26/11/11

Puro arrebato


Joan Crawford es Vienna en Johnny Guitar

Hay películas que más que verlas se recuerdan, por más veces que se vuelvan a ver. Más que películas son flash-backs de la primera vez. Y perduran en el aquel de recordarlas, que es una forma de llevarlas cerca del corazón. Como llevamos Johnny Guitar. Porque la memoria del cine es una forma de amor y pocos cineastas han sido tan amados -también por uno- como Nicholas Ray.

Nicholas Ray

Johnny Guitar es de esas películas -como Los amantes de la noche- que nos hacen latir más fuerte el corazón, y una de las razones por las que queremos tanto a Ray. Tanto que durante unos años temí volver a verla y prefería recordarla. Pero volvimos a verla y no comprendía que hubiera concebido semejantes temores, ni cómo podía pasar sin verla con más frecuencia aun cuando pudiera recordarla escena por escena. Tenía razón Bénard da Costa: siempre es la primera vez. Así que lo que sigue puede leerse también como un tributo al recordado director de la Cinemateca de Lisboa que con razonable frecuencia -son sus palabras- programaba Johnny Guitar, la película de su vida.


Serge Daney escribió una vez que, en los cafés próximos al Trocadero, siempre había alguna rata de Cinemateca -de la de París, claro- empeñado en sostener que el más grande cineasta del mundo era tal o cual, pero que Nicholas Ray había filmado la película más hermosa del mundo. Cuál era esa película... dependía de la rata cinéfila. Podía ser Bitter Victory, They Live by Night, Bigger Than Life o Johnny Guitar. Siempre ha habido Nicholas Ray y luego los otros, como si entre él y el cine existiera un vínculo privilegiado que a nosotros nos correspondía velar. Godard definió a Ray en cinco palabras: Nada más que el cine. Sí, es cierto, añadió que no todo el cine. Sin embargo, cuando alguna vez hablo con nuestro hijo -o me tira de la lengua- para descargar el corazón de cuanto nos desborda con Johnny Guitar, esa película singular, arrebatada y excéntrica, entonces... Sí, de acuerdo, Nicholas Ray no es todo el cine, pero Johnny Guitar es, más allá de cualquier tentativa de anclaje genérico, un delirio de cine.

Fotograma de Johnny Guitar

Con el cine de Ray, y el de -su contemporáneo- Rossellini, la perfección deviene un criterio insuficiente -y definitivamente discutible- a la hora de valorar una película o la obra de un cineasta, y cobran relevancia el esbozo y el exceso, el apunte y el gesto, lo ensayístico y lo poético, la urgencia y la revelación. En fin, la mirada, con sus búsquedas y derivas. No tiene nada de extraño que a ambos cineastas les resultara tan difícil hacer películas en el seno de la industria y acabaran trabajando en los márgenes de la producción cinematográfica, y tampoco que los cineastas venideros de la redacción de Cahiers du cinéma los señalaran como faros de un cine promisorio. Si los hijos del cine quisieron -y (aún) quieren- tanto a Ray (y a Rossellini), es porque compartieron -y comparten- una idea del oficio de cineasta: unir la aventura de vivir con la aventura de hacer películas, la convicción de que la vida y el cine son la misma cosa, y que una película es, antes y después de todo, una gran experiencia que conjuga vivir y filmar.

Wenders con Ray en el rodaje de Relámpago sobre el agua
Debajo, un fotograma de la película. 

Claro que transitar esa frontera porosa entre el cine y la vida tiene sus riesgos, basta recordar que Nicholas Ray, por así decir, apuró la vida hasta la consumación para rodar su última película, en colaboración con Wim WendersRelámpago sobre el agua (1980) -también titulada Nick's Movie-, transfigurando la agonía en celuloide, y es que, como recordó Víctor Erice citando a Heráclito, difícil es combatir con el corazón, pues lo que se desea se paga con la vida.


Philip Yordan -el guionista de Johnny Guitar- creía que la vida de Nicholas Ray fue más dura que la de cualquiera de las personas que conoció en Hollywood: un tipo totalmente incomprendido. Como a Rossellini, a Ray le resultaba imposible hacer otro cine que no fuera su cine y aun cuando pactó con el diablo nunca lo hizo en beneficio propio sino para hacer su película y, para impedirlo, al diablo no le quedaba otra que arrebatársela, como hizo Bronston, sobornando a un médico para que certificara una dolencia cardiaca -inexistente-, cuando Ray, agotado, se derrumbó en el plató de 55 días en Pekín (1963), su última película en la industria del cine. El único problema cardíaco de Ray era que ponía el corazón -es decir, su vida- en cada plano, como en Johnny Guitar.

