24/4/09
Lo que perdimos
Si echo la vista atrás a eso que suele llamarse cine clásico -americano-, caigo en la cuenta de que buena parte de mis películas -de género- favoritas se hicieron en la década de los cuarenta: Pursued y Al rojo vivo de Walsh, The Ox-Bow incident y Cielo amarillo de William A. Wellman, La mujer del cuadro y Perversidad de Fritz Lang, Laura y Ángel o diablo de Otto Preminger, Forajidos y El abrazo de la muerte de Robert Siodmack, Luna nueva y Tener y no tener de Howard Hawks. Pero si hablamos de películas de serie B el cineasta por excelencia del los 40 es Jacques Tourneur: La mujer pantera, Yo anduve con un zombie, El hombre leopardo, Canyon Passage, Retorno al pasado... Las tres primeras son clásicos del cine de terror, la serie B por excelencia de los 40.
Si hay alguna película que cuente -o mejor, que documente- cómo se hacían las películas de serie B en Hollywood en los 40, esa película es Cautivos del mal (The bad and the beautiful, 1952). La escribió Charles Schnee, la dirigió Vincente Minnelli, la protagonizó Kirk Douglas, y Gloria Grahame hace un pequeño papel inolvidable. Es una de las mejores películas sobre el mundo del cine y un espléndido y asfixiante melodrama. También es una lección de cine donde el encuadre, la luz, los movimientos de cámara, los movimientos de los personajes, los diálogos, el vestuario, el decorado, el attrezzo, y el mínimo detalle de cada secuencia contribuyen a dotar a la puesta en escena de una capacidad reveladora del subtexto que alimenta lo que vemos en la pantalla, es decir, que contribuye a que emerja en la mente del espectador la parte sumergida -enterrada- en la visibilidad de cada momento dramático del filme. En definitiva, es una lección de cómo se dirige una película, o de lo que significa dirigir, de lo que representa el oficio de director de cine. O al menos de lo que representaba en la era del cine clásico.
Cautivos del mal cuenta el ascenso y caída, las luces y sombras, el genio y el reverso tenebroso de un productor de cine, un personaje inspirado en algunos de los productores de Hollywood más significativos. Una de las escenas memorables del filme de Minnelli es aquélla en que el productor y el director, abrumados por el encargo de realizar "La maldición de los hombres pantera" -una película de serie B con cuatro duros y unos penosos disfraces- se refugian en una sala de proyección vacía para concebir alguna idea con que meter miedo en el cuerpo a los espectadores. Entonces salta la chispa y Kirk Douglas le pregunta a Barry Sullivan: "¿A qué crees que le tiene más miedo la gente?". El productor no espera una respuesta, se levanta, acaba de encontrar el germen de la idea que buscaba: "A la oscuridad. En la oscuridad, todo cobra vida, Fred". Así que fuera los hombres pantera. Pero ¿qué ponemos en la pantalla? Las consecuencias de los ataques de los hombres pantera -unas plumas arrancadas-, el síntoma de su presencia -unas garras que brillan en la noche-, las reacciones ante su presencia invisible -una niña que grita-... Y ante nuestros ojos -y en nuestra imaginación- surge la película que ellos imaginan a su vez en la pantalla. Y Vicente Minnelli lo logra utilizando las mismas herramientas que los hacedores de "La maldición de los hombres pantera" emplearán en la fabricación de la película, proceso que ya no vemos, porque ya lo hemos visto (porque ya ha emergido en nuestra imaginación) mientras el productor y el director la inventaban en la sala de proyección, proyectando -valga la redundancia- las ideas en la pantalla vacía que nosotros nos encargábamos de llenar. Es el arte de la elipsis. El arte del cine de serie B. El arte del cine clásico.
Esta escena se inspiraba en la obra del productor de La mujer pantera, Yo anduve con un zombie y El hombre leopardo que dirigió Jacques Tourneur. Se llamaba Val Lewton y durante los años 40 trabajó en la RKO -más concretamente de 1942 a 1946, mientras Charles Koerner fue jefe de producción del estudio- a cargo de una unidad de bajo presupuesto dedicada a fabricar películas de terror. Añadamos a la lista El ladrón de cadáveres y La maldición de la mujer pantera de Robert Wise, El barco fantasma y Bedlam de Mark Robson (que había montado los filmes de Jacques Tourneur), entre otras. Pura serie B. Pero ¿quién era el tal Val Lewton?
