5/4/09

Mujeres


Ayer fui un valiente y me atreví a confrontar Jules et Jim con la memoria de la última vez que la vi hace treinta años. Hay películas que me tocaron fibras tan íntimas en su momento que prefiero envolverlas en el recuerdo y guardarlas en el cajón con aquellas pequeñas cosas de las que habla la canción. Y resisto la tentación de sacarlas de ahí por si no resistieran el paso del tiempo y la decepción pudriera la memoria íntima de las películas (que me vieron) al verlas otra vez. Pero ayer era el día de los valientes, vete a saber por qué, y vimos Jules et Jim. Otra vez. Una vez más.

¡Qué hermosa es! La película de Truffaut. Y Jeanne Moreau. No sólo no perdió nada sino que ganó los treinta años transcurridos desde la primera vez que la vi. Ahora la mirada se adentró más hondo en los pliegues de las formas y acarició los bordes allí donde significados esquivos aguardan el reencuentro. Lo que la primera vez apenas si presentí aparece ahora en la plenitud de su cruda belleza. Era como si advirtiera tras cada plano a Truffaut dirigiendo en trance la película de su vida. Porque Jules et Jim es de esas películas bendecidas por la gracia del cine, de ésas que nos otorgan el privilegio de advertir la secreta contigüidad entre lo que hay delante y detrás de la cámara, entre el cine y la vida. De esas películas que nacen de un acto de amor.

Es una película de 1962 pero me gustó saber que Truffaut empezó a hacer Jules et Jim el año en que nací, cuando sólo ejercía aún como crítico de cine y faltaban cuatro años para que rodara Los cuatrocientos golpes, su primer filme. En 1955, Truffaut encontró en una librería, entre otros libros de segunda mano, la novela de Henri-Pierre Roché titulada Jules et Jim, en realidad fue el título lo que le gustó, esa doble J, y el dato paradójico y misterioso de que se trataba de la primera novela de un hombre de setenta y cuatro años.

Truffaut tenía veintitrés años y esa novela de amor escrita en estilo telegráfico lo cautivó. En esa historia de dos amigos que aman a la misma mujer pero en la que no nos vemos obligados a elegir entre los tres personajes –o sea, un triángulo perfecto, que no deseamos que se rompa- ve la película que le gustaría hacer algún día. Unos meses más tarde, el 14 de marzo de 1956, escribe una crítica en Arts sobre un western de serie B de Edgar G. Ulmer, The Naked Dawn (1955), y, a propósito de los quince minutos de metraje donde los dos personajes masculinos se enamoran de la misma mujer, Truffaut introduce un homenaje al libro que tanto le gustaba: “Una de las novelas más bellas que conozco es Jules et Jim, de Henri-Pierre Roché, que nos muestra, a lo largo de toda una vida, el amor de dos amigos y su compañera común, tierno y casi sin heridas, merced a una nueva moral estética que nunca deja de ponerse a prueba. The Naked Dawn es la primera película que me invita a pensar que un Jules et Jim cinematográfico es posible”. Emocionado por el reconocimiento, Henri-Pierre Roché se pone en contacto con Truffaut, inician una correspondencia y se hacen amigos. El escritor morirá en 1959 sin haber visto la película, pero sí llegó a saber quién iba a ser la protagonista: unos días antes de morir, Truffaut le envía unas fotos de Jeanne Moreau.


Jeanne Moreau en Ascensor para el cadalso.

El cineasta llevaba por lo menos dos años poniéndole el rostro de Jeanne Moreau a la protagonista de Jules et Jim. La había conocido en el Festival de Cannes de 1957 en compañía de Louis Malle que preparaba Ascensor para el cadalso. Ese mismo año, Truffaut escribiría en Cahiers du cinéma que Jeanne Moreau “es el gran amor del cine francés”. Y añadía: “Señores productores y señores directores: denle ustedes un papel de verdad y tendremos una gran película”. Al poco de conocerla, el futuro cineasta le da a leer Jules et Jim y empezaron a verse a menudo para hablar de la novela. Pero Truffaut, recuerda Jeanne Moreau, no hablaba mucho y sobre todo intercambiaban silencios, por suerte empezaron a escribirse cartas. Y se ve que por escrito Truffaut era mucho más elocuente. Sobra añadir que se enamoró de ella. Alguien contó, quizá Godard, que la nouvelle vague es la historia de unos chicos tímidos y nada atractivos que se lanzaron a hacer películas para enamorar a las chicas que les gustaban. Qué mejor motivación.

