Un cuadro.
Una película.
Una canción.
Emmenez-moi
Vers les docks où le poids et l'ennui/ me courbent le dos,/ ils arrivent le ventre alourdi/ de fruits les bateaux// Ils viennent du bout du monde/ apportant avec eux des idées vagabondes/ aux reflets de ciels bleus/ des mirages// Traînant un parfum poivré/ De pays inconnus/ Et d'éternels étés/ Où l'on vit presque nus/ Sur les plages/ Moi qui n'ai connu toute ma vie/ Que le ciel du nord/ J'aimerais débarbouiller ce gris/ En virant de bord// Emmenez-moi au bout de la terre/ Emmenez-moi au pays des merveilles/Il me semble que la misère/ Serait moins pénible au soleil// Dans les bars à la tombée du jour/ Avec les marins/ Quand on parle de filles et d'amour/ Un verre à la main//Je perds la notion des choses/Et soudain ma pensée/ M'enlève et me dépose/ Un merveilleux été/Sur la grève// Où je vois tendant les bras/ L'amour qui comme un fou/ Court au devant de moi/Et je me pends au cou/ De mon revé// Quand les bars ferment, que les marins/ Rejoignent leur bord/ Moi je rêve encore jusqu'au matin/ Debout sur le port// Emmenez-moi au bout de la terre/ Emmenez-moi au pays des merveilles/ Il me semble que la misère/ Serait moins pénible au soleil// Un beau jour sur un rafiot craquant/ De la coque au pont/ Pour partir je travaillerais dans/ La soute à charbon// Prenant la route qui mène/ A mes rêves d'enfant/ Sur des îles lointaines/ Où rien n'est important/ Que de vivre// Où les filles alanguies/ Vous ravissent le cœur/ En tressant m'a t'on dit/ De ces colliers de fleurs/ Qui enivrent// Je fuirais laissant là mon passé/Sans aucun remords/ Sans bagage et le cœur libéré/
En chantant très fort// Emmenez-moi au bout de la terre/ Emmenez-moi au pays des merveilles/ Il me semble que la misère/ Serait moins pénible au soleil...
(La traducción debe tomarse a título meramente orientativo.)Llevadme
Hacia los muelles donde la pesadez y el aburrimiento/me doblan la espalda/llegan los barcos con el vientre/cargado de frutas//Llegan del fin del mundo/trayendo con ellos ideas vagabundas/reflejos de cielos azules/y de espejismos//Arrastrando un perfume picante/De países desconocidos/Y de eternos veranos/Ahí donde se vive casi desnudos/En las playas/Yo, que solo he conocido toda mi vida/El cielo del norte/Me gustaría limpiar ese gris/Cambiando de bordo//Llevadme al fin del mundo/Llevadme al país de las maravillas/Me parece que la miseria/Es menos dolorosa bajo el sol//En las tardes en los bares/con los marinos/cuando se habla de chicas y de amor/con un vaso en la mano//Yo pierdo la noción de las cosas/y de repente mi pensamiento/me transporta y me trae/un maravilloso verano/sobre la arena//Donde yo tienda los brazos/El amor como un loco/Corre delante de mi/Y yo me cuelgo al cuello/De mi sueño/Cuando los bares cierran, los marinos/vuelven a bordo/Yo sueño aún en la madrugada/De pie en el puerto//Llevadme al fin del mundo/Llevadme al país de las maravillas/Me parece que la miseria/Es menos dolorosa bajo el sol//Un buen día sobre un velero crujiente/del casco al puente/para partir trabajaré en/las bodegas cargando cargón// Tomando la ruta que me lleve/A mis sueños de niño/A islas lejanas/Donde lo único importante/Es vivir// Donde las chicas delicadas/te roban el corazón/Trenzando/Collares de flores/Que embriegan//Huiré dejando mi pasado/Sin ningún remordimiento/Sin equipaje y el corazón liberado/Cantando muy fuerte//Llevadme al fin del mundo/Llevadme al país de las maravillas/Me parece que la miseria/Es menos dolorosa bajo el sol.
Un cuento chino.
