14/2/09

La conversación

Hay una docena de películas que me sé de memoria, plano a plano, diálogos incluidos. Son mi filmoteca íntima. Puedo pasar horas ensimismado mirando por la ventana la Illa de Sálvora o el Con de Agosto, pero, en realidad, viendo alguno de esos filmes, degustando fragmentos, pasando una y otra vez en la moviola de la memoria ésta o aquella secuencia y disfrutarlas con fruición en ese cine imaginario que no cierra nunca.


Una de esas películas es La regla del juego de Jean Renoir. Mañana, 15 de febrero, se cumplen setenta años del comienzo del rodaje. Y anteayer, treinta de la muerte del director. En sus memorias, Mi vida y mis films, Renoir cuenta que el público la consideró un insulto personal y el fracaso lo deprimió tanto que consideró la posibilidad de renunciar al cine o abandonar Francia. Eligió la segunda opción, aunque urgido por una razón mucho más grave: la ocupación nazi.

Pero hay tantas películas de Renoir que me gustan –aunque gustar sea quedarse corto-: El crimen de Mr. Lange, La gran ilusión, Un día de campo, El hombre del sur, El río, La carroza de oro… Claro que La regla del juego representó un descubrimiento inagotable, quizá porque, de la misma forma que hay muchas novelas en la Rayuela de Julio Cortázar, también hay muchos filmes en la película de Renoir. Hay días que uno disfruta la película ligera, otros la sátira inclemente, algunos la melancólica, o el artefacto metafílmico que encierra, o… Es una película que siempre está dispuesta a hablar contigo, a proponerte temas nuevos, a confirmarte en cada nuevo visionado que La regla del juego te ha elegido. Y te exige estar a la altura, porque reclama una conversación entre iguales.



Para amar una película hay que ser un cineasta en potencia; hay que decirse: pero yo, yo habría hecho esto o lo otro; hay que hacer uno mismo las películas, quizás sólo en la imaginación, pero hay que hacerlas, si no, no se es digno de ir al cine.
Así de claro lo expresaba Renoir en una entrevista. Y sus películas, quizá más que las de cualquier otro cineasta, te estimulan para abordar esa confrontación, para montar y remontar el filme en tu cabeza, como el puzzle –rompecabezas, qué apropiado, le llamábamos en nuestra infancia- más apasionante que se haya inventado. Y ninguno más que La regla del juego.


Jean Renoir

No es casual ni gratuito que Jean-Marie Straub definiera a Renoir como el hombre que mejor percibió lo que era el cine. O que, cuando le preguntaron a John Ford qué director le gustaba, respondió que Renoir. Y cuando le insistieron para que concretara qué películas, concluyó que todo Renoir.


El cine de Renoir suspira por las máscaras. Realidad y representación juegan al escondite, naturaleza y teatro se miran en el espejo, el tiempo se disfraza de puesta en escena, el documento y la ficción se miran e intercambian sus papeles. Renoir sabía de sobra que se miente para acceder a la verdad, para encontrar el camino hacia una experiencia de la realidad, que no otra cosa es el cine, o, por lo menos, el cine que más me interesa. Escribo estas líneas y recuerdo aquella semana memorable de julio de 1994, en que Víctor Erice impartió un curso en la Escola de Imaxe e Son de A Coruña titulado precisamente “El cine como experiencia de la realidad”, que se adentraba en los entreveros siempre misteriosos del cine como proceso de conocimiento, de desvelamiento y/o revelación del mundo.


Fotograma de La regla del juego
(Renoir, segundo por la izquierda)

En La regla del juego, Renoir planta la cámara en esa encrucijada de la realidad y la representación para descifrar las máscaras de la condición humana, cuya opacidad sólo es posible conjurar si le colocamos a la mirada una máquina de visión, la cámara, y la sometemos a “las reglas del juego” de la escritura fílmica. La etimología relampaguea sobre la operación iluminadora del cineasta a través de sus filmes: el teatro es un lugar para ver. Para comprender el mundo, primero hay que saber cómo mirarlo: arquitectura de la mirada, pues. El filme como teatro de la vida. La pantalla como escenario donde advertir, entre las aberturas del telón, un atisbo de verdad, la única verdad a la que podemos aspirar: fugitiva, frágil, furtiva.

El artificio fílmico como revelador de lo verdadero: he ahí la poética de Renoir. Y La regla del juego, su evidencia, su libro de estilo. Una conversación inacabable sobre las herramientas de la mirada. Sobre el cine. Sobre la vida. Sobre las sombras animadas por un incesante proyector de luz invocado por la memoria de una obra cristalina e insondable. La conversación (inacabada).

1 comentario:

  1. hermosas palabras....Casi se te puede escuchar la voz. Y gracias por las imagenes/carteles.

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