Tal día como hoy hace treinta años murió Rafael Dieste. Ya puestos a morir, el día de Teresa de Ávila no es una mala fecha. Por eso os convoqué hace casi un mes con El quinqué color guinda, esa lámpara maravillosa que ilumina el desván de la infancia del autor de Historias e invenciones de Félix Muriel, justamente para contaros algo más de este libro donde cuaja el aquel memorioso de un maravillado mirar.
Érase una vez en el exilio, a principios de 1943. En el Café Tortoni de Buenos Aires, Rafael Dieste y su mujer Carmen Muñoz se reunían con los amigos Luis Seoane, Manuel Colmeiro, Lorenzo Varela, Arturo Cuadrado. Allí el exilio dolía menos. Luis Seoane le encarga a Rafael Dieste un libro para la colección de narraciones -Camiño de Santiago- de la Editorial Nova, que acaba de fundar con Arturo Cuadrado y la Imprenta López. Y le da un plazo de entrega de dos meses. Dieste acepta el encargo con un gesto de asentimiento que provoca no pocas bromas entre los contertulios a propósito del cumplimiento, no tanto del encargo cuanto del plazo. En el desafío quizá encontró el escritor la motivación para el reto.
Dieste trabajaba en la editorial Atlántida y, después de la jornada laboral, empezó a dictarle a Carmen las historias de Félix Muriel. Me gustó mucho saber de esa destilación oral, porque son cuentos que se leen muy bien en voz alta, y se disfrutan doblemente al decirlos y decírselos a quien quieres. De hecho, aquellas historias que, por así decir, fueron desafiadas en público, en público certificaron la vigencia del reto. Durante aquel mes de enero de 1943, Rafael Dieste escribió cuatro de los cuentos y cada sábado leía uno en la tertulia del Tortoni. Juana Rial, limonero florido, pongamos por caso. O quizá era Carmen quien lo leía. A Dieste escritor le encantaba que Carmen le leyera en voz alta, no sólo lo que él escribía, sino lo que leían de otros autores. De vez en cuando él comentaba algún detalle, algún episodio, algún párrafo, y a Carmen le fascinaba la iluminación de los textos revelando vetas insospechadas, y le apenaba que aquellos alumbramientos se perdieran. Pero no se perdían, le aseguraba Rafael, porque los compartía con ella. ¡Qué fácil imaginar esas escenas a la luz de su Epistolario amoroso!
Dichosos aquellos que degustaron los cuentos de Félix Muriel recién salidos de la cocina de Dieste. Qué envidia retrospectiva. Pero las lecturas del Tortoni se interrumpieron con las vacaciones del verano en febrero. Qué raro resulta dicho así. El verano austral de febrero de 1943, que Dieste aprovechó para escribir La asegurada, la historia de Eloísa, esa mujer que vaga por los caminos preguntando por su amor, esperando cada día a que vuelva de las Américas, interrogando desde los cantiles a los navíos que se asoman por la línea del horizonte, una de las piezas más bellas del libro. Escribió el cuento el propio Dieste, a mano, pero no llega a categoría de conjetura pensar que Carmen se lo iba leyendo y que Rafael corregía al hilo de aquella voz en la que cobraban verdadera vida las palabras en las que vivirá para siempre la loca Eloísa.
Los nueve cuentos llevaron más de dos meses, claro, aun resulta milagroso que sólo precisara de cuatro, y el libro salió de la Imprenta López en junio de 1943. Aquella primera edición de Historias e invenciones de Félix Muriel por la Editorial Nova iba ilustrada con once dibujos a toda página de Luis Seoane, cualquier día os traeré algunas de esas ilustraciones.
Cuando el espíritu de un escritor alcanza cierto estado de disponibilidad, qué poco se necesita para transitar los desvanes del pasado y abrir los arcones de la memoria. Alguna vez contó Dieste que el Félix Muriel nació cuando andaba sumergido en meditaciones sobre el tiempo y su relación con la memoria, en busca de las raíces de una temporalidad inmortal. En los cuentos de Historias e invenciones... encontramos ese acorde íntimo que resucita nuestra propia experiencia y nos la devuelve significativa y reveladora, como si un cristal perfectamente tallado reflejara la prosa de Dieste y nos devolviera la imagen prístina de aquel que habíamos olvidado que somos.
Que lo más insignificante se transfigure en transporte iluminador y memorioso da idea de esa alquimia de la escritura que sólo es posible en la gran literatura. El recorrido de un pasillo se convierte en la gran aventura de cruzar el país del miedo en Este niño está loco, el viaje homérico de un niño que teme a las sombras, porque la mirada infantil transforma lo cotidiano en crisol de prodigios -los mil cielos claros o terribles que hacen viajar la casa- y un espacio doméstico en un territorio tenebroso, en un camino de aprendizaje, en una odisea vital. Dieste remonta el río de la memoria y nos arrastra con él hasta ese niño que fuimos, y lo que pasó una noche es nuestra noche de miedo, y en un relámpago final, que estalla tras condensar las impresiones sucesivas en el curso de la lectura, somos aquel niño en el umbral del cuarto oscuro, pero esta vez atrapados en el latido lírico de un tiempo recobrado.
Rafael Dieste en Galicia, de vuelta del exilio
Historias e invenciones de Félix Muriel enhebra la luz con las sombras. Las tinieblas son insondables y la luz muy poquita cosa, un quinqué -color guinda, eso sí-, unos farolillos, una luciérnagas, así que todo lo más podemos alcanzar vislumbres, un rayito apenas pero que basta para animar a un personaje, como en Un quinqué color guinda a Matilde, con una sonrisa que era como un poquito de limón, o a doña Joaquina, hecha de boj y de luto. Parece como si Rafael Dieste dispusiera las palabras en una sintaxis a modo de cedazo para atrapar destellos del tiempo perdido o sombras fugitivas de un pasado remoto, reminiscencias de las imágenes primordiales cuando fuimos Félix Muriel.
¿esto...eso que dices de que uno de estos días nos traerás alguna de las ilustraciones de Luis Seoane, ¿cual de estos días dices que va ser exactamente?
ResponderEliminar:) Gracias, Daniel
Daniel...no sé si es algo que me pase solo a mi, pero me cuesta mucho entrar en el blog y tarda un siglo en publicarme los comentarios, se queda pensando y pensando y pensando, como si tuvieras escondido una especie de censor ( en extremo benevolente, al menos conmigo, eso sí)
ResponderEliminarBesos
Es tan labrado tu post que (persona lenta que soy) lo leo y leo y releo. Al final solo me sale decirte.... me saco el sombreto delante de ti.
ResponderEliminarMe encantan tus reseñas, tus referencias, tu... buen hacer!
Un abrazo