14/4/09

14 de abril


Cuando era un niño mi padre me contó que, cuando él era niño y moría un anarquista o un comunista, enseguida lo avisaban para que llevara la bandera en los entierros civiles. Y todo porque tenía un pulóver rojo. Mi padre fue niño durante la República. Y mi primera imagen de mi padre niño fue el de un abanderado de pulóver rojo abriendo el cortejo fúnebre en el entierro de los rojos de Tui.
Cuando era un niño mi madre me contó que, cuando los fascistas estaban a punto de romper las defensas de los republicanos en Tui, su padre, o sea mi abuelo, arrió la bandera de la casa del pueblo de Areas, mi madre la planchó, la dobló con esmero, y mi abuelo fue hasta Tui para entregar la bandera en el ayuntamiento. Todo antes de que cayera en manos de los fascistas. En casa se quedó para siempre el pequeño arado de madera que culminaba el mástil de la bandera de la casa del pueblo, el emblema de lo que quedaba en pie de la República vencida durante toda mi infancia.
Tardé aún bastantes años en saber que aquellas banderas, la que llevaba mi padre en los entierros de comunistas y anarquistas, y la que mi madre planchó y dobló con primor, no eran la bandera de la República, sino la bandera roja de los rojos. Tiene su aquel que los franquistas percibieran la bandera de la República como la bandera de los rojos. Rojos peligrosos que tenían sus propias banderas.
Representa casi un símbolo de lo que aconteció con la República. Todos decían defenderla. Muchos se echaron a la calle para enfrentarse a los que querían destruirla. Muchos murieron defendiéndola, gritando ¡Viva la República! Pero en el fondo, la República no era su causa. En realidad, morían por una utopía cifrada en la bandera roja: la sociedad sin clases. Y ahora, tantos años después, sucede lo mismo. Todos los que celebran el 14 de abril, en realidad invocan algo de lo que la República apenas si representa un prólogo.
Como durante la transición. Aunque la democracia tenía muchos menos valedores de los que tuvo la República cuarenta años atrás. Ninguno de nosotros valorábamos la democracia -democracia burguesa, ¿os acordáis?-, simplemente la utilizábamos para alcanzar otro mundo, más justo, más igualitario, más fraterno. Lo de menos, o lo menos prioritario, era lo de más libre. Por eso aquello de No era aixó, companys, no era aixó… que cantaba Lluis Llach. Por eso ninguno de nosotros salió a la calle aquella tarde noche del 23 de febrero de 1981: no teníamos nada nuestro que defender. En fin, dejémoslo aquí.
Utopía y desencanto, que decía Magris.
Total, qué sola la República Española. Qué triste cada 14 de abril.

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