Costó lo suyo, pero conseguí encontrar Carta breve para un largo adiós entre los libros de Tui. Sólo quería hojear la novela de Peter Handke. Hace unos días vimos -una vez más, ¿cuántas van?- Alicia en las ciudades de Wim Wenders; en una de las últimas escenas de la película, Philip Winter (Rüdiger Vogler) lee en un periódico la noticia de la muerte de John Ford, y en una de las primeras coge el televisor de un motel y lo estrella en el suelo cuando la publicidad vuelve a interrumpir El joven Lincoln.
Hace casi treinta años leí Carta breve para un largo adiós porque alguien me contó que había inspirado Alicia en las ciudades. Hay una cierta simetría entre la película de Wenders y la novela de Handke, y encontramos ecos o huellas de ésta en aquélla, entre el viaje del narrador de Carta breve para un largo adiós atravesando Estados Unidos entre Providence y Los Ángeles en 1971, y la odisea de Philip Winter, después de haber atravesado América, llevando a Alicia (Yella Rottländer) de vuelta a casa, a Alemania, en 1973.
Tanto el protagonista de la novela como el de la película están perdidos, hacen fotos -polaroids- quizá para alcanzar a comprender los signos de lo visible en un mundo que les resulta ajeno y opaco, o quién sabe si para encontrar el camino de vuelta como Pulgarcito, y en el curso de sus respectivos viajes viven una experiencia iluminadora. En la película, Philip Winters encuentra en Alicia un catalizador; por así decir, la niña lo devuelve al mundo, como si en su compañía encontrara la forma de habitarlo, de contárselo y contarlo; por eso, al final, cuando Alicia le pregunta qué va a hacer ahora, Philip Winter sólo atina a concretar un propósito: Acabaré de contar esta historia. La historia que hemos vivido con ellos, es decir, la película que hemos visto.
En Carta breve para un largo adiós, son las películas de John Ford las que amojonan el viaje y cifran la escuela de los domingos del narrador. Por eso no me extrañó nada que en la página 100 -de la vieja edición de Alianza Tres- el protagonista, después de ver El joven Lincoln en un cine de St. Louis, le anuncie a su amiga Claire: Voy a hacerle una visita a John Ford. Le preguntaré si recuerda la película y si ve todavía a menudo a Henry Fonda. Quiere contarle al cineasta cuánto han significado para él sus películas, cuánto ha aprendido con ellas, lo mucho que le han ayudado a entender el mundo...
Cuando leí la novela, tenía treinta años. la misma edad del protagonista; ahora que la tuve en las manos, no me conformé con hojearla y quise leerla otra vez. Y al hacerlo, recordaba hasta qué punto me había reconocido en sus páginas, no sólo en lo que a John Ford se refiere, sino también en pequeños detalles, por ejemplo cuando el narrador recuerda que de niño enterraba cosas, y tenía la esperanza de que cuando las desenterrase se habrían convertido en un tesoro.
Y ese momento en que el narrador decide visitar a John Ford y preguntarle por El joven Lincoln, me recordó que en 1967 el Festival de Cine de Montreal consiguió reunir a John Ford, Fritz Lang y Jean Renoir, el altar mayor de mi catedral del cine. Si algún día me fuera dado viajar en una máquina del tiempo, ya imagináis a qué festival me gustaría ir. El cineasta brasileño Glauber Rocha estaba allí y entrevistó a los tres maestros. En aquella edición se presentaba Straight Shoting (1917), el primer largometraje de John Ford que se había descubierto recientemente en la Filmoteca checa, y se proyectaba también El joven Lincoln.
Cuatro años antes que en la novela, Glauber Rocha le hizo a John Ford las mismas preguntas que quería hacerle el personaje de Peter Handke. El maestro estaba intratable y aseguró que no recordaba qué película era aquella titulada El joven Lincoln y desde luego no sabía quién era Henry Fonda, pero cuando terminó la proyección y los espectadores se pusieron en pie para aplaudir, tenía lágrimas en los ojos.
Ava Gardner con John Ford en el rodaje de Mogambo
Las últimas seis páginas de Carta breve para un largo adiós narran el encuentro con -la mejor versión, casi entrañable- de John Ford. El cineasta lleva seis años sin rodar y, aunque le cueste aceptarlo, Siete mujeres (1966) será su última película. A esas alturas, el narrador se ha reunido con Judith, su mujer, a la que primero busca y luego rehuye durante buena parte de la novela, y juntos llegan a la casa de John Ford, que no sólo les habla de sus películas -Nada es inventado (...) Todo ha ocurrido realmente- y los lleva de paseo hasta una colina para ver el crepúsculo, como si de una escena de She Wore a Yellow Ribbon se tratara, sino que les pide que le cuenten su historia.
Peter Handke
Cuando vuelvo a leer esas últimas páginas de la novela de Handke, busco con aprehensión unas palabras que temo haber (sólo) soñado, pero la frase aparece doblemente subrayada, y es lo más parecido al testamento de John Ford que uno pueda imaginar. No sé hasta qué punto ese encuentro ha sido inventado, da lo mismo, porque esas palabras suenan profundamente verdaderas. Suenan a últimas palabras:
Historias hermosas, sencillas y claras. Son historias que hacen falta.
Ya estoy buscando el libro, claro
ResponderEliminarAcabo de pedir on-line las "Cartas a Katherine Withmore", ahora tendré que revisar el pedido y añadir este...
ResponderEliminarUn beso, Daniel
Desde luego invitas a comprar el libro, me lo apunto, he de leerlo. Esas historias que nos dejan marca son muy importantes ¿verdad? La literatura nos forma en la vida, es curioso, casi irónico. Las historias sencillas pueden ser las mejores.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog, me tendrás por aquí habitualmente.
Un saludo
Muy interesante. No he visto esa peli de Winders, ni leído el libro, pero añado ambos a esa lista interminable de proyectos espirituales.
ResponderEliminar¡Qué bien lo cuentas, Daniel!
ResponderEliminarDan ganas de leer el libro, ver la película, peregrinar a la tumba de John Ford, y viajar a Fisterra y buscarte para que puedas oír de mi boca lo mucho que me enriquecen tus palabras.
De momento lo dejo por escrito en este comentario.
Muchas gracias.
Un abrazo.