Érase una vez un rey del mar que se llamaba el Rey Dragón. Un día, su hija, una princesa del mar, se casó con un hombre de letras. El Rey Dragón, decepcionado por ese matrimonio, encerró a su hija en un palacio. Para salvar a su amada, el hombre de letras imagina la posibilidad de vaciar el agua del mar metiéndola en grandes cacerolas e hirviéndolas hasta evaporar la última gota. Un mago, sabedor de las tribulaciones de la princesa, decide echarle una mano al hombre de letras y por cada grado que aumente la temperatura de la cacerola, aumentará otro grado el agua del mar. Cuando el agua de la cacerola está a punto de hervir, el mar bulle y se convulsiona como atravesado por un tornado de fuego. Los animales marinos se espantan y huyen. Hasta que el reino del mar se queda vacío. Entonces el Rey Dragón permite que la princesa se reúna con el hombre de letras y el mar recobra su estado natural. Desde aquel día, el hombre de letras fue conocido como "el hombre que hirvió el mar".
Un museo.
Un cineasta.
He ahí algunos de los hilos con los que se ha trenzado un hermoso filme que acabamos de ver. Se titula Le voyage du ballon rouge (no sé por qué aquí lo han titulado "El vuelo del globo rojo", en lugar de "el viaje", cuando el viaje constituye un elemento cardinal de la película) del cineasta taiwanés Hou Hsiao-hsien (en adelante HHH).
Una película de 2007 que nació de una invitación del Museo d'Orsay para celebrar el veinte aniversario. Les propusieron a Raúl Ruiz, Jim Jarmush, Olivier Assayas y HHH hacer una película juntos. Olivier Assayas convirtió su proyecto en un largometraje, Las horas del verano.
Y le sugirieron a HHH que hiciera lo mismo; Raúl Ruiz y Jim Jarmusch no llegaron a concretar proyecto alguno. Así que dos de las mejores películas que hemos visto en este último año se las debemos a la iniciativa del Museo d'Orsay. En ambas películas encontramos a Juliette Binoche, probablemente en dos de sus mejores trabajos; desde luego su encarnación de la marionetista Suzanne en Le voyage du ballon rouge, moviéndose entre la histeria y la ternura, entre la crispación y la efusión, entre la pasión y el desencanto, es de lo mejor que le he visto en años.
HHH encontró el alma de su filme en una película de 34', Le ballon rouge (EL globo rojo) de Albert Lamorisse que ganó la Palma de Oro al mejor cortometraje en el festival de Cannes de 1956. La vimos hace unos meses, nos llevó de vuelta a la infancia y nos embargó con un velo de melancolía. Cuenta la historia de un globo que se hace amigo de un niño y conjuga con encanto la fantasía (hay que ver la apoteosis final) y un sentimiento inevitable de pérdida. En definitiva, un bello adiós a la infancia. Ahí empieza el viaje del globo rojo de HHH, el niño que aprendió a contemplar el mundo escondido en las ramas de los árboles, como ésas tras las que se oculta el globo rojo en las primeras imágenes de su película.
Un viaje -el del globo rojo- que representa un verdadero peregrinaje por su propia obra -El maestro de marionetas (1993), por los registros mecánicos de la imagen y sus formas de representación visual (las marionetas, la pintura impresionista, los dispositivos pre-cinematográficos, la fotografía, el cine, los videojuegos, el ordenador, el dvd...), por las filiaciones familiares y culturales, entre el pasado y el presente, entre lo local y lo global, entre un registro documental y una puesta en escena presidida por una inequívoca voluntad de estilo. La conjugación de los distintos niveles podría generar confusión y sin embargo deviene una película no sólo diáfana sino también humilde, despojada de artificiosidad y bendecida por la transparencia.
