24/5/09
La distancia
El próximo miércoles 27 de mayo se estrena en una sala de los cines Princesa de Madrid Eloxio da distancia, una película de Julio Llamazares y Felipe Vega que abrió el pasado OUFF (Ourense Film Festival), en noviembre de 2008. Se trata de una película documental de 90 minutos sobre unas gentes que habitan un territorio situado en el NE de Galicia que confina con las tierras de Asturias y León, o sea, sobre un paisaje que según Otero Pedrayo invita a experimentar la distancia. Eloxio da distancia representa una invitación a compartir esa experiencia. La experiencia de una escucha. La experiencia de una mirada.
Cinematografías como la gallega o la española -o casi cualquier cinematografía con escasas excepciones (Hollywood, Bollywood, Francia... y poco más)-propician cada cierto tiempo la irrupción de filmes atípicos, flores raras del jardín secreto de un cine inusitado, pongamos por caso El cielo gira (2004) de Mercedes Álvarez, filmes que trascienden la taxonomía documental/ficción -tan poco esclarecedora cuando un filme merece tal nombre- y que reclaman desde su condición insólita un lugar de interlocución sin prejuicios con el espectador. Eloxio da distancia ha encontrado su lugar en la pantalla de una sala de Madrid. No fue fácil. Tampoco será fácil que se prolongue si no encuentra la respuesta de los espectadores. Es más, probablemente la película se la juega el primer día. Si el próximo miércoles 27 el público responde al humilde reclamo de la película, habrá conquistado otro día más. Y así sucesivamente. Es injusto. Pero, lamentablemente, es así.
El paisaje y el cine tienen en común la mirada. Sin la mirada el paisaje sólo sería territorio. Sin la mirada el cine sólo sería un invento óptico para registrar imágenes en movimiento. Una mirada con la que embalsamar el tiempo que pasa. Esperar por el tiempo sin apurarlo, decía Mercedes Álvarez. El respeto por el tiempo del otro, un tiempo que no se puede violentar, la espera como actitud moral, apuntaba José Luís Guerín a propósito de Nanook de Robert Flaherty. Echando mano de las palabras de Gonzalo de Lucas a propósito de Ermanno Olmi (El árbol de los zuecos), un cineasta es como un campesino que siembra las cosas que ama -rostros, paisajes, objetos- y las envuelve en la piel del filme que las mantiene vivas y las preserva de la desaparición, de la muerte. He ahí el cuidado que han puesto Julio Llamazares y Felipe Vega en Eloxio da distancia. Como ese viejo herrero que conjura el fuego en el prólogo de la película, una obra preñada por el suspense de las preguntas primordiales: ¿qué se trae ese herrero entre manos?
El goce en la espera, el deleite en el silencio, la melancolía de los caminos, del viento en los árboles, del fluir del agua, de la niebla y de la nieve. La mirada se remansa en el campesino que siega la hierba, en los pasos en el bosque, en los viajes del cartero y de la veterinaria, en el curso de las cuatro estaciones. Es imposible que no percibamos en la textura fílmica el aroma de una despedida, la sombra inevitable que acecha en los bordes de cada plano, como un fuera de campo lírico y telúrico con un aquel testamentario. Cada mirada -cada plano, cada corte- deletrea un adiós. Contemplamos presencias que resisten, pero de una u otra forma cada momento de la película remite a una lúcida anticipación de la derrota que aguarda en la última revuelta del camino. Por eso tantas veces a lo largo del filme resulta inevitable recordar aquellas palabras de John Berger: "Imaginar que miles de años de cultura campesina no dejan ninguna herencia para el futuro, simplemente porque nunca tomó la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo, como se mantuvo durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo eso es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como quien traza una raya sobre una cuenta saldada".
Eloxio da distancia puede leerse -contemplarse- como una carta desde el futuro, pongamos que dentro de cincuenta o cien años, cuando las presencias con las que convivimos en el filme sean ya huellas de una ausencia, fantasmas o sombras de un mundo desaparecido. Así le gusta imaginarlo a Pepe Coira, uno de sus productores, o mejor, una de las almas del proyecto, que alentó y protegió la libertad de sus autores en todo momento. Cuando aquel futuro presentido llegue, Eloxio da distancia se leerá -y contemplará- en clave de elegía y los espectadores percibirán entonces la orfandad de un tiempo perdido.
Pero hoy podemos disfrutar de una hermosa película en la que late el paso del tiempo con un vívido sentido del lugar, a través de la elocuente caligrafía de luces y sombras, de caminos donde sopla el viento cuando quiere, de la intimidad de la mirada sobre un paisaje que conjuga las cuatro estaciones con los cuatro elementos, punteada con la música del birimbao. Eloxio da distancia: tiempo para pensar, dice uno de los personajes. La distancia.
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