31/1/10
Los de abajo
Estaba visto que este enero iba a amojonarse de obituarios. Leo en El País el que Barbara Celis le dedica al historiador Howard Zinn que murió el pasado miércoles. Hace unos nueve años leí La otra historia de los Estados Unidos, su obra más conocida, su obra capital diríamos y cuyo título original es A People's History of the United States: 1492 to present. Creo que fueron Cheché Carmona y Eligio Montero quienes me hablaron del libro y debieron hacerlo de una forma muy convincente porque ese mismo día encontré un ejemplar en la librería Xiada que aún tenía el precio en ptas. (3.500), editado por Hiru (creo que también hay una edición en siglo XXI). Y esa misma noche empecé a leerlo. Fue una lectura estimulante por dos razones: por una razón de mirada y por una razón de pasión. La pasión salta a la vista desde las primeras páginas: "Quiero hacer hincapié en que todavía nos acompaña la costumbre de aceptar las atrocidades como el precio deplorable pero necesario que hay que pagar por el progreso (Hiroshima y Vietnam por la salvación de la civilización occidental; Kronstadt y Hungría por la del socialismo; la proliferación nuclear para salvarnos a todos). Una de las razones que explican por qué nos merodean todavía estas atrocidades es que hemos aprendido a enterrarlas en una masa de datos paralelos, de la misma manera que se entierran los residuos nucleares en contenedores de tierra".
Y la mirada se revela con pasión desde los primeros párrafos. Howard Zinn se niega a aceptar que las naciones y los estados puedan ser vistos como familias o comunidades, o sea, deniega la óptica -siempre interesada- del poder: "La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente que piensa debe ser -como sugirió Albert Camus-elegir el bando de las víctimas". Con esta premisa (óptica) no debe sorprendernos que Zinn prefiera contarnos (con pasión) "la historia del descubrimiento de América desde el punto de vista de los arawaks; la de la Constitución, desde la posición de los esclavos; la de Andrew Jackson tal como la verían los cherokees; la de la Guerra Civil, tal como la vieron los irlandeses de Nueva York; la de la Guerra de Méjico, desde el punto de vista de los desertores de Scott; la de la eclosión del industrialismo, tal como lo vieron las jóvenes obreras de las fábricas textiles de Lowell; la de la Guerra Hispano-Estadounidense vista por los cubanos; la de la conquista de las Filipinas, tal como la vieron los soldados negros de Luzón; la de la Edad de Oro, tal como la vieron los agricultores sureños; la de la 1ª Guerra Mundial, desde el punto de vista de los socialistas [y anarquistas], y la de la 2ª vista por los pacifistas; la del New Deal de Roosvelt, tal como la vieron los negros de Harlem; la del Imperio Americano de posguerra, desde le punto de vista de los peones de Latinoamérica".
Pero no se trata de una visión de los buenos de la Historia. Zinn es demasiado lúcido para caer en semejante ingenuidad: "Mi línea no será la de llorar por las víctimas y denunciar a sus verdugos. Esas lágrimas, esa cólera, proyectadas hacia el pasado, hacen mella en nuestra energía moral actual. Y las líneas no siempre son claras. A largo plazo, el opresor también es víctima. A corto plazo (y hasta ahora la historia humana sólo ha consistido en plazos cortos), las víctimas, desesperadas y marcadas por la cultura que les oprime, se ceban en otras víctimas".
Para Zinn, la Historia constituye una herramienta crítica para descubrir en los episodios olvidados (y silenciados) del pasado la capacidad de resistencia, de unidad y de esperanza de los explotados. Y una herramienta para proyectar las luchas futuras. De los de abajo. Porque Zinn era un historiador, es cierto, pero conviene recordar que era, también -y al mismo tiempo-, un activista. Un rojo. Con razones. De pasión y mirada. Desde los de abajo.
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Vaya, no me había enterado de la muerte de Zinn. Otra gran pérdida en la misma semana que se nos fue Salinger.
ResponderEliminarY qué extraña casualidad: el mismo día que compré "La otra historia de los Estados Unidos", hace ya tantos años, compré "El guardián en el centeno" (fui un lector tardio de esa genial novela) en la misma librería, en mi caso "Lume". Y más extraño aún... ambos volúmenes los perdí hace años (ambos ya han sido reemplazados; son imprescindibles)... igual que ahora, con tan escaso margen de tiempo, perdemos a esos dos grandes escritores.
No conocía la obra de Zinn, intentaré remediarlo porque veo que vale la pena leerlo.
ResponderEliminarSupongo que su actitud para con la historia y quienes la protagonizaron es un poco parecido al saber que... "si violento es el cauce del rio cuando se desborda y lo arrasa todo, también lo son los límites que lo retienen"
ResponderEliminarUn saludo
Intentaré ponerme al día sobre Howard Zinn.
ResponderEliminarUn saludo