10/10/11

Con los ojos de Ulises


Le debo a mi padre tres libros. No son los únicos -cómo podría olvidar las horas encantadas entre las páginas de Alejandro Dumas (El conde de Montecristo), Zane Grey (Los jinetes de la pradera roja), James Oliver Curwood (El valle de los hombres silenciosos), Feminore Cooper (El último mohicano) o Julio Verne (Veinte mil leguas de viaje submarino)-, pero son los primordiales. De las deudas del Quijote y de La isla del tesoro ya he dado cuenta. Del tercero... El tercero fue por culpa de Ulises.

El episodio de Ulises y las sirenas, en una cerámica griega, 

en un mosaico de Túnez,  

en un manuscrito del siglo XIV, como metáfora cristiana 
(la Iglesia navegando por el mar de la herejía), 

en una ilustración del XIX,

en las pinturas de John William Waterhouse (1891)

y de Herbert james Draper (1909),

y en una de las ilustraciones de Marc Chagall para la Odisea

Bueno, no ese Ulises, el culpable fue este Ulises,


una película que debí ver a mediados de los sesenta, tendría nueve o diez años, en el cine Yut. Esa  misma noche, durante la cena, le hablé a mi padre con entusiasmo de los episodios que había contemplado en la pantalla: cómo Ulises ciega el único ojo de Polifemo con la afilada punta al rojo vivo de una estaca ; cómo se libra de embrujo de Circe para volver con Penélope (aunque las dos son la misma, las dos encarnadas en Silvana Mangano, qué perturbador ese rostro de dos mujeres, qué inquietante esa mujer de dos caras);



cómo resiste atado al mástil de la nave los encantos de las Sirenas; cómo Nausícaa lo encuentra en la playa, adonde el mar lo ha arrastrado tras un naufragio, y se enamora de él;

Ulises (Kirk Douglas) y Nausícaa (Rossana Podestà)

cómo llega al fin a Ítaca, se disfraza de mendigo, gana el certamen del arco y mata con la ayuda de su hijo Telémaco a los pretendientes de Penélope.Fue entonces cuando escuché por primera vez -y por boca de mi padre- que la historia de Ulises la había contado antes, hacía mucho mucho tiempo, como tres mil años o así, un tal Homero en la Odisea. Y se entretuvo aún, entre ducados y ducados, devanando hilos de otras historias de la madeja mitológica, de otros héroes, de otros dioses, de otros viajes legendarios, en busca del vellocino de oro o de una Eurídice cautiva en los infiernos, mientras se me hacía la boca agua.


En esta carretera arbolada (hoy día) entre Ezcaray y Valgañón (la fotografía es de Justo Rodríguez) rodó Erice una de las más bellas escenas de El sur, aquellos dos planos encadenados que conjugan la elipsis en la que Estrella se va como una niña y vuelve convertida en una adolescente. Los vecinos se refieren a ese tramo de la carretera como "la arboleda del Sur". En la película, Estrella recuerda: Vivíamos en las afueras, en una casa alquilada, La Gaviota. Estaba situada en tierra de nadie, justo entre el campo y la ciudad, al lado de un camino que mi padre llamaba "la frontera". Pero otra escena de "la arboleda del Sur" en los primeros compases de la película de Erice atesora un significado primordial  y me devuelve siempre a la infancia, ésa en que la niña aguarda en el columpio la llegada de su padre, con el oído atento al motor de la moto y, en cuanto lo escucha, corre hacia la frontera para que la lleve a dar una vuelta. Yo hacía lo mismo. A eso de las seis y media de la tarde cruzaba la carretera delante de casa para esperar a mi padre, que conducía el autobús -el número 23- de la línea Tuy-Pontevedra-Tuy (aún era Tuy con i griega), para ir con él hasta el empalme de Tebra donde daba la vuelta y conducía hasta el lugar donde lo dejaba estacionado por la noche. Pero a veces esperaba en vano, porque mi padre no llegaba, señal de que lo habían mandado hacer también la línea de los obreros y entonces volvía a las nueve o diez de la noche. A veces, cuando subía al autobús, me encontraba algún tesoro. Por ejemplo el balón con el que había jugado el Pontevedra con el Madrid el domingo anterior en Pasarón (¡Cuidadito, era el Pontevedra mítico del hai que roelo, el de aquella delantera con Fuertes, Martín Esperanza, José Jorge, Neme y Odriozola, nada menos!). Aquella tarde, unos días después del domingo del Ulises, encontré Las más bellas leyendas de la antigüedad clasica de Gustav Schwab, un libro de casi ochocientas páginas y tapas duras, editado por Labor con la traducción de Francisco Payarols en 1952, que aún tengo conmigo. 


