Esta madrugada acabamos de ver la segunda temporada de Treme. No hubo un solo episodio sin un nudo en la garganta, ni uno solo sin que las lágrimas acudieran puntuales a la cita con las historias de David Simon y Eric Overmyer, donde se invocan los muertos y la música en la Nueva Orleáns post-Katrina como una forma de resistencia: aquí están nuestros muertos, aquí nos quedamos, ésta es nuestra casa y ésta, nuestra música; jamás nos rendiremos.
Me llevó tiempo dormirme. Recordé tantas películas que devienen ritos funerarios, tantas que he traído a esta escuela que casi puede verse -o leerse- como un libro de los muertos y tantas que no han venido aún. Cuentos de Tokio, El fantasma y la señora Muir, El sur, Relámpago sobre el agua, Los contrabandistas de Moonfleet, Los puentes de Madison, Cuentos de la luna pálida de agosto, El diablo dijo no, Pather Panchali, El río, Hana-Bi, La mejor juventud, Los siete samurais... Y Los muertos, claro; cómo olvidar aquellas canciones irlandesas y a Greta evocando a su amado llamándola en la noche bajo la nieve.
Y tantas películas de Ford: Qué verde era mi valle, No eran imprescindibles, Cuna de héroes, El hombre que mató a Liberty Valance... Cómo olvidar aquel plano de la penúltima escena de Fort Apache cuando el polvo del desierto que levanta la cabalgada de los indios envuelve a los soldados como un sudario de ceniza,
o la escena final cuando John Wayne contempla por la ventana a los soldados muertos cabalgando.
Todo el cine de Ford puede verse como una interminable sucesión de epitafios, como si se hubiese dedicado a filmar la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, como un emocionado y largo adiós.
André Bazin señaló una vez que el cine es el arte de embalsamar el tiempo. Y Jean Cocteau dijo que el cine consistía en filmar a la muerte haciendo su trabajo. La erosión del tiempo sobre los cuerpos. En gran parte de las películas que amamos todos están muertos: Charles Chaplin, Buster Keaton, Lillian Gish, Ingrid Bergman, John Wayne, Barry Fitzgerald, Gene Tierney, Jean Peters, Robert Mitchum, Jane Greer, Nathalie Wood, Henry Fonda, Barbara Stanwyck, Irene Dunne, James Stewart, Joan Bennett, Marcello Mastroianni, Gloria Grahame, Walter Brennan, Cathy O´Donnell, Toshiro Mifune, Anna Magnani, Fernando Fernán-Gómez, Ingrid Thulin, Pepe Isbert, Anna Lee, Marilyn Monroe... Viven entre nosotros pero ya no están aquí.
Cómo no ver el cine, entonces, como el arte funerario de nuestro tiempo, y las películas -nuestra escuela de los domingos- con el aquel de pasar las páginas de un libro de almas.
Me gusta esta escuela de los domingos Daniel, esta escuela tuya en la que aprendo cada vez que la visito.
ResponderEliminarBesos