Val Lewton había nacido en Yalta, donde Chejov había vivido los últimos años, en 1904, justamente el año en que murió el autor de El jardín de los cerezos. Se llamaba Valdimir Ivan Leventon. A los siete años su madre lo lleva a Nueva York. Será su tía, la actriz Alla Nazinova, quien le recomiende cambiar su nombre por el de Val Lewton. Estudia en Columbia, trabaja como periodista, escribe historias cortas, novelas -incluso una pornográfica- y durante seis años trabaja en las oficinas de la MGM en Nueva York escribiendo serializaciones de películas. En 1934 consigue trabajo como consultor de guiones en la productora de David O. Selznick y se traslada al Oeste. Allí lee material, redacta informes, escribe y reescribe guiones, busca documentación... Val Lewton trata de disuadir a su jefe respecto a la adaptación de Lo que el viento se llevó y acabará ideando la escena de la estación de Atlanta, pero la película provoca el desencuentro definitivo entre ambos y Selznick lo despide. Entonces le llega su oportunidad en la RKO cuando Koerner le ofrece dirigir su propia unidad de producción.
Las películas de Val Lewton para la RKO no debían superar los 150.000 dólares de presupuesto y dentro de esos márgenes -y de los del género de terror- Koerner le otorgaba libertad artística. Se rodeó de un equipo estable con los guionistas DeWitt Bodeen, Ardel Wray y Philip McDonald, los directores Jacques Tourneur y Robert Wise, el músico Roy Webb, el director de fotografía Nicholas Musuraca y el montador Mark Robson. La mujer pantera -con un guión de DeWitt Bodeen, basado en un argumento que tramó con Val Lewton- costó aún menos, 134.000 dólares, se rodó en 24 días y consiguió cuatro millores de dólares de beneficio. No sería exagerado decir que gracias a esta película de serie B la RKO se salvó de la bancarrota a la que habían conducido, entre otras razones, sonoros fracasos en taquilla de Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento de Orson Welles, una misión para la que había sido contratado Koerner.
El cine de Val Lewton alcanza dosis insólitas de ambigüedad en el tratamiento de los elementos fantásticos, inocula la pulsión sexual y el instinto de muerte en la pasión amorosa, y despliega metáforas y sugerencias preñadas de sensualidad para narrar los conflictos de seres escindidos entre el deseo imperioso y la represión de los impulsos, y que afloran (y se desbordan) en la vertiente fantástica, hasta el punto de subvertir el propio clasiscismo en que se enmarcan las ficciones que fabrica y de amenazar con romper las costuras del relato mediante un uso de una caligrafía de sonidos, sombras y elipsis de extraordinaria potencia simbólica.
Tras su etapa en la RKO, Val Lewton trabajará en la Paramount, la MGM y en la Universal. En su época de guionista, James Agee -crítico de cine y escritor-, le espetó a Dore Schary, patrón de la MGM, que tenía entre sus empleados a uno de los más grandes cineastas americanos. Schary no podía imaginar que se estaba refiriendo a Val Lewton. Agge y Manny Farber fueron de los pocos críticos que supieron valorar cuánto cine asomaba por las rendijas de las elipsis que suturaban sus películas. Val Lewton murió en 1951 de un ataque al corazón, tenía 46 años. Era como sus personajes: bajo la piel de un "apacible bibliófilo", como lo definió Manny Farber en el obituario que le dedicó, hervían imágenes poseídas por fantasmas que germinaban en los sueños más oscuros y turbadores; como la niña solitaria de La maldición de la mujer pantera necesitaba alguien con quien jugar e invocaba a las criaturas que aguardaban su llamada al otro lado de la piel que nos separa de lo que tememos y nos tienta.
Imaginativo, visionario, con gran capacidad para la fantasía, creador de mundos donde lo onírico y lo real permean una frontera movediza, donde se enhebran amor y muerte, garras y sexo, en el reino de la oscuridad, Val Lewton creó películas de miedo que conmovían y consolaban a los espectadores en tiempos convulsos por más horrendos terrores; películas que representan viajes a lo desconocido, a lugares que olvidamos que existían, allí donde se encuentran los vestigios de lo que perdimos.
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