8/5/09

La pereza


Acabamos de pasar dos horas lentas en la playa del Vilar contemplando las evoluciones de una bandada de mazaricos curlí (Numenius arquata) con sus crías. El mazarico es un ave de litoral de pequeño tamaño, un ejemplar adulto cabe en el nido de una mano, un hueco suficiente para tres crías. Camina a pasitos rápidos y cortos mientras picotea en la arena. Sus huellas son tan leves que la brisa misma las va borrando, como si se tratara de un haiku que perdiera las sílabas a medida que se acerca al último verso. A las crías les gusta jugar junto a las rompientes y vuelan bajo sobre las olas a reunirse con los progenitores cuando se han quedado demasiado rezagados. Caminando por las dunas fui perdiendo las ganas de escribir aquí lo que me había propuesto para hoy. Así que voy a hacerlo antes que se evaporen del todo. Lo confesaré: es de esos temas que me producen una pereza difícilmente superable. Pero creo que algo debe decirse sobre el asunto. Y lo diré.





El gobierno acaba de aprobar un nuevo modelo para la financiación de la RTVE y la consecuencia más visible será el fin de la publicidad a partir de septiembre en los canales de la televisión pública española. "Ha llegado el momento de tomar la decisión de suprimir la publicidad en RTVE", ése fue el titular que despachó la vicepresidenta tras el Consejo de Ministros. Eso significa renunciar a poco menos de 500 millones de euros, algo más de la mitad del presupuesto anual de la cadena. Se supone que mediante una tasa, que acabaremos pagando los contribuyentes de una u otra forma, las televisiones privadas y operadoras de telecomunicaciones aportarán a la televisión pública casi 300 millones. El Estado completará el presupuesto con unos 550. No me salen las cuentas porque, por lo visto, el presupuesto ronda los 1.200 millones. Pero, en fin. La vicepresidenta Fernández de la Vega asegura que se busca "un modelo de radiotelevisión pública mayoritaria, sostenible e independiente".

Pues bien, muy mal. Lo que me gustaría saber es qué televisión van a producir. Dicho de otra forma, qué programas voy a ver. Adelanto dos premisas para que se me entienda. La primera: quiero pagar impuestos para sostener una televisión pública, es más, me gusta pagar para tener una sanidad y educación públicas magníficas (otra cosa es que me parezca lamentable la degradación de la escuela pública, por ejemplo, que a nadie le importa y que a nadie se le ven intenciones de remediar). La segunda, apenas consigo encontrar algo que me interese en la televisión pública española, pondré ejemplos: me gusta Redes, pero no quiero verlo de madrugada, ni puedo (me levanto a la siete de la mañana), menos mal que ahora lo pusieron a las 21h los domingos; echo de menos Negro sobre blanco aunque me irritara Dragó, porque, al menos, se podía escuchar sin prisas a autores que me gustaban como Augusto Monterroso o Méndez Ferrín, pongamos por caso; no me gustó Extravagario, detesto los magacines sobre libros, armados a base de pildoritas -su pildorita de recomendaciones, su pildorita de música, su pildorita de entrevistas...-; no le perdono a Garci que proyectara obras maestras del cine durante años en versión doblada en Qué grande es el cine -por Dios, qué menos que proyectar una vez al mes un filme en versión original subtitulada- y que llevara a gente que no tuviera nada que decir más que vaguedades con excepción de Miguel Marías y ocasionalmente algún otro invitado; veo a veces Versión española, por ejemplo cuando proyectaron La vida mancha y celebraron a continuación un coloquio con Enrique Urbizu, o cuando proyectaron El sur y Víctor Erice le contó a Carlos F. Heredero la parte del filme que no pudo rodar por decisión del "gran" Querejeta; y me entretenía Días de cine de Gasset que ya no existe; me gustan los programas dedicados a mostrar la geografía sentimental o literaria de un escritor, como el que le dedicaron a Andrés Trapiello, ya no recuerdo como se llamaba el programa; me interesaba la serie de Peridis sobre el románico; algún que otro episodio de Un país en la mochila. Y del resto de la televisión pública española, pues nada de nada, no me interesa nadita.

Así que me echo a temblar -es un decir- cuando escucho eso de modelo "mayoritario". Si se trata de una televisión pública mayoritario sólo puede significar que un contribuyente como yo tenga al menos un programa diario que me interese. ¿Es tanto pedir? ¿Y qué me interesa? Pues muchos temas: historia, ciencia, artes, tecnología. Es decir, documentales, ficción, conversaciones (con historiadores, etnógrafos, científicos, escritores, arquitectos...). Hago un inciso: conversaciones, no entrevistas, es decir, me gusta contemplar el espectáculo de la inteligencia, de la puesta en escena de la razón iluminando parcelas del saber. Me gustaría asistir a una larga conversación con Antonio Lobo Antunes o con Andrés Trapiello o con Xosé Luís de Dios o con Xosé Manuel Beiras o con... Con tantos... Ahora bien, si se trata de apoyar el cine quiero que se apoyen filmes con riesgo, que representen una propuesta cultural o que reúnan las más altas exigencias de calidad. Tampoco es necesario que se programen 24 horas de televisión pública, a lo mejor con la mitad es suficiente, pero la mejor televisión. Mayoritario, en resumidas cuentas, debe significar que el modelo de televisión pública va dirigido a muchos públicos diferentes, o sea, con diversidad de intereses. Los míos también, faltaría más, además estoy convencido que no soy yo solo quien así piensa, sería una arrogancia por mi parte imaginarlo.

No hablé de la información. Se supone que le es exigible a la televisión pública el mayor rigor posible en cuanto a la información. Pero informar también es proponer debates. Estoy hablando de debate político. Un debate político que puede establecerse sin necesidad de los políticos, o no necesariamente con ellos. No todos los políticos tienen ideas políticas, la mayoría, por desgracia, lo único que tienen en la cabeza es un mensaje que venderte. Un maestro, un campesino, un filósofo, un impresor, un conductor de autobuses, un librero, un metalúrgico pueden exponer y debatir ideas políticas sobre un determinado tema, no necesitan vender nada, basta que tengan algo que exponer, capacidad de expresarlo con los requerimientos mínimos de sintaxis y prosodia, y voluntad de confrontar ideas civilizadamente, a algo así en Grecia, en la Grecia clásica, le llamaban política. E ilustración.

En definitiva, es de ilustración de lo que estoy hablando cuando hablo de la televisión. La mejor televisión es un herramienta de ilustración de la ciudadanía y, como quería Roberto Rossellini, una escuela del oficio de ser hombre. Este es el gran debate que nuestros políticos no están dispuestos a afrontar. El debate que permita imaginar que otra televisión es posible.

Ahora me acuerdo de aquella escena de una película de Nanni Moretti en la que lo vemos paseando por una habitación mientras escucha al cantidato de la izquierda a la elecciones italianas y ya harto grita: "Por favor, dime algo que sea de izquierdas. Me conformo con una sola cosa de izquierda que digas. Una, por favor".

Muy mal, doña Teresa Fernández de la Vega y gobierno en pleno. ¿Cómo voy a confiar en que otra televisión pública es posible? La verdad, casi empiezo a arrepentirme de no haberme dejado llevar por la pereza.

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