27/10/11

El umbral del cine


A mediados de julio de 1994, Victor Erice me contó que La garra escarlata fue la primera película de su vida. Nunca olvidó al cartero Potts. Ni aquella garra metálica que trazaba en la pantalla una caligrafía de muerte. Ni el terror que había sentido a sus cinco años en aquella sesión de cine. En La garra escarlata vivió el cine como la experiencia de un miedo primordial.


Estábamos solos. Me había quedado con él hablando de las películas que vieron nuestra infancia durante el descanso de media mañana, en un aula de la Escola de Imaxe e Son de A Coruña donde impartía un curso titulado El cine como experiencia de la realidad, que ya he mencionado aquí alguna vez. Si Erice ya hablaba bajo y despacio ante los veinte alumnos que asistíamos al curso, más bajo y despacio me hablaba ahora; si propiciaba una atmósfera de recogimiento durante las horas de aquellos cinco días que compartimos su experiencia como cineasta, aquellos minutos en los que compartió conmigo su primera vez en el cine cobran en la memoria el fulgor de los momentos íntimos, preciosos y cardinales.


Resultaba tan palpable que aquel relato no lo iba a contar en público -o todavía no-, tan evidente que sólo la confidencia podía cobijar aquella experiencia fundacional -la herida (simbólica) de aquella garra escarlata que se convirtió en su rito de iniciación a los misterios del cine-, que tuve que hacer un esfuerzo para preguntarle si pensaba hacer una película sobre aquella primera vez suya que latía tras la primera vez de Ana en El espíritu de la colmena, cuando aquella niña de seis años se encuentra con el monstruo y se abisma en los misterios de la vida después de contemplar con asombro y miedo El doctor Frankenstein, es decir, si alguna vez iba a destilar en una película los fantasmas que alentaban en aquel cuento de miedo en el umbral del cine.


Casi temí que dijera que sí. Los rincones germinales de los adentros deben protegerse de la luz; de la luz del día -de la vigilia-, pero también de las luces de los focos y aun de las luces de la razón; hay que protegerlos si no queremos dejarlos yermos. No me dijo que sí, tampoco que no. Hizo un gesto que significaba algo así como "le estoy dando vueltas" o "aún es demasiado pronto". Era demasiado pronto. Hubo que esperar más de diez años para que Víctor Erice nos contara en La Morte Rouge su primera vez en el cine, una película que vemos, no podía ser de otra forma, como un cuento de miedo.    

  
La Morte Rouge se estrenó en 2006 dentro de la exposición Erice-Kiarostami. Correspondencias, que se presentó en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y en la Casa Encendida de Madrid, y en el libro editado con motivo de aquella exposición puede leerse el texto que escuchamos en La Morte Rouge en la voz de Erice, con este preámbulo:

“Al encuentro de los fantasmas. Pórtico a La Morte Rouge

La Morte Rouge es un intento de relatar algunos pormenores de la primera experiencia cinematográfica de un niño. Dados los condicionamientos propios del medio donde se va a dar a conocer públicamente, y en la medida que se sitúa fuera de los márgenes convencionales de la ficción, dicho intento posee, dentro de su brevedad, un carácter inevitable de esbozo; está más o menos condenado, por su propia naturaleza, a fracasar en la recuperación documental de los hechos.

Está bien que así sea. Porque aquí se trataría de otra cosa distinta al registro de los sucesos, esa pulsión tan moderna que convierte, mediante el uso y el abuso de las nuevas tecnologías, la experiencia humana en archivo. Se trataría más bien, de hacer de este fracaso primordial algo evocador, capaz de desvelar lo que puede haber detrás de esos agujeros que la acción del tiempo va abriendo tanto en la memoria personal como en las actas de la Historia. En definitiva, poner en evidencia la otra cara de aquello que se nos vende como realidad; o lo que es igual, mostrar la otra escena.

