A Dani
Tal día como hoy publiqué hace un año una entrada sobre Los contrabandistas de Moonfleet. Como es el cumpleaños de nuestro hijo y ésa es una de las películas de su vida -él sí la vio a tiempo-, volveré sobre ella desde otros ángulos. Y, quién sabe, igual el 20 de febrero acaba convirtiéndose en el día de Moonfleet para esta escuela. Sobra decir que es también una de mis películas favoritas, pero no la vi cuando hubiera visto mi infancia sino en 1987 o 1988, en los (benditos) multicines Norte de Vigo. Y es que tampoco hubiera podido verla antes, aunque a menudo se cree que, tratándose de una película que se estrenó en EEUU el 12 de mayo de 1955 -el año en que nací-, aquellas proyecciones de los ochenta se trataban de un reestreno. Y no, se trataba de un riguroso estreno en España de Los contrabandistas de Moonfleet, con más de treinta años de retraso. Creo que algún alumno de esta escuela, o quizá más de uno, se alegrará de saberlo, y aun más, probablemente hayamos visto la película por primera vez en fechas próximas o quién sabe si el mismo día. Ese retraso en el estreno dice mucho acerca de la recepción de una película que se convirtió en una seña de identidad, en una bandera de la cinefilia, en una de ésas por las que uno estaría dispuesto a partirse la cara, es un decir, pero eso ya podía deducirse de lo que escribí hace un año.
Cuando Los contrabandistas de Moonfleet estuvo lista, la Metro-Goldwyn-Mayer la estrenó sin el menor entusiasmo, casi como si se avergonzaran de la película. En muchos lugares de EEUU, se emparejó en programas dobles para las sesiones infantiles de los sábados por la tarde con Davy Crockett, un filme del mismo año. Hasta admiradores del cine Fritz Lang como el crítico americano Andrew Sarris la despachó en una reseña con desdén. Ni siquiera los que habían participado en su realización, empezando por el propio Lang y siguiendo por John Houseman -el productor- o Miklos Rosza -el compositor de la (magnífica) banda sonora-, hablaron de Los contrabandistas de Moonfleet con la menor consideración. De rescatar la película del olvido y entronizarla (como se merece) entre las obras maestras de Fritz Lang se encargaron los franceses. ¿Cómo puede haber cinéfilos que no amen París y a los -críticos- franceses a pesar de todo, y aun con todo? Y en esa recuperación tuvo mucho que ver un cine. Pero vayamos por orden.
Aunque no se estrenó en Francia hasta 1960, el crítico -y cineasta- Luc Moullet vio Los contrabandistas de Moonfleet en 1956 durante un viaje a Italia y escribió en el nº 63 de Cahiers -en octubre de ese año- un texto breve donde lo calificaba como un film genial que había que defender. Cerca de la redacción de la revista se encontraba el cine Mac-Mahon en el nº 5 de la avenida parisina del mismo nombre. Desde mediados de los cincuenta, ese cine se había especializado en exhibir películas americanas en versión original. Conviene no olvidar que la teoría de los autores de los Cahiers surgió del re-descubrimiento del cine de Hitchcock o de Hawks, no de la obra de cineastas europeos, o no en un primer momento. Y eran precisamente los devotos frecuentadores de los filmes -de Lang, Walsh o Preminger- programados en el cine Mac-Mahon por tipos Pierre Rissient o Michel Mourlet, que ya colaboraban en Cahiers, los que a principios de 1960 consiguieron para la sala la categoría de local de estreno. Durante el verano anterior, en 1959, Jean-Luc Godard rodó allí una escena de À bout de souffle en la que Jean Seberg llega al cine huyendo de la policía. Y tras haber conseguido la categoría de sala de estreno el cine Mac-Mahon inauguró la nueva etapa con Los contrabandistas de Moonfleet. Y ahora resulta oportuna una precisión: Moonfleet es el título original de la película de Lang y el título francés Les contrebandiers de Moonfleet está en la raíz del título español. En el Cahiers de mayo de 1960, Jean Douchet dedica varias páginas a analizar la película, un texto que titula Le cercle brisé (El círculo roto). Y así los mac-mahonianos enarbolaron la bandera de Los contrabandistas de Moonfleet. Y tras ellos una minoría -eso sí combativa (y combatiente)- de cinéfilos. Por todos escribió Alain Bergala en La hipótesis del cine, el más hermoso libro de cine publicado en lo que va de siglo:
"La transmisión del cine pasó durante mucho tiempo por la transmisión en el cine como tema de película. Muchas grandes películas que han inoculado el amor por el cine tienen como tema precisamente la transmisión, la filiación (y el encuentro con el mal, la exposición al mal). Sabemos lo que representó Los contrabandistas de Moonfleet para una generación de cinéfilos que establecieron un vínculo de por vida con el cine. Estos niños que en su mayor parte tenían dificultades con la cuestión paterna (padres muertos, ausentes, frágiles, desalentados) encontraron en esta película, bajo la forma de una fulguración, un despliegue resplandeciente del asunto que les preocupaba, que explora a través de la acción qué es un padre. Sin duda, también porque esa película les hablaba, mejor que cualquier otra, de su relación con el mundo; un niño, como ellos, ve cosas que siente que le conciernen, que son vitales para él, aunque no esté en condiciones todavía de comprenderlas completamente, sino sólo de intuirlas, y que constituyen la parte del enigma del mundo de los adultos del que depende: la sexualidad, la traición, la violencia, la muerte."
