4/10/11

Las manzanas de Cézanne




Sólo un santo puede estar tan vinculado a Dios como lo estaba Cézanne a su trabajo. Son palabras de Rilke sobre el pintor que se convirtió en un faro del poeta. Y aun cabría hablar de Cézanne como el profeta de Rilke. Cuando le preguntaron al autor de las Elegías de Duino por las influencias que había experimentado en su obra, confesó que desde 1906 nadie como Cézanne, hasta el punto de perseguir hasta los mínimos rastros del maestro. Para Rilke, el encuentro con la obra del pintor representó una iluminación.


Durante el mes de octubre de 1907 Rilke le escribe casi cada día una carta a su mujer, Clara, donde le cuenta las impresiones -el asombro- que le produce la obra de Cézanne al contemplarla en la exposición del Salón de Otoño en París.

Toda la realidad está allí de su parte: en ese azul denso, enguatado, que le es propio, en su rojo, en su verde sin sombra y en el negro rojizo de sus botella de vino. Qué pobreza tienen también en él todas las cosas: sus manzanas son siempre manzanas para hacer compota, y sus botellas de vino son para llevar en viejos bolsillos de chaqueta, ya deformados.
(Carta del lunes, 7 de octubre de 1907)

Hoy he vuelto a contemplar sus cuadros: increíble el ambiente que crean. Sin examinar ninguno en particular, cuando se sitúa uno entre las dos salas, se percibe su presencia fundiéndose en una realidad colosal. Como si aquellos colores me liberaran de una vez por todas de cualquier duda. la conciencia de aquel rojo, de aquel azul, su sencilla veracidad me educan; si me sitúo entre ellos con entera disponibilidad parece como si hicieran algo por mí. Se comprende también cada vez un poco mejor cuán necesario era rebasar el amor mismo; es natural amar cada una de estas cosas cuando se están haciendo; pero si esto se muestra, ya no está tan bien: esto se ve en lugar de decirlo. (...) Así, sin dejar resto, el amor se consume en el acto de pintar. Esta consumación del amor en trabajo anónimo, de la que nacen cosas tan puras, quizá nadie lo ha logrado aún tanto como nuestro Viejo; ayudado en esto por su natural interno, que se hizo hosco y desconfiado. A nadie ya le hubiera mostrado su amor, aunque tuviera que sentirlo; pero con esta disposición, desarrollada enteramente por su aislamiento y su manía, se volvió hacia la naturaleza y supo reprimir su amor por cualquier manzana, y lo depositó para siempre en la manzana pintada.
(Carta del domingo, 13 de octubre de 2007)

...Pero de Cézanne aún quería decir que nunca había visto antes hasta qué punto la pintura acontece en los colores, cómo hay que dejarlos solos para que se expliquen recíprocamente. Su trato mutuo: eso es toda la pintura. Quien se entromete, quien ordena, o hace intervenir de una u otra manera su superioridad humana, su ingenio, su destreza abogacil, su agilidad mental, perturba y confunde su acción. El pintor no debería llegar a percatarse de sus intuiciones (como el artista en general); es preciso que sus progresos, para él mismo enigmáticos, se trasieguen tan rápidamente a su obra, sin el rodeo de la reflexión, que en el momento en que aparezcan no pueda reconocerlos. Quien en aquel instante los espíe, los observe, los detenga, los verá metamorfosearse como el oro de los cuentos de hadas, que por culpa de un mínimo detalle no puede seguir siendo oro.
(Carta del 21 de octubre de 1907)



Se adentra uno en las Cartas sobre Cézanne como en las páginas de los textos sagrados, esos que dan testimonio de una revelación; sentimos en ellas el latido de una epifanía que dejará huellas palpables en las Elegías, en Los apuntes de Malte Laurids Brigge y se transfiguran en el Requiem por una amiga que escribió justo un año después, como puede comprobarse en este fragmento (en traducción de Jaime Ferreiro Alemparte):

Pues tú comprendiste esto: frutos plenos.
Los ponías en platos frente a ti,
y medías con colores su peso.
Y así como frutos contemplabas también a las mujeres.
E igualmente veías a los niños, tendiendo
desde dentro a las formas varias de su existencia.
Y al fin te veías a ti misma como un fruto.
Te hurtabas de tus ropas y posabas delante
del espejo, te metías en él, en su interior,
excepto tu mirada. Tu enorme mirada quedaba fuera
y no decía: eso soy yo; no, sino tan sólo: eso es.
Así, sin curiosidad, estaba tu mirada,
así de desprendida, así de verse pobre,
que ni a ti misma codiciaba: santa.


Esa amiga a quien le dedica el Requiem era la pintora Paula Modersohn-Becker, quien le había abierto los ojos a la obra de Cézanne y que murió después de un parto difícil.

Clara Rilke por Paula Modersohn-Becker

Las cartas de Rilke a Clara a propósito de Cézanne devienen una suerte de poética -que a tantos aspirantes a guionista, pongamos por caso, le resultaría más provechosa (por no hablar, que ya hablamos, de las Cartas a un joven poeta) en lugar de tantos manuales dañinos, verdaderos dispensarios de idiocia a granel-, pero también pueden leerse como una correspondencia amorosa. El amor no se dice. Arde. Se ve. Es. Como en las manzanas de Cézanne.    

4 comentarios:

  1. El amor no se dice.
    Dices bien. Es tan difícil "decir algo" hablando de amor. Y también rodando de amor. Difícil no sentir vergüenza -propia y ajena- al releer, o rever, los intentos.
    Grn entrada.

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  2. Es.

    Imposible expresar más en menor espacio.

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  3. "Es amor un no sé qué..."

    Me gusta Rilke, me gusta Cézanne y, por supuesto, me gusta "idiocia a granel".

    Un abrazo.

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  4. Me gusta de forma especial esta entrada Daniel, Rilke, Cézanne y cartas escritas. No se puede pedir más.
    Un beso

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