salud de su hijo Manuel Miguel, las Nanas de la cebolla y la muerte en 1942.
Hoy que se cumplen setenta años del final de la Guerra Civil nadie se acuerda del poeta que, cuando llegó la derrota, se fue a su pueblo. Creo que aunque le hubieran reservado un asiento en aquellos aviones que despegaron de Monóvar con la flor y nata del PCE tampoco lo aceptaría, era comunista y poeta, y conservaba intactas la inocencia y la vergüenza. Y se quedó, como Matilde Landa que, por disciplina comunista, mientras los franquistas ocupaban Madrid, ella se disponía a reconstruir el Partido. Y tampoco nadie se acuerda de ella, a la que Miguel Hernández había dedicado un poema.
Pero sí se acordaban los franquistas aun mucho después. Tengo aquí al lado un ejemplar manoseado y agrietado de la Antología de Miguel Hernández de la ed. Losada, la sexta edición de 1973. Anoté el día que lo compré, 18 de febrero de 1974. De esa antología seleccioné una docena de poemas y montamos un recital en la Residencia de Estudiantes de Pontevedra aquel mismo año. Pero Miguel Hernández aún levantaba ampollas y lo prohibieron. Aquí queda uno de esos poemas, del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941):
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristres, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristres, tristes
Miguel y Matilde, emblemas memorables de aquel pudridero que era España, preñado de sangre, muerte y derrota. Combatientes de aquella República que el último parte de guerra calificó de "cautivo y desarmado ejército rojo".
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