17/9/09

La puerca tierra

Llueve. Es el primer día de otoño de este final de verano.

Como tengo que trabajar, cojo el coche y me voy carretera adelante. Pienso -o imagino- mejor. Trato de darle forma a un argumento para una película para televisión, eso que llaman tv-movie. Tenemos un tema, una familia y un título. Menos es nada.


Cada finca de este país, cada pedazo de tierra, esconde una historia secreta, entierra una memoria olvidada.

¿Pero quién va a ocuparse en nuestro mundo de los retales de la puerca tierra que componen el minifundio endémico de Galicia?


Muchos herederos -"terratenientes" a su pesar, por la fuerza de una herencia con visos de baldón- perciben las fincas como una carga -aparejada con la memoria de la miseria inscrita en el adn- de la que costará librarse, tanto que... para qué pasar trabajos. Mejor... olvidarlas.


Por eso hay tantas fincas a monte, pedazos de tierra inculta que ni sus dueños saben por donde caen y ni imaginan los sacrificios, los dolores y las lágrimas que yacen enterrados en ellas para siempre jamás; y cuanto dañó el corazón de los ancestros redimir los foros y conseguir su propiedad.

O Bacelo es uno de esas fincas, de esos pedazos de tierra.
Con su memoria olvidada.
Con su historia secreta.

Enterrada en el tiempo.

John Berger

La idea de O Bacelo partió de Pepe Coira y fue a germinar en ese desertor del arado que es uno, donde había prendido también la lectura de Puerca tierra de John Berger, ese libro que el maestro me puso en las manos hace más de veinte años y que siempre tengo cerca, y una memoria clandestina que descubrimos hace treinta.

En el verano de 1979 yo era concejal en Tui. Me había presentado a las primeras elecciones municipales democráticas (desde la República) en una candidatura independiente (de rojos). Una tarde me acerqué con Ángeles hasta la aldea de Sobredo, en la parroquia de Guillarei y localizamos el baldío que buscábamos, en un cruce de caminos.

El baldío estaba cubierto por un espeso zarzal. Con una pequeña azada y una hoz empezamos a desbrozar la encrucijada. Media hora después descubrimos los primeros restos de piedra, pero que bastaban para adivinar que se trataba de los fragmentos de una escultura.

Sentimos una intensa emoción, era lo que buscábamos, pero éramos un punto escépticos respecto a que aún se conservaran esos restos después de cuarenta y tres años. Lo que teníamos en las manos eran los pedazos del monumento a los mártires de Sobredo destruido por los fascistas aquel verano “de claudias” de 1936, cuando las cunetas de este país (y de tantos países de las Españas) quedaron sembradas de paseados, una interminable cosecha de rojos.

Y allí estábamos Ángeles y yo, acariciando conmovidos los restos de aquel monumento estragado que conmemoraba unos hechos ocurridos en noviembre de 1922 -tres vecinos muertos y dieciséis heridos graves por la Guardia Civil-, durante las movilizaciones agrarias por la abolición de los foros, obra del escultor Camilo Nogueira –padre del conocido político nacionalista- y levantado en tiempos de la 2ª República.

Entonces llega un coche a toda velocidad dejando a su paso una estela polvorienta, frena con brusquedad, derrapando, y baja un tipo con cara de pocos amigos y actitud nada pacífica. El vecino maliciaba que estábamos robando los restos del monumento. Nos costó lo suyo tranquilizarlo y aclararle que nuestra intención era recuperar aquel lugar de memoria.

Media hora después tomábamos unas cervezas en una taberna y el vecino nos contó que era el nieto de uno de los mártires de Sobredo, y que hasta aquel día las zarzas “habían protegido” los restos del monumento. Y aún desconfiaba de que eran llegados los tiempos de descubrirlo, de desenterrar la memoria.

Pasaron los años, el monumento a los mártires de Sobredo se restauró y se celebra un homenaje anual en el aniversario de aquellos hechos trágicos durante la lucha por la propiedad de la tierra de quienes la trabajaban. Una lucha agraria que representa, probablemente, la más grande epopeya civil que vivió este país de labriegos, ya en trance de acabamiento.


En el homenaje a los mártires de Sobredo en el 85 aniversario, en 2007, el profesor Lourenzo Fernández Prieto, un especialista en los estudios sobre el agrarismo, pronunció en su discurso estas palabras (traduzco):

Cuando piséis vuestras propiedades, pensad que esa tierra no la regalaron, sino que lucharon por ella y la conquistaron vuestros abuelos.

O Bacelo quiere contar la historia de uno de esos pedazos de tierra, donde confluyen tantas memorias personales (olvidadas).

Pero no están las productoras ni las televisiones para muchas alegrías (financieras), así que habrá que contar la historia desde el presente, no se trata de hacer una película histórica, sino más bien una invocación a la memoria, no ya histórica, sino íntima; se trata de trazar un acorde, una vibración, una imagen de síntesis entre la tierra y el tiempo.

Y en estas cavilaciones iba yo conduciendo hasta Pontevedra. Pasé por la Michelena (ya sabéis, mi librería favorita) y encontré un libro editado con bastante gusto (y con bastantes fotografías), Listas negras en Hollywood. Radiografía de una persecución, que recoge las aportaciones de un congreso celebrado el año pasado sobre la caza de brujas en el cine americano, un libro muy recomendable para cualquiera al que interese este tema (volverá a esta escuela otro día).

Dalton Trumbo, uno de los guionistas
represaliados durante la caza de brujas
en Hollywood

Me acordé de las listas negras de los falangistas con los candidatos a ser paseados, donde ocupaban un lugar de privilegio lo líderes y militantes de los sindicatos agrarios (anarquistas). Me doy una vuelta por la Librería Paz (mi librería de comics favorita) y encuentro Arrugas de Paco Roca, la novela gráfica editada por Astiberri,


una obra sobre la vejez y el Alzheimer, que encuentra en la narrativa de la banda diseñada el territorio para convertir cada viñeta y cada página en blanco en un espacio revelador de la encrucijada entre la memoria y la identidad, donde el recuerdo de una nube prendida aún de la memoria de un viejo me puso un nudo en la garganta.

Viñetas que introducen el flashback de la nube

Me acordé de mi tía cuya memoria parece anclada en cada pedazo de tierra y en los sacrificios que representó, la viñetas que aún se resisten a perder los contornos del dibujo de la niña que fue.

Entonces comprendí que, en realidad, O Bacelo no es más que una metáfora de la escritura de cualquier guión, que siempre cuenta dos historias, la que aparece reflejada (imágenes, sonidos y diálogos descritos) sobre el papel y la que yace enterrada como la memoria misma de la puerca tierra, pero que aquélla debe revelar en el cuarto oscuro de la intimidad del espectador. Y entonces advertí que las limitaciones obligaban a escribir una película mejor, con mayor capacidad de evocación, cuya parte emergida (visible) hablara por todo un continente sumergido, donde cuaje la resistencia de lo que debe prevalecer en el tiempo, a salvo del olvido. Encomendémonos a Dalton Trumbo y compañía.

Y entonces, cuando volvía a casa, bajo la lluvia, empezaban a cobrar forma las figuras de la memoria que brotaban de la puerca tierra.

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