23/9/09
Negra, black, noir
Tengo aquí al lado 1280 almas, la novela de Jim Thompson publicada por Bruguera en la colección LibroAmigo en marzo de 1980. En la página del título anoté debajo: Santiago, abril 80. Era la primera obra de Jim Thompson que leía. Durante años la novela negra colmó de forma preferente mis lecturas. Desde aquel día de 1977, durante la mili en Valencia, me iba de permiso y compré Cosecha roja de Dashiell Hamett, con aquella portada sangrienta de la edición de Alianza de bolsillo, en un quiosco de la estación. Hubo otros permisos en que me abastecí en un quiosco de la estación de Atocha en Madrid. En mi memoria, la prosa de Hammett y Chandler tiene el ritmo de un tren que atraviesa la península hacia el noroeste. Luego vinieron James M. Cain, Horace McCoy, Ross MacDonald, Chester Himes, David Goodis, William Irish. Y Jim Thompson. La mayoría de LibroAmigo que costaban alrededor de 150 ptas. Los amantes de la novela negra éramos casi una cofradía. Si descubrías a alguien que le gustaba la novela negra, las coordenadas de la conversación eran propicias y no tardaba en fluir envuelta humo de cigarrillos, en medio de la noche. También le gustaría el cine negro, o sea sería alguien de gusto, de buen gusto. Extraños en un paraíso común, cifrado en volúmenes que se descuajaringaban (¡cuantas ganas tenía de colocar esta palabrita!) de mano en mano, de lectura en lectura, y a fe mía que no necesitaban de muchas para que empezaran a caérsele las páginas.
Luego llegaron Donald Westlake que murió el pasado 31 de diciembre cuando acudía a la cena familiar de fin de año y que adaptó para el cine Los timadores de Jim Thompson, una estupenda película dirigida por Stephen Frears, y Elmore Leonard, quizá los últimos con los que disfrutamos casi como hace veinte o treinta años. Y los más recientes, Dennis Lehane y George Pelecanos, a los que debemos también los guiones de varios episodios de The Wire.
Creo que la última novela negra que leí fue El jardinero nocturno de Pelecanos, este verano, en la que resuena el mundo de la serie de David Simon, o viceversa. Y la última película de cine negro quizá haya sido Adiós pequeña, adiós, basada en una novela de Lehane, escrita y dirigida por Ben Affleck y protagonizada por su hermano Casey. Lo que más nos gustó de la película fue el clímax, que no es un estallido de violencia, sino un dilema moral de gran calado, de esos cuya resolución -cualquiera que sea- te va a cambiar la vida para siempre, pero además un dilema convincente, porque tanto el protagonista como el antagonista tienen sus razones, dicho de otra forma, nosotros mismos nos vemos arrastrados a poner las razones de uno y otro en la balanza de lo justo, y no lo tenemos nada claro, y somos conscientes de lo que se le viene encima al protagonista ante la decisión que va a tomar.
Me he extendido sobre este filme porque me acabo de enterar, con meses de retraso, de que la última película de Michael Winterbottom -creo que se estrenará en 2010- es una adaptación de El asesino dentro de mí, una de las mejores novelas de Jim Thompson. Y por lo visto, y me cuesta verlo, Casey Affleck interpreta a Lou Ford, uno de esos sheriffs thompsonianos por excelencia, como el Nick Corey de 1280 almas. Y no es que sea un mal actor, me gustó en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007), pero imaginarle como esa mala bestia -una mezcla de crueldad brutal y pulsión sexual- creada por Thompson... Alguna vez Carlos Amil nos comentó que Tom Waits bordaría el papel de Nick Corey. Quizá, no me cuesta imaginar a Tom Waits dando vida a un tipo taimado bajo la máscara de un badulaque, puro cálculo tras la fachada de un cateto (me puse a pensar y pensé, pensé y luego pensé otro poco; y por fin llegué a una conclusión: no sabía qué mierda hacer, ¿recordáis?); y más de una vez durante estos treinta años ensoñé con actores que pudieran encarnar a Nick Carey (tampoco me convenció Coup de torchon, la adaptación de Tavernier, y eso que tenía su aquel, y la Huppert)... pero Casey Affleck como Lou Ford... Tampoco veo a Winterbottom dando forma a un material como El asesino dentro de mí, de la que Kubrick dijo que era la historia más escalofriante que había leído sobre una mente deformada por el crimen, y no lo veo por más que sea un director que cambia de registro de película en película y ha rodado más de una al año en veinte años -ninguna me gustó tanto como Wonderland (1999)-. En fin, veremos.
Si tipos como Nick Corey devienen personajes memorables, es porque emergen de una voz inconfundible. Jim Thompson no era un estilista como Hammett o Chandler, nada de eso, poseía una escritura febril en el aquel de abrir en canal la América profunda, destapando el pozo negro de la corrupción en pueblos de mala muerte, sajando con el filo del humor el velo de las apariencias, hasta el punto de alcanzar visos oníricos en un territorio fantasmagórico, que no era otra cosa que el retrato fiel e inesperado de una sociedad enferma. Jim Thompson no sólo escribía novelas negras, no sólo reflejaba en el espejo de la literatura realista el mundo en que vivía, sino que creaba un universo verbal que era su adn de escritor. Una voz que destilaba una experiencia en los límites de la razón, donde apenas quedaban grietas para la esperanza, porque por esas hendiduras en el edificio de lo real lo que asomaba era la verdad, una verdad que aún consevaba las huellas de los abismos de los que la había arrancado. Un cuchillo en la mirada, Una mujer endemoniada, Sólo un asesinato, Libertad condicional, Tierra sucia, Al sur del paraíso... Le bastaban doscientas páginas para demoler las apariencias y poner al desnudo la maquinaria implacable del orden social. A golpes de Underwood.
En las novelas de Jim Thompson oímos la voz de un escritor que vagabundeó por todo tipo trabajos eventuales, ingresó en el Partido Comunista en Oklahoma en 1936 (más que nada porque con los comunistas de allí tenía temas interesantes de conversación), que escribió, bebió y fornicó a destajo (su mujer le obligó a hacerse una vasectomía), hasta que arruinó la salud y acabó en la miseria, y, lo que es peor, incapaz de escribir una línea. Entonces un amigo suyo, productor de Adiós, muñeca (Dick Richards, 1975) -la adaptación de la novela de Chandler- le dio un pequeño papel en la película -Mr. Grayle, el esposo de la mujer que interpreta Charlotte Rampling-. No era su primer trabajo en el cine, en 1955 había interrumpido la producción novelística para escribir, gracias a la mediación del productor James B. Harris, el guión de Atraco perfecto con Kubrick, y repetirán dos años después en Senderos de gloria. Jim Thompson murió el 7 de abril de 1977. En cada novela podemos rastrear retales de su biografía, especialmente en El trueno, Aquí y ahora, y En bruto; y personajes como Nick Corey o Lou Ford tienen rasgos de su propio padre, un sheriff de Cado County en Oklahoma, y de otro al que conoció en su errancia tejana.
Hay 32 maneras de escribir una historia, y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama y es que las cosas nunca son lo que parecen, dijo alguna vez Jim Thompson. Esa trama única nutrió una de las corrientes realistas más fecundas de la literatura del siglo XX de la que él fue un maestro: la novela negra, black, noir.
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