Nicholas Ray en el rodaje de 55 días en Pekín

Todo empezó con Joan Crawford. O mejor, todo empezó por Johnny Guitar, una novela del oeste publicada en 1953 que su autor, el guionista Roy Chanslor, dedicó a su amiga la actriz, una estrella declinante en el Hollywood -declinante también- de los años cincuenta. Chanslor era un guionista competente, pero uno más de la tropa de escritores que bregaba en el sistema de los estudios con lo que le echaran; entre las decenas de créditos citaré, en memoria de la infancia, El triunfo de Tarzán (1943) con Johnny Weissmuller (ya escucho los encendidos reproches del amigo Diomedes Díaz por la clamorosa ausencia de las películas de Tarzán, y más concretamente de los Tarzán de Johnny Weissmuller de aquellos encantados domingos de mediados de los sesenta en esta escuela).


El caso es que, o bien Joan Crawford compró los derechos de la novela o bien mostró suficiente interés como para animar a que los compraran y le encargaran el guión al autor como vehículo para la actriz, que había abandonado la MGM -o la habían empujado a irse- y necesitaba relanzar su carrera. Total, que Lew Wasserman, un destacado agente de Holllywood, le vendió a Herbert J. Yates, el patrón de la Republic (un pequeño estudio que había estrenado el año anterior El hombre tranquilo), un paquete que incluía a Joan Crawford, el guión de Chanslor y a Nicholas Ray, uno de los directores preferidos por el agente.

Nicholas Ray

A partir de aquí, en el curso de los años transcurridos circularon diversas versiones sobre la autoría del guión definitivo, atribuida en los créditos de la película a Philip Yordan. Una de esas versiones, aún vigente, cuenta que el verdadero autor del guión fue Ben Maddow, uno de los guionistas incluidos en la lista negra desde 1952 y  que había firmado, por citar su película más conocida, La jungla de asfalto con John Huston (protagonizada por Sterling Hayden, el actor que encarnará a Johnny Guitar). La historia resultaba verosímil porque Yordan empleó de tapadillo a varios guionistas blacklisted, a los que pagaba el trabajo pero no podían figurar en los créditos; y, en concreto, admitió que Ben Maddow había escrito para él, pongamos por caso, La colina de los diablos de acero (1957) de Anthony Mann, pero siempre reivindicó la autoría de Johnny Guitar.

Mercedes McCambridge es Emma en Johnny Guitar

No tiene nada de extraño, porque Johnny Guitar representa la piedra de toque del prestigio de Yordan como guionista y aun -le sienta como un guante la redundancia- del toque Yordan, y por eso mismo su reivindicación alimenta sospechas sobre la autoría del guión de una película que tan inesperadamente se convirtió en una cult movie. Es comprensible simpatizar con la autoría de un blacklisted como Maddow, aunque se olvida que el guionista se rindió hacia 1958: se avino a declarar ante la Comisión de Actividades Antiamericanas, delató a viejos camaradas y, a cambio, su nombre fue borrado de la lista negra y pudo trabajar abiertamente en Hollywood, y escribió, pongamos por caso, Río salvaje de Elia Kazan, aunque esta vez fue el propio guionista quien exigió no figurar en los créditos en desacuerdo con la reescritura de su guión. En fin, qué difícil no verse salpicado en aquel pozo negro de la caza de brujas, qué tristes, si no amargas, tantas historias...

Fotograma de Johnny Guitar

De todas formas, creo que, sin despejar todas las dudas definitivamente, Pat McGilligan ha desbrozado hasta donde se podía el asunto del guión de Johnny Guitar en sus Backstory, las imprescindibles entrevistas con guionistas de Hollywood. Ben Maddow le contó, casi cuarenta años después, que había escrito el guión de Johnny Guitar, sin haber hablado con Nicholas Ray, y que nunca llegó a ver la película terminada. McGilligan le envió una copia en una cinta de vídeo y Maddow confesó que no reconocía nada como suyo. ¿Escribió algún borrador? Quién sabe. En cualquier caso, los detalles que aporta Yordan sobre las circunstancias en las que escribió el guión resultan, como mínimo, convincentes, pero... lo cuenta un guionista cuyo oficio es la verosimilitud.