Y ahora que he recogido aquí este fragmento debo hacer una pequeña digresión para señalar la importancia de exponer a los niños, a través de la ficción, a los misterios del mundo, es decir, a situaciones, hechos y decisiones que no puede comprender del todo, porque sólo aquello que se intuye pero la razón no puede explicar completamente deja huella, o sea, resulta profundamente significativo. Por eso me resulta irritante esa tendencia (de lo políticamente correcto) sobre la ficción que deben leer o ver los niños, que, en definitiva, no es otra cosa que una infantilización hipócrita, ganas de meter la cabeza bajo el ala, justo cuando ya es imposible protegerlos del mundo terrible que entra a través de las mil ventanas domésticas abiertas a la iconosfera, un mundo que reciben de forma confusa, gratuita y arbitraria. Y aún más irritante resulta que no se entienda la importancia de que los niños vean, no cine infantil, sino el mejor cine, bien elegido y en la mejor compañía. Volvamos, entonces, a Los contrabandistas de Moonfleet.
La película de Lang parte de un guión de Jan Lustig y Margaret Fitts que adapta la novela -Moonfleet- de John Meade Falkner publicada en 1898, una obra en la estela de La isla del tesoro de R. L. Stevenson, no tan buena como ésta pero que se disfruta leyendo fragmentos preñados del sabor de la aventura:
¡Silencio! ¿Estáis locos o es que el licor se ha adueñado de vosotros? ¿Sois acaso carabineros que se atreven a gritar y a alborotar, o contrabandistas con el lugre a la mar y la vida entre las manos? El ruido que hacéis podría sacar de sus camas a las gentes de Moonfleet.
Así que al alba de una mañana de otoño y estando yo tumbado en este mismo lugar, oí tales gritos desesperados sobre el rumor de la tormenta, ¡cielos!, y tales alaridos de mujeres que se me heló la sangre en las venas y aún no he podido olvidarlos. Conque desperté a los de la partida, que dormían profundamente, como cabe esperar de aguerridos contrabandistas...
En fin, una novela apetecible para quienes gusten de los relatos del mar. Pero pocas veces se ha señalado la calidad del guión -el arte de la adaptación- y cómo los guionistas supieron conjugar el material literario con los requerimientos dramatúrgicos y de producción, dotando al relato de impulso, urgencia y concentración, y lo que no resulta tan común, espesor significante, es decir, potencia simbólica que permite múltiples exploraciones -digamos subterráneas- de la película. La primera versión del guión data de 1952 y fue escrito por Margaret Fitts; las demás versiones, fechadas en 1954, se deben a Jan Lustig bajo la supervisión de John Houseman. Lustig era un veterano de la MGM que había nacido en Brno en 1902 y escribió dos versiones del guión de Los contrabandistas de Moonfleet, una fechada el 26 de febrero de 1954 y la otra el 2 de agosto siguiente, justo la fecha que figura en el contrato de Fritz Lang con la MGM para dirigir la película. El inicio del rodaje estaba programado para el 18 de agosto y Lang apenas pudo participar en la preparación de la película, pero introdujo correcciones en el guión a lo largo del rodaje que se prolongó hasta el 12 de octubre de 1954.