Y ello sin renunciar a la personal organización del tiempo característica de los filmes de HHH, donde la materia cinematográfica recibe, antes que un desarrollo dramático o narrativo, un tratamiento tonal, como si de una partitura se tratara. HHH trabaja mediante acordes visuales en las que hayamos, gracias al trabajo de su director de fotografía habitual Pin Bing Lee, las manchas, los colores, las luces de los impresionistas; cultiva las reminiscencias, los ecos y las resonancias entre las escenas, preservando la integridad del tiempo dentro de cada una, privilegiando el plano-secuencia, pero sin renunciar a esculpir ese tiempo mediante la conjugación de ritmos y formas, una escultura que se convierte en un elaborado montaje interno. Como ese plano-secuencia de ocho minutos que empieza con la llegada del afinador de pianos ciego, continúa con la conversación telefónica entre Simon, el hijo de la marionetista, y su hermana, la llegada de su madre, crispada por una violenta discusión con el vecino, el trabajo del afinador, la conversación de Suzanne con su hija y, al fin, el encuentro madre-hijo que transita desde la tensión contenida hasta el alivio del abrazo, con la discreta presencia -silenciosa- de Song, la estudiante de cine china que cuida de Simon -la mirada vicaria de HHH en el filme-. Es precisamente la película que rueda Song con el hijo de la marionetista, como homenaje al filme de Lamorisse, la que establece el presente en torno al cual se teje la trama temporal de Le voyage du ballon rouge. Porque el cineasta borra las ruturas temporales, a través de un trabajo de cámara que transita con delicadeza entre el presente y el pasado, y usando el montaje para dotar a la materia-tiempo de toda su fluidez. Como en la escena que mientras Song pasea con Simón vemos a éste con su hermana a la que no ve desde hace tiempo, cuando callejeaban por los bares para jugar al ping-ball y escuchar canciones en los juke-box, en uno de los que ponen el tema de Emmanez-vous en la voz de Charles Aznavour que comienza como una música diegética, pero que nos trae de vuelta al presente para acompañar la crispación de Suzanne, ya como música no diegética, y hablarnos de las ilusiones perdidas, de la desazón que la embarga, del deseo de irse a en uno de esos barcos que traen del fin del mundo/ideas vagabundas/reflejos de cielos azules/espejismos/un perfume picante/de tierras desconocidas de los que habla la canción -el otro viaje del que también habla la película-, un deseo fugaz que debe asaltar su intimidad más de una vez, como cuando la vemos contemplar el paisaje en el pasillo del tren, pero que olvida en cuanto Song y Simon vuelven a casa y encuentran el caos de papeles y archivadores con que Suzanne ha invadido el apartamento, que en el curso de la película deviene un espejo del naugragio vital que tantas veces la abruma, apresada entre esas cuatro paredes y las responsabilidades, un naufragio de la que sólo la vemos liberarse (y redimirse) cuando da vida con su voz -sus voces- a las marionetas durante la preparación del espectáculo en su taller.
HHH sabe a dónde quiere llegar, pero no sabe qué va a suceder por el camino. La película representa un peregrinaje, no sólo formal, sino artesanal. Traza un itineario, pero abierto a los azares de la vida. Se acerca a los espacios y a las personas con precisión, de tal manera que lo documental convive con un férreo control de los elementos compositivos dentro de cada escena. Les cuenta a los actores la situación que sus personajes viven y les anima a encontrar las palabras apropiadas. Dejamos todo preparado para que la escena pueda fluir de modo natural, cuenta HHH. Obviamente ha de huir de la gran ficción para moverse entre la incertidumbre de lo que depara la realidad, pero sólo hasta cierto punto. Se deja llevar por la intuición, pero dentro de unos límites estrictos (treinta días de rodaje). Y consigue momentos de una gran belleza plástica y emocional, como la secuencia que empieza y se cierra en el tren con la postal que Suzanne le regala al maestro de marionetas, una imagen que cifra toda la infancia de la mujer, un instante de viva melancolía, preñado de un sentimiento de pérdida lacerante,magníficamente interpretado por Juliette Binoche. Cada escena rima con otra que le precede y con otra que vendrá, pero encuentra también ecos íntimos en el pasado de los personajes que la viven.
Cada vez más nos decepcionan las grandes ficciones -ya sea en cuanto a la magnitud de la producción, ya sea en cuanto a la pretensión fabuladora- en la misma medida en que encontramos en la películas que humildemente acompañan las vidas minúsculas el amparo (y el consuelo) que buscamos en el cine. Nunca subrayaremos demasiado la sutil captura de las emociones latentes en la cotidianidad de Le voyage du ballon rouge, una película en la que compartimos la vida de unos seres durante el tiempo que dura la película, una película sin clausura -ni nos lo propone ni se lo exigimos-, simplemente nos hemos acercado, a través de la mirada de HHH, a Simon, Suzanne, Song... y, cuando la mirada del niño cierra el bucle poético entre el cuadro de Vallotton y el globo que remite a la película de Lamorisse -y a la película misma que vemos-, nos vamos de su lado, pero se quedan con nosotros en la película de la memoria, con el vívido sentimiento de que ya forman parte de nuestra experiencia. En el tiempo. Porque el tiempo fluye y se expande en los filmes de HHH. Peregrina. Como el globo rojo.
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