Joan Crawford y Nicholas Ray 
en el rodaje de Johnny Guitar

Según Yordan, en septiembre de 1953, cuando Nicholas Ray llevaba una semana rodando exteriores de Johnny Guitar en Sedona (Arizona), donde la Repúblic disponía de unos decorados para westerns en Red Rock Country, recibe una llamada de Lew Wasserman a las once de la noche y le cuenta que Joan Crawford se niega a volverse a poner delante de la cámara porque dice que el guión es una mierda y que ha llamado a un servicio de limusinas para que fuera a Sedona a recogerla. En fin, un desastre. Y le pide al guionista que viaje hasta el set para que convenza a la actriz de continuar el rodaje, ya envió un coche a recogerlo y un avión le espera para volar hasta Sedona. Cuando llegó, Nicholas Ray lo puso en antecedentes: no podía hablar con Joan Crawford; la actriz había leído el guión pero ahora creía que el director la había traicionado y se negaba a seguir en la película. Además, al cineasta le apretaba otro zapato: le iban a pagar setenta y cinco mil dólares y los necesitaba como agua de mayo porque tenía una deuda gorda en Las Vegas -el juego era una de sus adicciones-, y si la película no se hacía iba a verse en un problema de aúpa

Nicholas Ray con Joan Crawford y el guión 
en el rodaje de Johnny Guitar

Aquí viene a cuento apuntar que Nicholas Ray había vivido una historia de amor con Joan Crawford, rompieron, no volvieron a verse y ahora se reencontraban tres años después para rodar Johnny Guitar. Lo apunto porque la historia de amor que vemos en la película se corresponde en buena medida con la del cineasta y la actriz, incluido el reencuentro. Así que Yordan fue a hablar con Joan Crawford que le explicó hasta qué punto detestaba el guión; en síntesis, su papel no tenía suficiente entidad y quería abandonar la película. Cuando el guionista se ofrece a reescribirlo, ella se muestra dispuesta a reconsiderar su decisión; la Crawford quiere ser la protagonista absoluta de la película que debe culminar en el duelo con Mercedes McCambridge. En cuanto Yordan acepta los requerimientos -qué otra cosa podía hacer, lo habían enviado con ese fin-, la actriz se compromete a continuar en la película. El guionista precisa que eran las tres de la mañana y faltaban tres horas para que llegara la limusina que la Crawford había pedido para irse. O sea, que salvó la pelicula... por los pelos. Como en un guión. Eso sí, tuvo que escribir a uña de caballo; creia recordar que le llevó una semana, mientras Nicholas Ray rodaba cabalgadas.

Fotograma de Johnny Guitar

Yordan siempre echó pestes del guión y de la novela de Chanslor; el uno era infumable y de la otra sólo conservaron el título, no tenía pies ni cabeza. Pero McGilligan asegura que en la película se conservan las caracterizaciones, las relaciones entre los personajes, los ambientes y algunos diálogos de la novela (dicho entre paréntesis, me gustaría saber, por ejemplo, si aquella línea de diálogo de Johnny Guitar cuando le preguntan por qué no va armado, porque no soy el más rápido al oeste del Pecos, o aquella de nunca le doy la mano a un pistolero zurdo es obra de Yordan o de Chanslor) ; las diferencias, por lo visto, afloran en los matices y en el estilo, y el único cambio significativo respecto al libro es el tiroteo final entre Vienna (Joan Crawford) y Emma (Mercedes McCambridge). Y alguna de las escenas más citadas -réplica a réplica- de la historia del cine.



Por otro lado, cuando se estrenó la película el 27 de mayo de 1954, la crítica hacía hincapié justamente en las taras que Yordan veía en la novela y en el guión de Chanslor, básicamente no había por dónde cogerla, el guión no tenía ni pies ni cabeza. Mira por dónde. Y mientras, los espectadores hacían cola para ver Johnny Guitar y  llenaban las salas durante meses, sin que nadie -y Yordan menos aún- consiguiera explicarse por qué, negándose a aceptar la más evidente de las razones: de lo que les va a gustar a los espectadores y por qué, nadie nunca sabe nada y cada película -de culto- representa un pasmo luminoso. Qué se va a saber de las películas que nos atraviesan como estrellas fugaces, tan imposibles que sólo podemos revivir soplando sobre el rescoldo del recuerdo de la primera vez, como Vienna y Johnny Guitar sobre la historia de amor que vivieron en el Hotel Aurora.


Johnny Guitar llegó a este finisterre el año que nací. No es una película perfecta ni una obra maestra. Ni falta que le hace; transciende su propia imperfección y transfigura sus debilidades en puro encanto gracias a la pasión de Nicholas Ray que arde en cada plano y, enhebrada con la maravillosa partitura de Víctor Young, deviene música para los ojos. Johnny Guitar sólo es pura incandescencia de la mirada escondida en la memoria. Puro arrebato.

Sobra decirlo, continuará.

1 comentario:

  1. Pues me sumo a los reproches de tu amigo Diomedes, yo también quiero ver a esos Tarzán en tu escuela :)

    Un abrazo

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