22/9/09

Sesión continua: la corrección y la metáfora

Hacía un montón de tiempo que no pasaba una tarde con una sesión continua de cine. Funciones corridas le dicen en México. Y como ayer me dejaron solito pues aproveché la ocasión. Fue como volver a la infancia aunque el cine ahora sea, en gran medida, resabiado, como si los cineastas dirigieran con una mueca de suficiencia o como si estuvieran de vuelta de todo. O como si ya no confiaran en lo que cuentan, si no es como mero pretexto para la broma intertextual o el simulacro espectacular, que viene siendo algo así como enmendarnos la plana a los espectadores. En fin, que uno preferiría para pasar la tarde una película de Clint Eastwood, que parece ser el único director que queda para que nos traten de tú a tú, sin trucos ni aspavientos, y otra de Enrique Urbizu que es de los pocos directores de aquí que sabe dónde colocar la cámara para que no nos volvamos locos intentando comprender qué nos están contando. Algo así resultaría apetecible para una sesión continua casi como en la infancia. Pero esto es lo que hay.

Un cine para redimir la Historia

¿Quién no ha imaginado alguna vez que la Historia fuera otra historia? ¿Quién puede resistirse a la fantasía placentera de imaginar que las cosas hubieran sido diferentes? ¿Quién no ha soñado con redimir a los vencidos? ¿Quién se ha sustraído al difrute de la alucinación de la venganza? ¿Quién se ha privado de fantasear con la utopía del cine como corregidor de las condenas de la Historia? Como decía Buñuel, la imaginación no delinque. En fin, cómo no imaginar que Franco y sus asesinos pagaban sus crímenes. Aquí, una película así ni se plantea, pero pongamos que se hiciera, pues se abrirían las carnes los de siempre y los de la adoración nocturna se flagelarían a la puerta de los cines donde se estrenara.


Pues Tarantino ha hecho una película, no sobre el tema, pero sí en esa línea: los judíos, o mejor, un comando de judíos (que corta cabelleras de nazis, como si fueran apaches) por un lado y, por otro, una judía dueña de un cine (el Le Gamaar de la primera ilustración) y un proyeccionista negro le hacen pagar el Holocausto a Hitler y compañía usando, respectivamente, la dinamita y el celuloide como arma (cargada de futuro virtual), y de paso, acaban la 2ª guerra mundial un año antes. Imaginad una película bélica (Aldrich y Fuller) filmada como un western (Ford y Leone) pero como si fuera un thriller de suspense (Hitchcock y Lang) realizada por un cineasta que le hizo al cine lo mismo que Warhol le hizo a la pintura y tendréis Malditos bastardos, la última historia de venganza de Tarantino. Un filme -pulp y pop- antinazi que podría verse como una secuela de Man Hunt (Fritz Lang, 1941) casi setenta años después.

Quentin Tarantino en el rodaje
de
Malditos bastardos


Tarantino despliega los poderes de la película mediante secuencias preñadas de suspense en las que el tiempo se dilata hasta el paroxismo para dinamitar la acción dramática en interminables (y por momentos brillantes) diálogos trufados de referencias cinéfilas (no olvidemos que será el cine quien acabe con Hitler en el filme) como aquella réplica de la (judía) dueña del cine: En este país [Francia] se respeta a los directores, o la conversación a propósito de G. W. Pabst entre un soldado (crítico de cine) y un general británicos (la cinefilia es un ingrediente imprescindible a la hora de asignarle una misión). Y, si de poderes hablamos, no podemos olvidarnos de un personaje memorable, quizá la piedra de toque -un auténtico metteur en scène- de la película, el coronel Landa de las SS, un personaje magníficamente interpretado por Christoff Waltz.

Christoff Waltz como el coronel Landa
en una de las primeras escenas
de
Malditos bastardos

Al cineasta le sobra energía y capacidad para mantenernos en la butaca, a base de ingenio combinado con dosis suficientes de humor y transgresión, pero le sobran caprichos y, por lo menos, media hora de metraje. Eso sí, cumple sus promesas: si antícipábamos la fruición de la venganza, por Tarantino no va a quedar. Y se queda tan campante, imaginamos que frotándose las manos, como quien prepara un regalo y espera, relamiéndose, la reacción que imaginaba.


Malditos bastardos
es una muestra reveladora de una tendencia (manierista) del cine actual: los efectos son más importantes que la historia; los mecanismos dramatúrgicos, más sustanciosos que el drama mismo; y la puesta en escena, más decisiva que el conflicto. En definitiva, un cine en que la violencia ya no deviene catarsis sino parodia. ¿Entonces la venganza? Simulacro de un simulacro. Juego de máscaras. ¿Habrá algo tras ellas? Un síntoma de los tiempos. Del cine. De la Historia como ilusionismo, inluida la corrección. Por eso Man Hunt acababa como acababa y Malditos bastardos acaba como acaba. Pero ¿alguien se acuerda de Man Hunt, de Lang? Para eso sí que habría que imaginar una corrección.


Disctrito 9 es una película neozelandesa pero ambientada en Johanesburgo, rodada al amparo de la factoría que montó allí Peter Jackson, el de El Señor de los Anillos, y la dirige Neill Blomkamp, un tipo que no conocía pero tiene todas las trazas de saber lo que se trae entre manos. Basta ver el cartel (ahora es todo lo que hay, nada de cuadros) para darse cuenta de que se trata de una película de ciencia-ficción con extraterrestres, y si estos viven confinados en un lugar como Soweto, entonces la metáfora empieza a definirse. Estamos ante una película que nos cuenta, mediante una historia de alienígenas, un relato que remite al presente. Hoy mismo la policía francesa intervino en la llamada "selva de Calais" para detener a un ciento o más de sin papeles, todos los días vemos llegar pateras, bueno ya no pateras, simples balsas neumáticas de juguete con niños subsaharianos. En Districto 9 llegaron hace veinte años un millon de extraterrestres de golpe y ahora se plantean trasladarlos doscientos km., o sea, para quitarse el marrón de delante de las narices. Y ahí empiezan todos los problemas, claro.


En algún momento me acordé de Pánico en las calles (Elia Kazan, 1950), una película que también había visto en sesión continua durante mi infancia, quizá porque también se planteaba la caza de un infectado. Distrito 9 no es una gran película, o lo sería si sostuviera el tono verista -documental- de reportaje televisivo con que nos introduce en la historia -al que contribuyen actores desconocidos, como el protagonista-: la primera parte de la película tiene garra, pulso narrativo y convicción. Con brochazos casi documentales nos mete de cabeza en Johanesburgo y en el corazón del relato, y sin asomo de dudas, y expuesto verbalmente el planteamiento se las traía. Creo que se resiente del cambio de registro de la segunda parte, aunque mantiene el vigor suficiente en la progresión dramática como para disfrutarla. Una película más que solvente para una sesión continua. Y un espejo sobre el presente, sin resabios. Una metáfora quizá ingenua, pero metáfora al fin y al cabo.

Píllara papuda

Le iba contando la película a Ángeles a la hora del crepúsculo y no sonaba mal mientras caminábamos de vuelta del Con de Agosto. Pero descubrimos en la playa una bandada de mazaricos curlí parsimoniosos y, unos metros detrás, otra de píllaras papudas correteando por la arena: al fin, han tomado el relevo definitivo a los turistas, este primer día de otoño. Y ésa fue la mejor película, pequeñita eso sí, un haiku diríamos, para terminar el día.

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