18/1/10

El alquimista

Una noche de hace treinta años, el cineasta Alan Berliner se fijó en una pequeña nota escrita a mano en el tablón de anuncios de The Collective For Living Cinema de Nueva York donde daba clase. En esa nota ofrecían una colección de películas domésticas y anónimas en 16 mm de los años 20, 30, 40 y 50. Alan Berliner anotó el número de teléfono y llamó a la mañana siguiente. Por suerte, fue la primera persona que se interesó por esas películas caseras. Era la primavera de 1980. Pocos días después se encontró en la esquina de la Sexta Avenida y la calle 48 de Manhattan con Mr. Price, el hombre que había puesto el anuncio. Le pagó 150 dólares por tres cajas llenas con casi treinta horas de películas domésticas y el propio Mr. Price le ayudó a cargarlas en el maletero del taxi. Por lo visto, el hombre había sido un coleccionista de antiguos aparatos de cine, comprando viejos proyectores y cámaras en liquidaciones patrimoniales, mercadillos y ventas particulares. En ocasiones, le explicó Mr. Price a Alan Berliner, compró las bobinas de películas domésticas que venían con esos proyectores y cámaras, aunque no era el material que le interesaba para su colección. Con el tiempo había acumulado gran cantidad de esas películas y ya no tenía sitio para almacenarlas. Eso sí, quería vendérselas a un cineasta, a alguien que pudiera darles algún uso.

Alan Berliner en su archivo

Alan Berliner se pasó un año revisando y digiriendo -que no dirigiendo, aún no- todo aquel metraje de cine casero. Pero la película que atesoraban aquellas filmaciones anónimas de cuatro décadas no emergió hasta que el cineasta empezó a explorar una hipotética banda sonora de aquellas películas domésticas. Entonces empezó a reunir toda clase de grabaciones sonoras familiares, comprándolas en liquidaciones, mercadillos y particulares (como Mr. Price), pidiéndolas prestadas y en algunos casos creándolas con su propia familia. Acabó recopilando una amplia colección de historias orales. Me gusta pensar que opero como un alquimista, trasformando los materiales viejos -sonidos e imágenes- en formas y significados nuevos, ha contado Alan Berliner. Y montar es el refugio del alquimista. De aquellas latas de películas caseras que le compró a Mr. Price en una esquina de Manhattan y del archivo sonoro familiar que consiguió recopilar empezó a tomar forma el ciclo vital de una familia americana, una película de algo menos de una hora titulada The Family Album que se estrenó en 1986. Una película donde, de un lado, colisionan las voces, las músicas y los efectos sonoros con las imágenes; de otro, el montaje de imágenes hilvana los planos mediante enlaces -raccords- de movimiento interno que suturan los cortes. O sea, The Family Album conjuga una fricción y una fluencia. Mientras las imágenes fluyen vemos el álbum de imágenes de una familia americana y aun la celebración de la familia, pero la fricción del relato oral -de los miembros de una familia que remontan el río de la memoria al contemplar las películas caseras- sobre el relato visual deviene algo que dinamita la imagen doméstica idealizada del sueño americano. Os dejo aquí un fragmento del comienzo de The Family Album subtitulado en catalán que, parece ser, usaron en algún examen de dramaturgia en alguna escuela:



The Family Album
representa un filme seminal de una de las ramas de mayor vitalidad del documental americano, los Found Footage Films, que constituye una vertiente doméstica de los estudios de la cultura popular en confluencia con el cine experimental. Una reescritura fílmica de tantas películas domésticas anónimas, un material muy valioso desde el punto de vista etnográfico, y que cobra nueva vida -formas y significados- en obras como The Family Album, una tendencia del cine contemporáneo que tiene en Alan Berliner a un alquimista de referencia.

Os dejó también Everywhere At Once, una pieza de la vertiente más experimental de Alan Berliner:

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