21/11/11

Una novela de la frontera


Hay libros que ya no leemos si no los leemos en la infancia. Y si queremos leerlos lejos de aquel tiempo primordial debemos cobijarlos de la intemperie con una memoria inventada, leyéndolos como si ya los hubiésemos leído. Creo que el último de esos libros que tuve que abrigar con una lectura imaginaria en la infancia fue El enamorado de la Osa Mayor de Segiusz Piasecki, a finales de los noventa. Empezaba así:

Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio.

¿Quién podría resistirse a seguir leyendo? Pero ese primer párrafo no pertenecía a la novela sino a un prólogo que el autor escribió en 1946. La novela se había publicado nueve años antes con un prefacio del novelista polaco Melchor Wankowicz en el que daba cuenta de la gestación del libro y noticia del autor. Poco más se sabe, y sobre lo sabido no se puede poner la mano en el fuego.



Sergiusz Piasecki nació en 1899. O en 1901. En Lachowicze, hoy Bielorrusia pero entonces Lituania y parte del imperio ruso. Apenas tenía dieciséis años cuando combatió en las filas del ejército polaco contra el ejército rojo en los años candentes que siguieron a la revolución de octubre. Hay quien dice que en la primera mitad de los años veinte cambió de bando y se convirtió en un espía bolchevique. Después fue contrabandista, traficando en la frontera con vodka, cuero, aceite, oro, lencería y huidos del país de los soviets, hasta que la policía polaca lo detuvo por bandidaje y fue condenado a muerte por un asesinato. Le conmutaron la pena por quince años de cárcel y en prisión escribió, sin ninguna experiencia previa, El enamorado de la Osa Mayor. Parece que su única guía eran los artículos que leía en el semanario Reseña Literaria o un prefacio a La educación sentimental de Flaubert que llegó a saberse memoria, pero era incapaz de seguir aquella preceptiva, para mi desgracia, no puedo escribir despacio, razonar, trabajar el estilo; debo escribir aprisa, como se me ocurre, como siento en aquel momento; me parece que ardo cuando escribo. Por mediación de alguno de sus carceleros, el manuscrito de minúscula caligrafía de Piasecki llegó al novelista que, atrapado por su lectura, devino su entusiasta valedor y contribuyó a la edición de El enamorado de la Osa Mayor en 1937. Y el fervor de los lectores alentó una campaña para la liberación del bandolero que había escrito aquella novela cautivadora. En otoño de 1939 las autoridades polacas iban a debatir el indulto, pero el ejército alemán invade el país, comienza la segunda guerra mundial y Piasecki fue evacuado con sus compañeros de cautiverio. Y a partir de ese momento sus rastros se desdibujan. Se cuenta que participó en la resistencia contra los nazis y como verdugo de los colaboracionistas. Reaparece en Inglaterra tras la guerra y escribe el prólogo de 1946 para El enamorado de la Osa Mayor. Se cuenta que se convirtió en un vagabundo -o mejor, vagamundo- por Europa y que murió en 1964 no se sabe dónde, tampoco dónde se encuentra su tumba. Pero nada se sabe con certeza, salvo, quizá, la vida airada en la frontera, la cárcel y, desde luego, una novela perdurable con un título perfecto.


Nací en la raia, mi abuelo pasaba vacas piscas de contrabando por el Miño, mi padre ayudó a pagar mis estudios con el café en los años del estraperlo y las historias de la frontera me avivaron la imaginación en la infancia. Y siendo uno arraiano, cómo no iba a añorar una novela como El enamorado de la Osa Mayor, una constelación que el contrabandista declina con los nombres de las mujeres que lo amaron -Irene, Sofía, Leonia, Helena, Eva, Lidia, María-, las que amojonan el camino de vuelta a casa.

Éramos once, el acostumbrado grupo de los contrabandistas. Íbamos al bosque por la verde penumbra, caminando sobre el musgo blando y perfumado como si anduviésemos por el fondo del mar. Pasábamos entre los árboles como fantasmas... leo en la página 210.

Aquellos espectros de la frontera: Jurlín, Ratón, Crío, Bolchevique, Casaca, Lord, Cometa...

El sol encendía y apagaba resplandores en los campos helados, dibujaba figuras, pintaba multicolores alfombras. El sol es rico y está lleno de ideas... en la página 287.


Hace unos años encontré un ejemplar de El enamorado de la Osa Mayor de Ediciones del Zodíaco, de abril de 1944 en Barcelona, traducida por José Farrán y Mayoral, quizá la primera edición de la obra de Piasecki en España, a la que pertenecen las imágenes que ilustran esta entrada. Por la fecha, la novela no puede acompañarse con el prólogo del autor, que escribirá dos años después (incluido en la edición de Acantilado, la más reciente que yo sepa); sólo lleva el prefacio de 1937 de Melchor Wankowicz y una nota de Evelina Bocca Radomska (traductora de la novela al italiano) y Juan Galeazzo Severi (no encontré ningún dato sobre él) donde se da noticia de la evacuación de Piasecki de la cárcel y de su desaparición posterior. El enamorado de la Osa Mayor termina con la indicación de lugar y fechas de escritura: Prisiones de la Santa Cruz. 14 de octuibre de 1935 - 29 de noviembre de 1935. ¿Escribió en cuarenta y seis días una novela de cuatrocientas páginas? Quién sabe.

No sé por qué me vino a la memoria El enamorado de la Osa Mayor. Quizá porque en días como hoy uno quisiera cruzar alguna frontera o emboscarse en tierra de nadie. No es una gran novela pero qué importa si a Piasecki le sobra nervio para tensar la prosa viva. Tampoco Zalacaín el aventurero es una gran novela de Baroja, pero nunca olvidaremos aquellas tres rosas sobre la tumba del contrabandista que perduraron lozanas tanto tiempo. Cómo no iba a añorar la lectura de El enamorado de la Osa mayor, aunque sólo fuera con la añoranza imaginada de una novela de la frontera en el país de la infancia.

1 comentario:

  1. No sé lo que es una gran novela o a veces lo sé y otras no o igual es que unas veces me parece que una gran novela es una cosa y otras veces me parece otra...lo que si reconozco al punto es cuando alguien que arde cuando escribe...Yo también quisiera cruzar esa frontera, de la que hablas, volver al territorio fabuloso donde todo podía llegar a ser y mandaba la inocencia. Gracias Daniel. Muchos besos para los dos.

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