17/2/09

La espera

Acabo de enterarme de que hasta abril o mayo Pre-Textos no publicará Troppo vero, la nueva entrega del Salón de pasos perdidos, los diarios de Andrés Trapiello, o como él los llama, una novela en marcha. Así que uno, para consolarse, ha echado mano de los quince volúmenes anteriores y hojea y relee las páginas que le regalaron tantas horas dichosas –ya tan pocas si se piensa bien- durante estos últimos tres años. Porque no fue hasta hace tres años que leí mi primer Trapiello.


Andrés Trapiello, unos años más joven


En enero de 2006 tuve la feliz ocurrencia de dejarme tentar por un título en la librería Michelena -¿dónde si no?-. La portada reza así:

Andrés Trapiello

Salon de pasos perdidos

7. Una caña que piensa

Y debajo la ilustración: un gato sentado encima de unas páginas manuscritas sobre una mesa con flexo. Un libro de bolsillo editado por Destino. Desde el primer día disfruté con fruición de sus páginas. Digamos que empecé el Salón de pasos perdidos por la mitad. Enseguida percibe uno que se trata de un dietario con voluntad literaria. Desborda el apunte de urgencia, no desdeña el aforismo pero, dando cuenta de los trabajos y los días, nos adentra en la escritura de un yo –o sea, una máscara- empeñado en rescatar del olvido las huellas del tiempo embalsamándolas con una forma novelesca, la novela de un personaje llamado Andrés Trapiello oficiando el aquel de vivir. Las nubes por dentro, Los caballeros del punto fijo, Siete moderno, El fanal hialino o El jardín de la pólvora son algunas de sus estaciones de paso.



En el prólogo de mi primer Trapiello –cada entrega tiene uno en el que desgrana los motivos que fundan el título- confiesa ese yo diarista:

Nos consta a todos que estos libros tampoco tienen muchos lectores, pero algunos de ellos han llegado a creer, con extraña generosidad, que mi vida les incumbía ya algo por el hecho de haberla seguido de cerca, y preguntan al editor cuándo aparecerán nuevas entregas de ellas.

Cómo lo sabes, Andrés. Somos pocos, pero fieles. Ese prólogo data de 1998 y mi edición en bolsillo de 2004. Normalmente, cada entrega se publica con un margen de entre tres y siete años respecto a su escritura, tres la primera –El gato encerrado (1990)-, seis la anterior –La manía (2007)-, y siete la que viene –si finalmente se cumplen los planes editoriales-. Como empecé tarde, tuve que recuperar y leí trece entregas durante 2006 antes de abordar la de ese año La cosa en sí con todo el Salón de pasos perdidos entre pecho y espalda, tan cordial fue la experiencia.



¿Y qué encuentra uno en los diarios de Trapiello? Pues de todo, como en la vida. El elogio de un carpintero (la celebración de los oficios que desaparecen, lo elegíaco que late en toda pérdida, para mi generación no representa un lamento o una queja, sino que constituye una tentativa de conservar –rescatar del olvido- aquello que merece un lugar en la geografía de la memoria, en el mapa de nuestra identidad); aldeanos, yonquis, mendigos, vagabundos, buhoneros y trapisondistas; situaciones hilarantes, tristes, ridículas, gozosas o patéticas; aforismos –más frecuentes en las primera entregas, casi ausentes en las últimas-,

Los horizontes son tristes por naturaleza, con las comisuras hacia abajo.

Todos los farolillos rojos tienen, entre otras incurables nostalgias, la de balancearse en la popa de un junco, en el Río Amarillo.

fragmentos de poética,

Un libro debería ser como una pinza de la ropa, algo que nace perfecto, sin mejora posible, fuera de la retórica, y que una vez abierto tiende a cerrarse sobre el lector, para no soltarlo nunca.

la impresión de un paisaje; los gérmenes, hallazgos o trabajos preparatorios de sus otros libros –La noche de los cuatro caminos (no ficción, la crónica lacerante de unos hechos trágicos en los años de hierro), Los amigos del crimen perfecto (novela policíaca bien armada para disfrutar en las horas encantadas de agosto), Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) (ensayo ecuánime e iluminador), Días y noches (novela, una historia dolorosa y tierna)…-; sus aventuras editoriales (Trieste, La Veleta) y de impresor,