Todos los ingredientes de la aventura tenebrosa que contemplamos en Los contrabandistas de Moonfleet -el almacén del contrabando bajo el cementerio, la estatua de Barbarroja, la trama de la búsqueda del diamante a través de los versículos bíblicos con referencias falsas y el punto de vista focalizado en el niño protagonista- proceden de la novela. Se les debe a los guionistas haber concentrado una acción, que en la novela se despliega a lo largo de más de diez años, en unos pocos días, y anudar la relación entre el niño John Mohune y Jeremy Fox, el jefe de los contrabandistas, un personaje que no aparece en la novela. La relación padre-hijo existía en la obra de Falkner a través de la relación del niño con Elzevir Block -que en la película tiene un papel secundario-, pero no tiene la riqueza inconsciente y simbólica que constituye uno de los sustratos más fértiles de la película. Los vínculos entre John Mohune y Jeremy Fox devienen mucho más complejos y misteriosos que en la novela a través del peso del pasado, y la pluralidad de sugerencias se abre a múltiples interpretaciones que denotan la profundidad de una película, de aventuras sí, pero dirigida por un maestro como Fritz Lang. Porque al cineasta se le debe que la mirada del niño cobre vida y potencia significante en las imágenes que se despliegan en la película bajo la forma de cartas del destino: el ángel ciego, el ahorcado -con esas manos crispadas y atadas a la espalda-, las cicatrices de Fox, la cabeza desgajada de la estatua, la estatua de Barbarroja, el esqueleto... Como si ¿un fantasma? trazara la trama fatídica de un aprendizaje primordial.
La modulación de la mirada de John Mohune conjugada con la de Jeremy Fox a medida que avanza la película constituye el hilo rojo de una transmisión (y de una filiación) que Lang va enhebrando en la textura visual a través de claves simbólicas que transfiguran la historia de la búsqueda de un diamante en una película oscura, crepuscular y fantasmal. Porque Los contrabandistas de Mooonfleet narra en su estructura profunda, por así decir, una historia, no ya sombría, sino también trágica: cuenta cómo un niño destruye a un hombre y cómo ese hombre, a pesar de presentir esa destrucción, acepta el precio por fidelidad a una mujer... muerta. Dicho de otra forma, es la historia de un fantasma (Olivia, la madre muerta de John Mohune) que envía a su hijo en busca de quien fue el amor de su vida (Jeremy Fox) con una carta, una carta que le costará la vida a su antiguo amor (y quizá padre de su hijo): lo que un día no consiguieron los perros de los Mohune lo conseguirá ahora un niño... inocente. Un niño que, como si un dramaturgo (o demiurgo) se tratara, le arranca la máscara a Jeremy Fox y le empuja recuperar (la máscara de) la conciencia que aquella mujer (muerta) le reclama y que John Mohune necesita para crecer. Y quizá ya hemos dicho demasiado. ¿Alguien duda de que esta película tramada en torno al círculo del destino aguardaba por un cineasta como Fritz Lang?
También fui uno de los que la vio, hace tantos años, en los cines de Vía Norte... y siempre supuse que había sido un reestreno, no un estreno en España. De aquellas era bastante joven (no lo suficiente; unos años menos habrían hecho el visionado perfecto) y aún no tenía muy claro quien era Fritz Lang. He de reconocer que entré en el cine porque el cartel, con ese ángel ciego, me resultó hipnótico, muy sugerente... Esa primera vez supongo que me perdí muchas cosas (no tantas como debería no haber entendido para que la película se convirtirse de verdad en mágica... ¡qué gran verdad esa que dices sobre los niños1) y por eso he vuelto una vez y otra a ella, disfrutándolo cada vez más... y tras leer este magnífico análisis, está claro que pronto volveré una vez más.
ResponderEliminarEso sí, mientras, escucharé la extraordinaria banda sonora de Rozsa, una joyita que sí me acompaña más a menudo (me gusta escuchar bandas sonoras mientras escribo).
Por cierto... qué casualidad: tu hijo cumple años el mismo día que mi padre.
Madrugador el niño? o trasnochador el padre? je je. Un saludo.
ResponderEliminarFelicidades Dani.
He tenido una semana espantosa de trabajo , después de algunos meses de baja por enfermedad me he incorporado a la pura realidad que es el trabajo, algo que no tiene nada que ver .ni con los blog, el cine o la imaginación,
ResponderEliminarA esto le he sumado este fin de semana la atención a mis mayores ,que están un poco mayores y ahora me siento feliz de poder dedicar un poco de tiempo a leer las estupendas entradas que me he perdido. Totalmente de acuerdo con lo de los niños.
Bonitas palabras la de la nota encontrada .
Felicidades retrasadas a tu hijo Daniel.
Un saludo
Muchas, muchas gracias.
ResponderEliminarBesos.
Dani.