Sobra decir que la primera de las bellas leyendas que leí fue la de Ulises; le dedicaba al relato de la Odisea más de cien páginas, y aquella versión extendida me gustó aun más que la película. Iba a tardar unos años todavía en leer la Odisea, de la colección Austral, en una traducción -literal, se apuntaba- de Lluís Segalá y Estalella.


He releído sus veinticuatro noches, como se refiere Robert Graves a los veinticuatro cantos de la Odisea, en distintas versiones, las de Carlos García Gual, José Manuel Pabón o José Luis Calvo Martínez. Como escribe Borges (que la había leído en inglés) en uno de sus últimos poemas: "...la Odisea, / que cambia como el mar. Algo hay distinto / cada vez que la abrimos..." Aquella primera vez, en la Odisea relatada por Gustav Schawb, descubrí episodios y personajes que habían quedado fuera del Ulises (1954) de Mario Camerini.

Kirk Douglas con Silvana Mangano en el rodaje de Ulises

Sólo volví a verla una vez, muchos años después en un pase por televisión. Es de esas películas de la infancia que se deben quedar allí, a salvo de nuevas luces. Creo que se trata de una película muy valorada por los amantes del peplum, entre los que no me cuento. En la adaptación de la Odisea intervinieron, además de Mario Camerini, otros seis guionistas: Franco Brusati, Ennio de Concini, Ivo Perilli, Irving Shaw, Hugh Gray y Ben Hecht. Un abarrote, vamos. Quién sabe a quién se le ocurrieron un par de ideas que se encuentran entre lo mejor de la película: haber convertido a Ulises en un viajero amnésico -el peligro de olvidar el regreso a Ítaca constituye, no sólo la mayor amenaza, sino el mayor mal al que el héroe se enfrenta en la Odisea- y hacer que los personajes de Circe y Penélope fueran interpretados por Silvana Mangano, que tanto me desasosegó la primera vez. Kirk Douglas le dedica un capítulo de sus memorias a la película; más allá de que se las tuvo tiesas con Camerini y que la escena más complicada de rodar fue aquélla en que el perro Argos reconoce a Ulises, por lo visto el can se negaba a acercarse al actor, no cuenta nada interesante. La verdad es que tampoco Douglas figura entre los actores que le gusten a uno; no debió haber pasado de secundario (como en Retorno al pasado de Jacques Tourner). Pero cómo olvidar la película a la que le debo el encuentro primordial con una de las más bellas historias que me han contado.