Andrés Trapiello con un ejemplar de París
de José Gutiérrez Solana,
editado por él en La Veleta

sus viajes, sus bolos literarios de charlista y conferenciante, sus catas en librerías de viejo, sus amanecidas invernales de domingo en el Rastro madrileño, sus ansiados días en la casa de Las Viñas, el mecanografiado de los propios diarios en los veranos extremeños; sus amigos, enemigos, conocidos y colegas –siempre con iniciales que pronto aprendemos a reconocer-, su mujer y sus hijos con los que enseguida nos familiarizamos; sus escritores de cabecera –Galdós, Cervantes, Stendhal, Leopardi, Pessoa, Juan R. Jiménez, Tolstoi, Azorín o Machado-; una nota evocadora y elegíaca, por ejemplo ésta a propósito de los cines de pueblo:

Siempre que está de por medio el cine, y sobre todo el cine en una edad heroica de hambre y miseria, las historias que salen son hermosas, porque el cine lo que traía consigo eran sueños y deseos. La densidad amorosa de las salas de cine era incomparable con la de ningún otro lugar, pues los cines eran los únicos lugares, junto con los portales, que los novios encontraban para sobarse y magrearse en total impunidad, y creían que sus vidas, en aquellas postreras filas oscuras, eran continuación de las vidas sublimes de las que eran testigos en la pantalla.

el cuento –de fantasmas- de cada Navidad con que nos despide en las últimas páginas de cada volumen que, por suerte para los lectores, ha ido incrementando el número de páginas, ya no es infrecuente que alcancen las ochocientas y aun las superen. Todo ello enhebrado por una mirada melancólica y un humor cervantino.

Todas las citas anteriores corresponden a Una caña que piensa, el encuentro inesperado e inolvidable con el escritor que uno, sin saberlo, aguardaba al borde de ese camino sinuoso y amojonado por encrucijadas que es la literatura.

Pero quizá sea en La manía, la última entrega del Salón de pasos perdidos, donde encontramos fragmentos que nos acercan al corazón que late en las páginas de estos diarios, de esta novela en marcha que preside, a modo de advertencia en el dintel de la puerta de esta casa de la escritura, esta línea de Fortunata y Jacinta de Galdós: Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela. He aquí esas pistas que conducen a las fuentes de la poética de Trapiello:

Las casas y los libros se hacen con las cosas que uno tiene a mano.

No deberíamos decir jamás de una vida que es aburrida, porque en todo caso si eso ocurre es porque ha sido mal contada.

Se pueden contar todas las vidas, pero las vidas han de valer algo siempre, incluso aunque no valgan nada. En ese caso, ha de poner uno al lado algo que valga algo, para que la balanza se equilibre un poco.

Le gustan a uno los libros en los que pueden contarse todas las cosas, las incumbentes y las que no lo son. ¿Por qué? Porque son aquellos en los que reside el secreto de la vida, los únicos acaso que puedan leerse cuando la gente encuentre el argumento de la novela muy aburrido. Lo único que no aburre ni cansa nunca es la vida, quizá porque no tiene argumento.

Como pudo deducirse, ningún oficio del libro ni género literario le es ajeno a Andrés Trapiello. Faltaba dar cuenta de su condición de poeta, bastará un pequeño poema para apreciar el venero lírico que lo nutre y alienta:


Piedra y suelo

Cada vez que una piedra

se rompe, nunca vuelve

a soldarse.

Así desde el principio

de los tiempos ocurre

y todas son heridas

que no cierran.

Ya sé por qué a menudo

mientras voy paseando

no levanto los ojos

del camino.

No es misantropía. Así las piedras

cada vez más pequeñas

y yo nos consolamos.

(De El volador de cometas, antología poética)


Más de una vez estuve a punto de escribirle una carta a Andrés Trapiello para agradecerle la compañía que me hicieron sus páginas, los desvelos felices, las horas cálidas y, también, el consuelo y el sueño. Por haberme acogido en la casa de sus libros y no haberme echado nunca. Esa carta nunca la escribí, en su defecto sirva esta entrada, por lo menos, para aliviar la espera.

(Addenda de 3 de junio: Pues no, Troppo vero no se ha publicado ni en abril ni en mayo. Para nuestro consuelo, en mayo publicó Los confines (en Destino), una novela hermosa, triste y feliz. Acabo de enterarme de que Troppo vero se publicará en septiembre. Esperemos. Esperamos.)


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