Como dijo el Inspector de Almas, Sigmund Freud, nada se olvida del todo. Y sólo desde esa forma de recuerdo se puede dar luz nuevamente a lo pasado. De ahí el debate, y la contradicción, contenidas en el texto, aquél que encarna la voz del narrador en La Morte Rouge, que se ciñe a las imágenes o las sobrevuela, según los momentos, fluctuando entre la primera y la tercera persona. Inevitable vaivén que en este trance da cuenta de la inconsistencia del sujeto. Porque, ¿quién es el que recuerda?

Víctor Erice, enero 2006”


No, aquí no se pasó por televisión, pero acaba de editarse en un dvd, que incluye, entre otros materiales esa pequeña maravilla titulada Alumbramiento y una entrevista con Erice que merece la pena. La Morte Rouge dura poco más de media hora y fue rodada en formato doméstico, pero en la levedad de sus imágenes reverbera el tiempo de los orígenes del que fue arrancado aquel niño de cinco años cuando, desde la pantalla de un cine de una ciudad del norte, La garra escarlata arañó su mirada con la herida fundadora; cuando, como la Ana de El espíritu de la colmena, aún no sabía distinguir entre la realidad y la ficción, entre la vida y el cine.


Lo que yo no me atreví a hacer, lo que consideré incluso peligroso aquella mañana de 1994, lo hizo Alain Bergala muchos años después. Quien ha hecho del cine de la infancia uno de sus temas predilectos de reflexión sobre las imágenes en movimiento, le insistió a Erice para que hiciera algo sobre su primera experiencia en una sala de cine. A la complicidad de Alain Bergala, casi tanto como a Erice, le debemos entonces La Morte Rouge, un arrebato memorioso que enhebra escenas de La garra escerlata e imágenes documentales y de ficción con la voz de Erice, que susurra la historia -en tercera persona- del encuentro primordial de un niño con el cine, un niño del que sólo vemos una foto fija -de Erice a los cinco años-. El cineasta nos habla de aquel niño en voz bajita, como si no quisiera despertar a los fantasmas de aquella película de su infancia, como si quisiera que escuchemos en duermevela, como escuchan los cuentos los niños antes de dormir, como habla Ana con su hermana de la película que han visto en El espíritu de la colmena, como casi me hablaba Erice de La garra escarlata hace diecisiete años. O como el cineasta le cuenta al niño que fue un cuento de miedo para rescatarlo de aquella pesadilla original. Por eso, La Morte Rouge lleva como subtítulo Soliloquio. A solas en un lugar que sólo existe en el país del cine.

"La Morte Rouge... Ese era el nombre del lugar: un pueblo rodeado de pantanos, situado en el Canadá francés, en los alrededores de Quebec. Nunca he logrado encontrarlo en los mapas, seguramente porque sólo existió en la imaginación de los guionistas de La garra escarlata, la primera película que él recordaba haber visto jamás."


Y si podemos ver La Morte Rouge, en palabras de Erice, como la trastienda de El espíritu de la colmena, puede servirnos también como el prólogo -o el epílogo- de Alumbramiento. Ambas películas transitan un territorio liminar. Si ésta nos lleva al umbral de la vida, aquélla nos conduce al umbral del cine. Al otro lado, aguarda Erice. Pero cuando los cruzamos es a nosotros a quien acabamos encontrando. La obra de Erice representa una odisea en busca de las películas que nos vieron cuando aún no sabíamos que podían vernos desde el umbral del cine.

1 comentario:

  1. Cabría preguntarse qué película habría hecho Erice si su hermana -siete años mayor- lo hubiera llevado a ver "Cuando muere el día" -con Gene Tierney- de Henry Hathaway en el cine Bellas Artes, o "Noche en el alma" -con Hedy Lamarr- de Jacques Tourneur en el cine Miramar, en lugar de "La garra escarlata" de Roy William Neill en el cine Kursaal, en San Sebastián, aquel jueves 24 de enero de 1946.

    ResponderEliminar