De todos los libros que leí sobre nuestro amado Robert Louis Stevenson, ninguno, ni de lejos, tan delicioso como el que le dedicó Chesterton, por cierto en una magnífica traducción de Aquilino Duque.
Muy pronto, ya en las página 25 y 26, Chesterton aventura lo que para él representa la clave del arte del autor de La isla del tesoro:
El hecho primordial de la imaginería de Stevenson es que todas sus imágenes tienen unos contornos muy afilados y son, puede decirse, todo filo. Hay algo en él que más adelante lo atrajo al abrupto y anguloso claroscuro de las xilografías. Se puede ver desde el principio en la manera en que sus figuras dieciochescas se recortan contra el horizonte, con sus machetes y sus tricornios. Esas mismas palabras transmiten el sonido y el significado. Es como si estuvieran talladas a machete, como aquella inolvidable astilla o cuña arrancada por el acero de Billy Bones a la enseña de madera del 'Almirante Benbow'. Esa profunda mella en el tablón sigue siendo una especie de forma simbólica que expresa la manera literaria de atacar que tiene Stevenson, y si todos los colores se me llegaran a desvanecer y se oscureciera la escena de todo aquel relato, yo creo que el negro tablón al que le falta un trozo sería la última forma que vería. No es un simple juego de palabras decir que es su mejor xilografía. (...) Cualquiera que haya estado a la orilla del mar ha observado la nitidez y el fuerte colorido, como caricaturas iluminadas, con que aparecen las figuras más corrientes al pasar y repasar de perfil conttra el friso azul del mar. Hay algo también de esa dura luz que cae plena y pálida sobre los barcos y las playas abiertas, y aun más, no es preciso decirlo, de una cierta claridad salada y acre en el aire. Pero lo más notable son los contornos de esas figuras marítimas. Son todo filo y se yerguen junto al mar, que es el filo del mundo.
Y en las páginas 28 y siguientes, Chesterton nos lleva de la mano tras los bastidores de la poética de Stevenson, de esa artesanía de los grabados en madera que aplica al tallado en prosa de imágenes imborrables:
Si nos preguntamos, '¿Dónde da comienzo en realidad la historia de Stevenson, dónde empieza su estilo o su espíritu especial y de dónde vienen y cómo consiguió, o empezó a conseguir, la cosa que lo hizo diferente del vecino?', la respuesta está para mí fuera de toda duda. Lo recibió del misterioso Sr. Skelt [un personaje inventado por RLS que representaba la vida para él como un teatro de juguete; la expresión 'skeltery' representaba la 'filosofía' de RLS] de la Dramaturgia Juvenil, o sea, el teatro de juguete, que era de todos los juguetes el que produce más efecto de magia en la mente. O más bien, por supuesto, lo recibió del modo en que su temperamento y su talento captaban la naturaleza del juego. Él lo ha escrito con detalle en un excelente ensayo y al menos en una frase autobiográfica muy real: '¿Qué es el mundo, qué es un hombre y la vida sino lo que mi Skelt los ha hecho?'
Teatro para Jóvenes de Redington's
del que también escribe RLS
en su ensayo sobre su Skelt.
En realidad, la cita completa del ensayo de RLS al que se refiere Chesterton, Simples, un penique y de color, dos [Memoria para el olvido. Los ensayos de Robert Louis Stevenson. Ed. Siruela] suena aún más rotunda: ¿Quién soy yo? ¿Qué son la vida, el arte, las letras, el mundo, sino lo que mi Skelt ha hecho con ellos? Él dejó su marca en mi bisoñez. El mundo era vulgar antes de que lo conociera, un pobre mundo de un penique, pero no tardó en lucir los colores de la aventura. Stevenson se hizo escritor recortando de niño figuras de cartón y se paso la vida enseñándole al mundo lo que había aprendido con su teatro de juguete, como si esas figuras de cartón devinieran emblemas morales de contornos definidos y actitudes desafiantes, destinados a los gestos enérgicos, como trazados por un relámpago en la oscuridad. Aun en la negrura del alma, Stevenson resulta diáfano, como si nunca abandonara el teatro de juguete en que vivió las horas primordiales de su infancia, donde forjó la facultad de afilar unos pocos y definidos rasgos para captar y trasmitir personajes y ambientes con admirable rapidez y precisión.del que también escribe RLS
en su ensayo sobre su Skelt.
Pero no sólo eso, porque como señala Chesterton, hay otros novelistas muy buenos, pero que no tienen la capacidad de construir una figura humana con unas pocas palabras inolvidables, de hacernos sentir que un hombre ha cobrado vida mediante las tres palabras de un ensalmo. Ése es el genio de Stevenson. Y pocos escritores hubo que supieran además lo que se traían entre manos y fueran tan conscientes de los riesgos de la escritura y de las delicadas artes del oficio de escribir, y aún menos los que fueran capaces de precisarlas con tal finura y concisión:
La dificultad de la literatura no estriba en escribir, sino en escribir exactamente lo que quieres; no en afectar al lector, sino en afectarlo exactamente como tú deseas.
Si vas a hacer un libro que termine mal, debe terminar mal desde el principio.
Sólo hay un arte: ¡omitir! Si supiera cómo omitir, no pediría ningún otro conocimiento.
Quizá la más breve (y magnífica) selección de los ensayos literarios de RLS podéis encontrarla bajo el título de El arte de escribir en la editorial Artemisa.
Uno de los poemas más bellos de RLS evoca al niño enfermo que juega en su cama, se titula Los horizontes de mi colcha:
Cuando enfermo en mi cama yacía
Disfrutaba dos almohadas para mi cabeza,
Y mis juguetes estaban junto a mí
Manteniéndome alegre todo el día.
Algunas veces durante largo tiempo
Contemplaba a mis soldaditos de plomo marchar
Con sus uniformes de mil colores, avanzando
Sobre las colinas de las sábanas.
Y algunas veces enviaba mis barcos
Arriba y abajo sobre las mantas;
O imaginaba árboles y casas
Que por doquier se levantaban.
Yo era el gigante grande e inmóvil,
Sentado sobre la montaña de mi almohada,
Y ante mí se extendían, hondonadas y valles,
Los horizontes del mundo de mi colcha.
Stevenson nunca abandonó a aquel niño absorto en su teatro de juguete, por eso fue, sin duda, uno de los niños que más disfrutaron con La isla del tesoro, él mismo fue el primero en vivir la sensación de partir hacia el ancho mar y los países remotos, la había soñado recortando figuras de cartón. En un callejón de Hampton Court en Edimburgo se encuentra el museo de los escritores escoceses. Allí se encuentran algunas de las más preciadas reliquias para los devotos de RLS y, desde luego, la joya por antonomasia es ese teatro de juguete que cifró su, digamos, arte escenográfico. También las botas que calzaba en Vailima.
Porque cuando ya se sentía morir no le bastaba la literatura. Lo explica en la primera página de En los mares del sur. Hacía diez años que su salud empeoraba día a día y ya sólo le quedaba esperar la visita del empresario de pompas fúnebres, entonces...
Me aconsejaron que probara los mares del Sur, y no me desagradó la idea de atravesar como un fantasma, y llevado como un fardo, parajes que me habían atraído cuando era joven y gozaba de buena salud. Fleté, pues, la goleta Casco del doctor Merrit de setenta y cuatro toneladas, zarpé de San Francisco a finales de junio de 1888, visité las islas del este y a principios del año siguiente me encontraba en Honolulu.
Una vez allí, desanimado para reanudar mi vida de reclusión en mi habitación de enfermo, decidí proseguir mi periplo en una goleta mercante, la Equator, de algo más de setenta toneladas, pasé cuatro meses entre los atolones de las Gilbert y alcancé Samoa a finales de 1889.
Mientras tanto, la costumbre y el agradecimiento había empezado a atarme a aquellas islas; había recobrado las fuerzas perdidas, tenía amigos, había descubierto intereses nuevos… decidí quedarme allí.
Cuando yo tenía siete u ocho años leía los comics de una serie titulada Vidas ejemplares. Creo que el primero fue San Eustaquio, mártir. Uno de los personajes biografiados en la serie era el padre Damián que cuidaba de los leprosos de Molokai. Tardé aún muchos años en saber que Robert Louis Stevenson, en su periplo por los mares del Sur, visitó al padre Damián cuando éste ya había contraído la lepra y llegó a escribir una carta en su defensa, poniendo en valor su obra con los leprosos. Cuando el escritor murió, Fanny, su mujer, recibió esta carta de condolencia:
Estimada señora: Miles de personas lloran la muerte de Robert Louis Stevenson, pero nadie tanto como el ciego leproso de Molokai.
Para enterrar a RLS, como era su deseo, en el Monte Vaea, y no habiendo camino hasta allí, Fanny envió a sus sirvientes a las aldeas vecinas. Acudieron doscientos hombres que se distribuyeron desde Vailima hasta la cumbre y se pusieron manos a la obra con machetes, picos, palas y azadas. Mientras, los sirvientes untaron el cuerpo de Stevenson con aceite de coco aromatizado con la suave fragancia del árbol ilang-ilang. Contrariamente a la tradición samoana, sin embargo, no envolvieron su cuerpo en finas esteras, sino que lo colocaron en un ataúd que el carpintero Willis de Apia hizo aquella misma noche delante de la casa. Lloraba mientras movía el cuerpo de RLS para tomar medidas. Había muerto el 3 de diciembre de 1894 y lo enterraron al día siguiente cuando quedó abierto el camino desde Vailima hasta la cumbre del Monte Vaea.
Dondequiera que soplen los alisos no hay lugar más delicioso que el puente de una goleta, escribió Robert Louis Stevenson en Los traficantes de naufragios. La goleta del fantasma de RLS, soñada por un niño que recortaba figuras de cartón para su teatro de juguete.
También dijo Chestertoon que RLS había hecho mejor uso de su mala salud que Oscar Wilde de la suya (tan buena). Me ha emocionado tu homenaje al gran Stevenson. Hay fotos que no conocía. Un abrazo.
ResponderEliminarQue maravilla de fotos, no le recordaba tan delgado!
ResponderEliminarExcelente homenaje a Robert Louis Stevenson. Me ha encantado la entrada: llena de contenido, muy bien escrita, muy sugerente y con unas fotos impresionantes. Llevo tiempo recogiendo fotos de escritores y algunas (coincido con Madison) no las conocía y eso que Stevenson es uno de mis escritores favoritos.
ResponderEliminarTodo el blog me ha encantado. Te puedo asegurar que tienes en mí a un fiel lector. Un saludo.