3/4/09

Ya es mucho lo que se ve


Ese hombre que yace muerto en la nieve el día de Navidad de 1956 es Robert Walser, un escritor admirado, entre otros, por Franz Kafka, Robert Musil y Walter Benjamin. Había pasado casi treinta años internado en manicomios, los veintitrés últimos en el de Herisau y murió cerca de allí mientras daba uno de sus innumerables paseos. Unos niños encontraron su cuerpo.

blanco por la nieve el mundo me conmueve.
Y así, la nostalgia, antes pequeña y ahora grande,

se apodera de mí y se vuelve lágrima.


Robert Walser había nacido en Biel (Suiza) en 1878. Era el séptimo hijo de una familia de ocho hermanos. A los 14 años abandonó los estudios y ejerció los más diversos oficios: actor, librero, empleado de banca, secretario, archivero, incluso sirvió como criado en un castillo de Silesia. Vivió siempre sin domicilio fijo y con graves problemas económicos. Despreciaba la prosperidad, aborrecía el éxito y era incapaz de someterse a cualquier tipo de rutina o de atadura. Robert Walser se convirtió en un errante que cultivó el arte de desaparecer, en resumidas cuentas, de borrarse:

Si alguna vez una mano, una oportunidad, una ola, me levantase, y me llevase hacia lo alto, allí donde impera el poder y el prestigio, haría pedazos a las circunstancias que me hubieran llevado hasta allí y me arrojaría yo mismo hacia abajo, hacia las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.

En 1907 publica Los hermanos Tanner, una novela que comienza así: Una mañana, un joven de aspecto adolescente entró en una librería y pidió que le presentaran al dueño. Hicieron lo que deseaba. El librero clavó su penetrante mirada en el personaje algo tímido que tenía delante y lo invitó a que hablase. Quiero ser librero -dijo el juvenil principiante-, es un deseo muy intenso y no sé qué podría impedirme llevar a cabo mi propósito. Kafka solía leer algunos fragmentos en la oficina y le recomendó a su jefe que leyera a Walser. En 1909 publica Jacob von Gunten, la más querida por su autor.

En 1925 empezarían sus trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas con periodos agresivos. Su hermana Lisa, el único apoyo constante del escritor, le recomienda que ingrese en un manicomio. Ingresó, seguramente con alivio, en el manicomio de Walden en 1929, y cuatro años después sería transferido al de Herisau.



Entre 1924 y 1932 Robert Walser continuó escribiendo en cualquier papel que encontraba a mano -facturas, envoltorios, recetas- y a lápiz con una letra microscópica, textos que fueron descifrados a lo largo de quince años por Bernhard Echte y Werner Morlang, son los Microgramas que ha publicado en tres volúmenes, bajo el título de Escrito a lápiz, la editorial Siruela. Por lo general, antes de ponerme a escribir, me enfundo primero una bata de prosas breves, así comienza una de ellas. Prosas magistrales que conviene dejar en la mesilla de noche y leer día sí día no, aunque sólo sea para colmar el día con la bendición de la mejor literatura.




En 26 de julio de 1936 el editor Carl Seelig visita a Robert Walser en el manicomio de Herisau y dan el primer paseo juntos. Y pasearon mucho juntos a lo largo de diez años: El silencio de las calles tiene algo de amable y misterioso. ¡Para qué buscar otras aventuras! Walser disfrutaba de los cigarrillos, de las cervezas y de las largas caminatas -por algo en 1917 había publicado El paseo-. Y hablaban. Paseos con Robert Walser de Carl Seelig es uno de los libros que uno no descubre impunemente. Deja huella y si acaso te abre las puertas de la obra de un escritor que renunció a ser alguien en el mundo literario: Que un escritor se convierta en 'alguien' no hace sino degradarlo a la condición de limpiabotas.




En uno de los paseos, Robert Walser le habló a Carl Seelig a propósito de Hölderlin: Estoy convencido de que en su largo periodo final, no fue tan desdichado como se complacen en pintárnoslo los profesores de literatura. Poder dedicarse tranquilamente a soñar por los rincones, sin tener que estar haciendo los deberes todo el rato, no es ningún martirio. ¡Sólo la gente hace que lo sea!

A Kafka le gustaba leer en voz alta a su amigo Max Brod algunas prosas breves de Walser reunidas en su Vida de poeta. Como ésta, tan iluminadora:

Me crucé con unos cuantos carruajes, nada más, y en el camino comarcal vi algunos niños. No hace falta ver nada extraordinario. Ya es mucho lo que se ve.




1 comentario:

  1. vaia Daniel, levo unhas horas na escola, non sabía que poñías aulas aquí

    e foron unhas horas apaixonadas, cheas de descubertas e certezas compartidas, que sospeito pasarán a formar parte dos rituais diarios desta casa

    obrigado, meu mestre

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