¿Cómo se filma la pobreza? ¿Cómo se filma a los pobres? ¿Como se filma a quienes sólo poseen su imagen y nada más que su imagen? ¿Es posible una imagen justa de la pobreza? ¿O sólo es una imagen, una mercancía?
Esta mujer se llamaba Florence Owens Thompson. La fotografió Dorothea Lange en 1936 en Nipomo, California. Según contó la propia Lange tenía 32 años: Acababa de vender las llantas de su coche para comprar alimentos. Ahí estaba sentada reposando en la tienda con sus niños abrazados a ella y parecía saber que mi fotografía podía ayudarla y entonces me ayudó. Había una cierta equidad en esto.
Duele escribir la palabra equidad tratándose de un intercambio entre una artista y una modelo que no tiene nada más que su propia pobreza, una pobreza que seduce a la cámara -permítasenos la metonimia-. Cuando menos, se trata de un intercambio desigual. Como sea, la fotografía de Dorothea Lange se convirtió en el icono de una época, y aun de la fotografía del siglo XX.
Con el tiempo también se supo la verdadera historia tras la fotografía. En efecto, la mujer se llamaba Florence Owens Thompson, era una india cherokee que había nacido en 1903, se casó a los diecisiete años y tuvo seis hijos en menos de diez años, anduvo de un lado a otro con ellos, buscándose la vida. Hacia 1934 se fue a vivir con un carnicero con el que tuvo tres hijos más. En 1936, el carnicero, que se había quedado sin trabajo, Florence y los niños subieron a un Hudson sedán y se fueron a buscar trabajo en las explotaciones agrícolas del norte. Cerca de Nipomo se rompió el radiador. El carnicero y los niños mayores se fueron a buscar ayuda. Cuando volvieron, Florence les contó que una mujer había estado haciendo fotos. Según uno de sus hijos, siempre se sintió estafada por aquella mujer que se había aprovechado de su penuria. Tampoco era cierto que hubieran tenido que vender las llantas, ¡si eran las únicas que tenían! Pasaron los años. En 1983, a Florence le detectaron un cáncer y un hijo, aprovechándose de que la foto de su madre era un icono, promovió una campaña de ayuda económica para ella a través de un periódico y consiguió reunir treinta y cinco mil dólares. En una entrevista, Florence aseguró que lo que más le ofendía de la foto que "le robaron" fue que la fotógrafa ni siquiera le preguntó su nombre. Murió en septiembre de 1983. En la lápida se lee: "Madre emigrante. La leyenda de la fortaleza americana". Un icono del siglo XX. Entre la historia y la leyenda, ya se sabe.
Quién sabe si la crisis económica que vive el mundo tendrá un corpus de imágenes como la aquélla con la que se la compara, la del 29 del siglo pasado, que causó la hasta ahora conocida como la Gran Depresión. Entre 1935 y 1939, Dorothea Lange, Walker Evans, Ben Shahn, Russell Lee, John Vachon, Jack Delano, Arthur Rothstein... fotografiaron a quienes lo habían perdido y se habían echado a las carreteras de USA en busca de un trabajo, de un hogar, de una esperanza.
James Agee y Walker Evans documentaron la pobreza de los campesinos en Alabama, el profundo Sur, durante el verano de 1936, en un libro único Elogiemos ahora a hombres famosos que no se publicó hasta 1941 y pasó sin pena ni gloria, con el tiempo se convirtió en un libro de culto sobre la pobreza embalsamada por el arte.
Agee escribió este preámbulo para el libro con Walker Evans: Me parece curioso, por no decir obsceno y absolutamente aterrador, que a una asociación de seres humanos reunidos por la necesidad, el azar y el provecho en una compañía, un órgano del periodismo, se le ocurriera hurgar íntimamente en las vidas de un grupo de seres humanos indefensos y lastimosamente perjudicados, una familia del campo, ignorante y desvalida, con el propósito de exhibir la desnudez, desventaja y humillación de estas vidas ante otro grupo de seres humanos, en nombre de la ciencia, del "periodismo honesto" (...) Todo esto, repito, me parece curioso, obsceno, aterrador e insondablemente misterioso. Hacia el final del preámbulo, que constituye una de las más sinceros y descarnados descargos de conciencia y que no debe saltarse bajo ningún concepto si uno se adentra en este libro, Agee implora al lector: por el amor de Dios, no piensen en él [libro] como Arte. Todas las furias de la tierra han sido absorbidas con el tiempo como arte, o como religión, o como autoridad en una u otra forma. El golpe más letal que puede asestar el enemigo del alma humana es honrar a la furia. Agee sabía que no había equidad posible, que sólo cabía hasta donde fuera posible pedir perdón. Y sostener la esperanza. Y, en definitiva, respaldar las políticas liberales -aquí les llamaríamos socialdemócratas- del new deal rooseveltiano, ése era el programa ideológico que promovió la fotografía documental americana de los años 30.
Walter Benjamin, al que le encantaba la fotografía, veía sin embargo en las palabras la salvación de la imagen y pensaba que un subtítulo correcto bajo una imagen podría rescatarla de las rapiñas del amaneramiento y conferirle un valor de uso revolucionario. En ese sentido, el texto de James Agee para Elogiemos ahora a hombres famosos no sería más que un largo subtítulo que mostraba el camino para una "correcta" lectura de las fotografías.
Conferirle a las palabras la misión salvadora de las fotografías suponía admitir una certeza que el propio Benjamin había certificado ya en 1934 al advertir que la cámara ha logrado transformar la más abyecta pobreza, encarándola de una manera estilizada, técnicamente perfecta, en objeto de regocijo [estético]. Dicho de otra forma, la pobreza es tremendamente fotogénica y resulta propensa al regodeo por el aquel de la belleza. Más aún, el tiempo se encarga de despojar a la fotografía de la carga histórica -documental, moral- para conservar inmarcesible el aquel de revelar la belleza. Es inútil pedirle a una fotografía que hable, incluso que hable nuestra conciencia al contemplarla. Eso no significa que la fotografía sea inútil, significa que trabaja dentro de nosotros por caminos imposibles de trazar. Como cualquier otra imagen que nos afecte, aunque no sepamos exactamente cómo.
Tengo aquí al lado Sobre la fotografía, el libro de Susan Sontag. Compruebo que lo compré en la librería Michelena de Pontevedra el 2 de enero de 1986, casi cincuenta años después de que Dorothea Lange y Walker Evans (y tantos otros) hicieran las famosas fotografías. Recuerdo que lo leí como si me expusiera a una luz dolorosa. Subrayé muchos párrafos. Por ejemplo éste de la página 122: Contrariamente a lo que sugieren las declaraciones del humanismo a favor de la fotografía, la capacidad de la cámara para transformar la realidad en algo bello deriva de su relativa incapacidad como medio para comunicar la verdad. Si el humanismo se ha transformado en la ideología dominante entre los fotógrafos profesionales ambiciosos -desplazando las justificaciones formalistas de su busca de la belleza- es porque enmascara la confusión sobre la verdad y la belleza que subyacen a la empresa fotográfica.
La misma confusión es atribuible a los filmes de la productora -militante- neoyorquina Frontier Films que dio cobijo a los trabajos de Paul Strand, Pare Lorentz, Ralph Steiner, Herbert Kline o Leo Hurwitz. Los hermosos filmes de Pare Lorentz y Ralph Steiner, El arado que destruyó las llanuras (1936) y El río (1937) se siguen proyectando, ahora incluso en los museos, por la belleza -desoladora sí, pero belleza al fin y al cabo- que desprenden sus imágenes. Unas imágenes incapaces de sustraerse a su destino, no ya especular -que el tiempo acaba por triturar-, sino espectacular.
Y mira por dónde yo de lo que quería hablar era de Las uvas de la ira (1940), la película de John Ford sobre la novela de John Steinbeck cuyas imágenes -de Gregg Toland- son deudoras de las fotografías de la Gran Depresión. De los fotógrafos que nos revelaron para siempre que la pobreza es bella. Ellos, que querían mostrar la Historia. Y la furia.
Mañana será, os dejo la primera imagen del film, como una promesa.
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