Hoy encontré esta película, la primera que se rodó en Barcelona al comienzo de la guerra civil. Se titula Movimiento revolucionario en Barcelona y dura veintidós minutos, aunque aquí apenas vemos diecinueve. Se trata de una película producida por la Oficina de Información y Propaganda de la CNT-FAI, que había promovido el Sindicato Único de Espectáculos Públicos, y rodada entre el 19 y el 23 de julio de 1936. La dirigió -y le puso la voz- el periodista Mateo Santos, director de la revista Popular Film, con fotografía de Ricardo Alonso y montaje de Antonio Cánovas.
La CNT-FAI fue la organización que produjo un mayor número de filmes durante la guerra civil, este Movimiento revolucionario en Barcelona acabó siendo utilizado por los franquistas para demostrar los "excesos anticlericales" de la República. Como curiosidad cabe añadir que fue la única película producida por los anarquistas que utiliza La Internacional en la banda sonora. Movimiento revolucionario en Barcelona trata de transmitir la euforia derivada de haber abortado el golpe fascista y de la alborada roja que se presentía. Eran los días jubilosos que preludiaban lo que Hans Magnus Enzensberger denominará el corto verano de la anarquía, el título de aquel libro que leímos con devoción en 1975.
Horas después compruebo que finalmente había publicado esta entrada en vez de guardarla como borrador. El temporal y los apagones hicieron de las suyas esta noche. Pero no iba uno a dejar así de huérfana esta pieza sin apenas un comentario, porque de eso se trataba, de ponerle una nota al pie a esta película que se nos presenta como llegada por el túnel del tiempo. Remediemos entonces el desaguisado.
En una pieza como Movimiento revolucionario en Barcelona se conjuga documento e ideología. Tres cuartos de siglo después, los cinco minutos -entre el 10' y el 15'-, que muestran la caravana de milicianos saliendo de Barcelona hacia Aragón para combatir al fascismo, constituyen la secuencia más valiosa, donde se documenta visualmente el hormigueo callejero y la fiesta revolucionaria, incluso el montaje resulta más refinado mediante la combinación de travellings y panorámicas.
Pero esa distancia desde la que contemplamos las imágenes encierra una dualidad conflictiva. De un lado, nos permite apreciar el desajuste entre la historia y la narración, se nos cuenta un episodio revolucionario, es decir, uno de esos momentos en que se pisa el acelerador de la historia hacia un mañana en que la humanidad aspira a acariciar siquiera la utopía, y sin embargo se nos narra mirando por el retrovisor, una nueva forma nace -el movimiento revolucionario- y se nos ofrece envuelto en las viejas formas de un noticiario.
No se sabe muy bien qué filmar ni siquiera lo que se filma. Al cámara se le escapa lo que está ante la cámara porque trata de encerrar en una forma conocida una forma que aún no ha cuajado. Y el montaje trata de otorgarle un sentido a algo que todavía no tiene nombre, por eso el fragmento más vivo es la caravana de milicianos, porque tiene movimiento, nos sitúa literalmente en medio de un tránsito, y justo era lo que acontecía, una forma que se transformaba en otra, una sociedad en otra, y el cine debía -debería- acompañar ese transito, esa transformación, en definitiva, esa revolución.
Por otro lado, y esto es lo más importante, las imágenes no propician la imaginación. Ése sería el verdadero valor de las imágenes, disparar la imaginación, trascender esas imágenes para imaginar la urgencia, la perplejidad y el fervor aquel julio ardiente, la candente confusión, la energía y el espectáculo callejero del movimiento revolucionario en Barcelona. Y ése también es el problema de la ficción española sobre la guerra civil, si las imágenes no propician la imaginación es imposible que aflore la verdad de aquel tiempo en aquel país. Porque sólo la imaginación puede fertilizar el documento para cosechar lo verdadero. Es la imaginación quien permite sentir, y sólo comprende, en un sentido profundo, quien siente. Basta ver el fragmento de La conquista del Oeste dedicado justamente a La guerra civil -americana- y dirigido por John Ford -quién si no- para comprobar cómo la economía, sutileza y elegancia abren una puerta tras otra de la casa de la imaginación.
En fin, que esa pequeña pieza, me sugirió estas disquisiciones sobre las que vuelvo una y otra vez cuando acabo de ver otra película sobre la guerra civil. Movimiento revolucionario en Barcelona devino apenas un pretexto y bien está que así sea. Pero en realidad llegué hasta esa película sobre aquellos primeros días del corto verano de la anarquía por Troppo vero. Ayer terminé la última entrega del salón de pasos perdidos y en las páginas 766-767 Andres Trapiello cuenta que compró en el Rastro la colección completa de los ABC publicados durante la guerra en Madrid. En este [periódico] están encerradas todas las novelas imaginables. (...) Sus páginas están llenas de muertes y sentencias de muerte por todos lados, así como de mentiras y propaganda, y al mismo tiempo de ilusiones y esperanzas. Y las fotografías impresionan.
Un grupo de milicianos acaba de profanar las tumbas de los curas y las monjas enterrados en la iglesia del Carmen y han esparcido los huesos junto a un reclinatorio sobre el que han colocado unas calaveras. Si uno ve la fotografía el tiempo suficiente empieza una novela o una película, quiero decir, empieza a imaginar, y quizá entonces podríamos comprender. Porque esa historia de la fotografía empezó mucho antes. Y no terminó aún, basta escuchar o leer las cosas que se dicen en la Conferencia Episcopal. O recordar que aún se imparte religión en la escuela pública. Ver, imaginar y entender. Qué breve el corto verano de la anarquía.
Problemas con la línea me han impedido seguir tu blog... Trapiello me produce sarpullido pero Rohmer me encanta, cuestión de gustos. Feliz año.
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