Jean-Pierre Vernant

Y me ha gustado que me la cuenten otros que también la han amado -y contado tan bien-, como Pietro Citati en Ulises y la Odisea, o Jean-Pierre Vernant -El universo, los dioses, los hombres- en menos de cincuenta páginas. Vernant participó en Resistencia francesa; comandante de la región del Alto Garona, luchó con los maquis republicanos españoles contra los nazis y dirigió la liberación de Toulouse el 19 de agosto de 1944. Quién mejor que un héroe de la Resistencia para contar las historias de los héroes griegos. El mito es un relato que viene  de la noche de los tiempos para alumbrarnos -y cobijarnos en su luz- en la noche de la Historia, un cuento que la memoria custodia, como la poesía que no podríamos olvidar, pero que sólo alienta y vive en la voz del narrador. A Vernant le gustaba contarle a su nieto cada noche un mito griego y hace diez años les relató a los niños de una escuela francesa la historia de Ulises -un relato que se recoge en Ulises / Perseo-, y les contó también que su interés por la mitología griega surgió de la fascinación por la Odisea, y sobre todo de la emoción que lo había embargado de niño al leer el canto que narra el encuentro de Ulises con Nausícaa (también era uno de los episodios preferidos del maestro)  y no olvidó nunca lo que le dice: Muchacha, no sé si eres una diosa o una simple mortal; si eres una diosa, seguramete serás Artemisa con sus sirvientas. Nunca he visto nada tan bello como tú, salvo cuando sentí el mismo estupor de admiración antaño, en Delos, cuando vi una joven palmera que se erguía, esbelta, directa hacia el cielo. Y a ti, te veo como esa palmera y tengo el mismo sentimiento de maravillada admiración. Y aun les confesó:

Yo vi eso, vi esa escena, el torrente, las muchachas lavando la ropa, Nausícaa. Más tarde, durante gran parte de mi vida me he sorprendido mirándolas así cuando topaba con ellas, con esaas jóvenes muchachas que no conocía, bellas, esbeltas y jóvenes, las miraba con los ojos de Ulises, como si fueran una joven palmera subiendo esbelta, directa hacia el cielo.

Mirar con los ojos de Ulises. Cuántos libros habré leído; cuántas películas habré visto con los ojos de Ulises, algunas de las más queridas amojonan esta escuela, las mejores lecturas de la Odisea, aun sin adaptarla, pero  que han germinado en la obra de Homero, pongamos por caso El hombre tranquilo y Centauros del desierto de Ford, Los cuentos de la luna pálida de Mizoguchi, En la ciudad blanca de Tanner o París-Texas de Wenders. Y El sur mismo de Víctor Erice; aunque nunca lleguemos al sur, nos basta su llamada.


La Odisea narra el mito del regreso al hogar, a la tierra natal, a las nacientes de la identidad. Por eso en la última noche se cuenta el episodio del reconocimiento de Ulises por su padre, cuando evoca lo que le enseñó de niño, aquellos diez manzanos, trece perales... que le regaló, enhebrando el presente con el pasado, el hombre que regresa después de un largo viaje con el niño que fue. Quizá sólo alcancé a comprender la trascendencia de esa escena cuando volví a leerla tras la muerte de mi padre, quizá sólo entonces llegué a ver -de verdad- con los ojos de Ulises.

El sacrificio de los bueyes de Helios 
de Marc Chagall

Toda verdadera odisea se cifra en el regreso, en la vuelta a casa, aunque ya no haya un hogar al que regresar como en The Lusty Men de Ray,


aunque de Ítaca ya sólo queden ruinas tras los desastres de la última guerra (de los Balcanes) y la derrota de las utopías como el La mirada de Ulises,


o unos niños viajen a la intemperie en busca un padre que no existe como en Paisaje en la niebla, ambas de Angelopoulos,


aunque sólo se vuelva para despedirse de la infancia como en Amarcord de Fellini o en Fanny y Alexander de Bergman.

Ulises frente a Escila y Caribdis de Füssli

Sólo que, mientras regresa, Ulises se enreda en un viaje laberíntico. Ruega que tu viaje sea largo, dice aquel verso de Cavafis. Y nuestro héroe invierte diez años en volver de Troya a Ítaca, una singladura que podría navegarse en unos pocos días. Una idea de laberinto como instante dilatado que Godard materializa en Le mépris, una película sobre el rodaje de una adaptación de la Odisea dirigida por Fritz Lang. Más de una vez y muy pronto, Ulises llega a avistar la costa de la tierra natal, pero los dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte algo que cantar, se dice en el canto octavo. Como Mallarmé tres mil años después: El mundo existe para llegar a un libro. Y nuestro héroe pierde sus naves y a sus compañeros y se queda sólo, y náufrago llega a la isla de los feacios donde lo encuentra Nausícaa. Pero no sólo lo dioses tejen desdichas, es que Ulises no desdeña meterse en problemas.