Truffaut con Jean Gruault (a la dcha.) en el rodaje
de
L'enfant sauvage (1969)

Para ayudarle en la adaptación de Jules et Jim Truffaut buscó un cómplice: Jean Gruault. Habían coincidido muchas veces en la Cinemateca y su colaboración se prolongará a lo largo de toda la carrera del cineasta, aunque no en todas las películas. Desde Jules et Jim adoptan un método de trabajo que mantendrán en el futuro: Truffaut le remite a Gruault un ejemplar del libro anotado donde ha subrayado o señalado los pasajes que le interesan. El guionista redacta un primer guión excesivamente largo en el que el director trabaja para descubrir qué película quiere hacer. Luego ambos, armados con pegamento y tijeras, montan y desmontan secuencias, entresacan fragmentos de la otra novela de Roché, Les deux anglais et le continent, que usarán en Jules et Jim, cambian diálogos de una escena para otra… Así durante varias versiones de guión redactadas entre el verano de 1960 y la primavera de 1961.

Raoul Coutard en el rodaje de El soldadito
de Jean-Luc Godard

El 10 de abril de 1961 empieza el rodaje de Jules et Jim en Normandía con la dirección de fotografía de Raoul Coutard, uno de los cómplices esenciales en la materialización de las imágenes de la nouvelle vague; A bout de soufflé (1959), El soldadito (1960) y Vivre sa vie (1962) de Godard llevaban su firma. El equipo de Jules et Jim lo forman quince personas, una familia que late al ritmo del corazón de un Truffaut poseído por la película, atento a cada detalle, inspirado en las modificaciones que introduce respecto al guión, sensible para percibir los movimientos del alma de sus personajes, clarividente a la hora de introducir matices iluminadores en la puesta en escena, inventa y recompone muchas de las escenas de la película, la hace suya.



“La vida era unas vacaciones” se dice en un momento de Jules et Jim, algo así podría decirse de su rodaje. Y en el caso del director y la actriz se estableció una relación de extraordinaria intimidad. “Jeanne Moreau me daba ánimos cada vez que me invadían las dudas. Sus cualidades como actriz y como mujer daban vida real a Catherine ante nuestros ojos; era verosímil, alocada, desmesurada, apasionada, pero sobre todo era adorable, es decir, digna de adoración”, confiesa Truffaut. No diré más.

François Truffaut con Jeanne Moreau
en el rodaje de Jules et Jim.

El montaje de Jules et Jim se prolonga a lo largo de nueve meses y la música maravillosa de Georges Delerue aportó el grado de lirismo y melancolía que pedían las imágenes para convertirse en esa memoria que llueve intacta en el curso del tiempo sobre nuestras vida. La película se estrenó en enero de 1962. Y en abril en Nueva York. Fue la primera película que colocó a la nouvelle vague en el mundo, en el momento en que más lo necesitaba. En fin, historia del cine.


Y ahí sigue. Con nosotros. Luminosa, ligera, alegre, ágil. Pero también oscura, compleja, triste, reposada. Ya no la vemos como una película rompedora sino como un filme armado con desparpajo, inventiva y sabiduría, donde nada es rutinario ni complaciente ni convencional. Cine hecho con pasión, por las películas y por los libros. Una película libre, preñada de sentido de la fragilidad, incandescente de deseo y ansia de plenitud vital. Cómo no vamos a querer a Jules, a Jim, a Catherine. Cómo no vamos a amar sus sueños. Cómo no vamos a compartir el dolor. Cómo vamos a olvidarlos.

Me dijiste: te amo.
Te respondí: espera.
Iba a decirte: tómame.
Me dijiste: vete

(Off de Jeanne Moreau antes de que empiecen las primeras imágenes de los créditos de Jules et Jim.)

No la hemos olvidado. Jules et Jim nos recuerda en cada plano que estamos contemplando una declaración de amor. La obra de un hombre que amó el cine, pero que amó tanto o más a Jeanne Moreau. Y también a Françoise Dorleac (La piel suave, 1963), Julie Christie (Farenheit 451, 1966), Catherine Deneuve (La sirena del Mississipi, 1968), Kika Markham (Las dos inglesas y el amor, 1971), Isabelle Adjani (Diario íntimo de Adèle H., 1975) y Fanny Ardant (La mujer de al lado, 1981). La obra, en definitiva, de un hombre que amó a las mujeres.


1 comentario:

  1. La entrada se parece a la pelicula Daniel, en lo dulce y en lo cálido y en lo inolvidable...

    Gracias siempre. Un abrazo

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