17/2/10
Hacer memoria
De todos los escritores de frase larga que he descubierto en los últimos diez años, en ninguno he encontrado páginas más intensas, conmovedoras y absorbentes que las de W. G. Sebald. Y casi al tiempo que empezaba a frecuentar sus libros, el escritor moría en un accidente de coche cerca de Norwich, al este de Inglaterra. Era un viernes, 14 de diciembre de 2001, y todo indica que sufrió un infarto mientras conducía, invadió el carril contrario y chocó con un camión. Le acompañaba su hija Anna, una maestra de 28 años, que resultó herida pero sobrevivió. W. G. Sebald nos ha dejado algunos libros -Vértigo, Los anillos de Saturno, Los emigrados, Austerlitz- que figuran entre lo mejor que he leído en lo que va de siglo. Libros con apenas puntos y aparte, con una prosa de largo y hondo aliento, amojonada con material visual -fotografías, mapas, gráficos, postales o recortes de prensa-, a modo de libro de pruebas de las almas perdidas del siglo XX; una prosa que representa una red neuronal por la que circulan ideas -conjugadas con emociones- que traza la cartografía de las pérdidas de nuestro tiempo; una prosa destinada a hacer memoria. Poco antes de morir, W. G. Sebald declaró en una entrevista:
Las fronteras entre vivos y muertos no están herméticamente selladas. Persiste una zona opaca, un territorio de tránsito. Si existe la sensación, sobre todo entre la gente infeliz, de que hay algo como la muerte en vida, entonces es factible que el reverso también exista.
Esas fronteras son el territorio poético de W. G. Sebald, allí son propicios los encuentros con los fantasmas, de la memoria y/o de la Historia. A la busca de esos encuentros viaja W. G. Sebald, se pone en camino al comienzo de sus libros, para olvidar un periodo difícil (Vértigo) o para huir de un vacío (Los anillos de Saturno) o para alejarse de la geografía doméstica (Los emigrados) o por motivos imprecisos (Austerlitz). La apertura de las obras de Sebald remiten al comienzo de Moby Dick, a ese vacío (moral) del que huye Ismael. Y esos viajes, como los de Ismael, producen a menudo vértigo, cuando nos adentramos de la mano del autor -o de la voz del autor- en las ruinas del tiempo, las quiebras íntimas, el abandono, el exilio, la orfandad y el destierro; a través de una prosa magnética en una arrebatada celebración de la memoria bajo las máscaras de la melancolía. Una prosa vertiginosa -en un sentido hichtcockiano (de Vértigo)- que aflora de entre los muertos. Digamos que W. G. Sebald se ha dejado visitar -y aun ocupar- por los muertos y les ha entregado su obra. Para que nos cuenten sus vidas. Unas vidas que W. G. Sebald rescata de un mundo devastado, y su escritura deviene una forma de duelo.
Se llamaba Winfried Georg Maximilian Sebald, sus amigos le llamaban Max y publicó su primer libro cuando había cumplido 43 años. Nació en Allgäu, en la Baviera alemana, en 1944, pero desde los 21 años vivía en Inglaterra. Pero la experiencia de su infancia resulta primordial en su obra. Él mismo contó que a los 17 o 18 años, en Allgäu, durante las clases de historia contemporánea aparecieron de pronto los cadáveres en el aula, nuestros profesores decidieron un buen día proyectar un filme inglés sobre Bergen-Belsen, el campo de exterminio nazi. Lo proyectaron sin comentarios, como un ejercicio obligatorio de moral. Desde entonces ese tema ha estado en mi cabeza. Siempre me sorprendió la perfecta disciplina con la que mi generación canceló la memoria del exterminio de los judíos. No puedo llamarlo Holocausto, porque esa palabra significa sacrificio y ofrenda. En una obra como Austerlitz W. G. Sebald prolonga la Historia que agoniza en el presente y le entrega la voz a los supervivientes, a quien ya sólo puede encontrar un hogar en la casa de la memoria.
El lunes de la semana pasada monté en una entrada una cita de W. G Sebald que había apuntado en una libreta. Pertenecía a Austerlitz, era uno de los muchos párrafos que había subrayado cuando leí el libro por primera vez hace siete u ocho años. En cuanto publiqué la entrada fui a buscar el libro para localizar la cita. Y la encontré, pero no pude abandonar el libro y lo leí otra vez, deslumbrado como la primera vez, con placer y dolor una vez más. Tratar de definir el género de los libros de W. G. Sebald es inútil, digamos que son novelas porque la novela es el género más abierto que existe, digamos que son libros de frontera entre el ensayo y la ficción, pero cómo obviar la carga lírica que arrebata en tantos momentos sus obras, en las que las palabras son portadoras de las emergencia -afloraciones y urgencias- de la memoria, que invocan a las víctimas de la historia y donde las imágenes se contemplan como huellas de los fantasmas, plegarias para que nada se pierda y elegías a lo perdido. Y a menudo lo perdido es también la naturaleza misma:
Recuerdo, dijo Austerlitz, que Alphonso nos dijo una vez a un sobrino nieto y a mí que todo palidecía ante nuestros ojos y los colores más hermosos habían desaparecido ya en su mayor parte o sólo se encontraban aún donde nadie los veía, en los jardines submarinos a muchas brazas de profundidad bajo la superficie del mar. En su infancia, dijo, había admirado en Devonshire y Cornwall, junto a los acantilados de creta, donde el oleaje ha abierto y pulido oquedades y cubetas desde hace millones de años, la infinita variedad de lo que crecía oscilando entre lo vegetal, lo animal y lo mineral, los zooides y algas coralígenas, anémonas de mar, abanicos de mar y plumas de mar, los antozoos y los crustáceos, que, en los cálices de roca dos veces al día sepultados por la marea, rodeados de largas frondas de algas y revelados luego otra vez totalmente a la luz y el aire, en todos los colores del espectro -verde cardenillo, escarlata y rejalgar, amarillo azufre y negro terciopelo- habían desarrollado una vida maravillosamente irisada. Una franja que subía y bajaba con las mareas rodeaba entonces toda la costa suroccidental de la isla, pero, ahora, apenas medio siglo más tarde, ese esplendor había sido totalmente aniquilado por nuestras pasiones coleccionistas y otras perturbaciones e influencias imponderables. (págs. 91-93, Austerlitz, Anagrama, 2002; traducción de Miguel Sáenz)
Y la prosa de Sebald, como si de un Cezánne se tratara, rescata lo perdido con algo más fuerte que la memoria. Sebald, que no se consideraba un novelista, sólo un escritor:
Sólo quiero escribir una prosa decente. No importa qué sea: biográfica, autobiográfica, topográfica.
Con tal de hacer memoria, añadiríamos.
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Llegar aquí a estas horas de la noche y encontrar esta entrada es un premio, adoro la prosa de Sebald, aunque para leerlo debo estar en silencio y concentrada, si no es así no consigo disfrutar la lectura.
ResponderEliminarA estos títulos que has puesto, magníficos todos, yo añadiría otro, se titula Del natural, es distinto a tdos los otros.
Un abrazo