Ulises burlando a Polifemo de J. W. Turner

En las sucesivas lecturas de la Odisea cobra especial relevancia la dimensión del héroe como narrador: Ulises tarda tanto para tener mucho que contar, para que el regreso cuente mucho. Más aun, buena parte de la Odisea nos la cuenta él mismo, revelándose como un aedo experimentado que primero despierta el interés y luego narra su historia -su experiencia- con pulso, energía y sentimiento en la corte de los feacios, pero también inventa cuentos y miente y nos muestra su vertiente de actor haciéndose pasar por un mendigo tras su llegada a Ítaca.

Ulises mendigo de Marc Chagall

Es tan buen narrador que, como señala García Gual, nos hace creer que cuenta la verdad al narrar episodios extraños, maravillas increíbles y prodigios inauditos, y que miente cuando nos ofrece una historia verosímil, con piratas fenicios, por ejemplo. Y es tan narrador que renuncia a la inmortalidad que le ofrece Calipso si se queda con ella. Por regresar a Ítaca, por volver con Penélope, sí, claro; pero cómo resistirnos a pensar que Ulises jamás renunciaría a la posibilidad de contar su historia, al goce de encantar a sus oyentes, en definitiva, a su odisea.

Ilustración de Matisse 
para el episodio de Eolo en la Odisea

Si Sherezade se jugaba la vida manteniendo el suspense de sus cuentos de Las mil y una noches, Ulises se juega la suya por narrar, y por el aquel de contar viaja por mundos e islas que no vienen en los mapas hasta llegar a los infiernos. Por eso regresa. Por eso no olvida. Por eso la memoria es su bien más preciado. Por eso Ulises es el narrador por excelencia, el que no puede vivir sin contar. Quizá por eso la Odisea se presta como ninguna otra gran historia a ser contada oralmente, y de las más bellas historias que me han contado es la que más me gusta contar.

Ulises y Penélope en cama, de Marc Chagall

Quizá nunca haya cautivado la atención de nuestro hijo, y durante tanto tiempo, como al contarle la Odisea. Lo recuerda como si fuera ayer. Cuando la leyó no pudo evitar sentirse decepcionado, le había gustado mucho más mi versión. Claro que historias como la Odisea ganan con la narración oral si saben contarse o si es un niño quien las escucha en las palabras de su padre: tenía ocho o nueve años, era verano, y en el umbrío jardín del tiempo del río de Serén en Cabeza de Boi, vio por primera vez el mundo con los ojos de Ulises.

2 comentarios:

  1. Me ha conmovido el texto. He regresado a mi niñez al leerlo. Por coincidencia estoy escribiendo una nueva entrada para mi blog, ahora que va a cumplir un año, esta entrada es mi relación con el cine, la literatura, los comics, las historias de mi padre que solía contarnos cuando niños. Un abrazo fraternal desde mi morada en Barranco (Perú).

    ResponderEliminar
  2. No sé por dónde empezar. Me has "desabrochao". Los recuerdos se me agolpan y de qué manera.
    La película Ulises me marcó como a ti. La compré hace unos años y es uno de mis tesoros -no la he vuelto a ver, por temor-; La Odisea -en una edición para niños que guardo entre algodones- fue mi primera lectura. La Ilíada y La Odisea de Austral -me has pillado con ella en las manos buscando palabras ya olvidadas-. Martín Esperanza y Neme, aquél partido lo dieron por televisión,¿1-2? "Regreso al pasado": "¿Que la busque Joe? Joe no encontraría una oración en la Biblia"...
    En fin, hay entradas y entradas. Ésta no la voy a olvidar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar