El director de Stranger than Paradise, Down By law, Dead Man, Gosth Dog: The Way of the Samurai... Pero fueron las dos primeras de las citadas las que han encontrado su lugar entre (una lista muy larga de) las películas de mi vida. El cartel de Stranger than Paradise (1984) me acompaña desde el día en que la vi, el dueño de los Multicines Norte de Vigo fue incapaz de negármelo, y eso que ya por aquel tiempo empezaba a ser difícil que te dieran los carteles como sucedía años antes, tan convincente debió resultar mi ruego y los elogios a un exhibidor sensible como él que traía tales joyas desconocidas a estos finisterres. Hace 25 años.
Imaginaos una película en B/N, hecha con un plano por cada escena -la mayoría fijos, algunos resueltos mediante un travelling lateral- y entre escena y escena un fundido negro; pocos diálogos, muchos silencios, tiempos muertos (tan vivos), melancolía y belleza desolada; tres personajes, tres geografías -Nueva York, Cleveland, Florida-, tres partes: 67 planos, 89 minutos, 110.000 dólares. Ganó la Cámara de Oro en Cannes y ese premio le facilitó una distribución internacional, y que llegara a Vigo, sin ir más lejos.
Jim Jarmusch ya había realizado Permanent Vacation (1980), una película de 75 minutos, en color, por 12.000 dólares. También con Tom DiCillo como director de fotografía. Y había sido asistente de Nicholas Ray cuando hizo con Wim Wenders Relámpago sobre el agua (1980). En el Nueva York de mediados de los setenta tocaba en una banda de rock, eran los tiempos de los Ramones, Talking Heads, Blondie, Patti Smith o Mink DeVille, que nutrían la escena musical del Lower East Side. Y había pasado un tiempo en París por estudios, pero que se los pasó metido en la Cinemateca viendo películas americanas, japonesas, chinas, hindúes, francesas... Y fue allí, en el templo de Henri Langlois, donde tomó conciencia -son sus palabras- de la diversidad, de la belleza y de la inmensidad del cine. Jim Jarmush pertenece a esa generación de cineastas independientes americanos que empiezan a hacer cine a finales de los setenta y principios de los ochenta, como Amos Poe o Hal Hartley, y que fue bautizada en su momento como "los nietos de Nicholas Ray".
Unos años después de haberse conocido en Relámpago sobre el agua, Wenders, al que le había gustado Permanent Vacation, le ofreció a Jarmusch la película que le había sobrado del rodaje de El estado de las cosas (1982), unos cincuenta minutos. Pensando en esos metros de película, Jarmusch escribió un argumento para media hora y lo rodó, fue el primer tercio de Stranger than Paradise. Luego consiguió algo más de financiación y siguió rodando hasta terminar la película. En palabras de Jarmusch representó una lección muy oportuna porque ese filme lo escribió pensando en el material con que contaba y eso se refleja en el estilo de la película, por pura necesidad cada escena se correspondía con un plano y, mientras montaba el primer tercio en su apartamento del Lower East Side en una moviola vertical, escribía la continuación de Stranger...
Digamos que la segunda película de Jarmusch representa una perfecta adecuación entre forma y recursos materiales que cuaja en una obra muy hermosa de estilo minimalista, pero, además, destilaba un humor lacónico y una ironía sutil que desprendían las presencias inéditas de John Lurie, Richard Edson y Eszter Balint; entonces cómo no rendirse cautivados ante una película que conjuga con tal grado de coherencia tales ingredientes. Cómo no celebrar el descubrimiento de un cineasta que necesitaba tan poco para darnos tanto a partir de elipsis y silencios, o sea, de cine.
Pero la película que hemos vuelto a ver ha sido Down by Law (1986), quizá la más bella, tierna y gozosa de todas las películas de Jarmusch. Ver esa película por primera vez era algo muy parecido a la felicidad. Cada vez que volvemos a verlo es un regalo, como quien te lleva de viaje al mundo que te propone un filme realizado en estado de gracia por todos y cada uno de los que contribuyeron a su realización. No sólo es una pequeña gran película sino una obra ejemplar, es decir, para poner como ejemplo. O sea, que debía ser estudiada con detenimiento en las escuelas de cine. Eso sí, en escuelas de cine con proyección de cine o que tengan cerca una filmoteca donde la puedan proyectar en perfectas condiciones. ¿Por qué no se tiene en cuenta algo tan evidente? Será porque ya han llegado los tiempos en que bastaría con señalar lo evidente para que el mundo saltara hecho pedazos. Es un decir. Cuando trabajaba en la EIS de A Coruña en los noventa, la mayoría de los profesores y de los alumnos, tras las clases nos reencontrábamos en el CGAI, la Filmoteca, y prolongábamos la escuela en los bares o por las calles tras la proyección de la película que fuera, de Tarkovski, Kurosawa, John Ford, Fritz Lang o Godard. El cine, y sobre todo el gran cine, no es el mismo cine fuera del cine. La televisión viene siendo como ver a Rembrandt en reproducciones, sirve para recordar, pero no para ver. En fin, disculpad la digresión que cierro ahora mismito. Ya.
Vuelvo a Down by Law. En sus ingredientes se parece mucho a Stranger than Paradise. Tres personajes -Jack (John Lurie), Zack (Tom Waits) y Bob (Roberto Benigni)-, tres geografías -Nueva Orleans, la prisión, los pantanos de Louisiana-, tres partes. Economía de planificación, elipsis, silencios. Un equipo reducido de 25 personas -entre ellas, la futura cineasta Claire Denis como ayudante de dirección-, un guión abierto a las aportaciones del equipo y los actores, una idea precisa. Respecto a Stranger... una incorporación significativa, la del director de fotografía que ya ha visitado esta escuela, el gran Robby Müller.
Cuenta el director de fotografía que cuando se reunió con Jarmusch tras haber leído el guión, el director, por supuesto ni se le ocurrió decirle qué fotografía quería, le bastó con decirle dos palabras para que entendiera qué filme quería hacer: "Mira, Robby, esta película es un cuentecito". Un cuentecito, eso es Down by Law, un cuento de hadas en un mundo aciago, como todos los cuentos de hadas. Pero Robby Müller admiraba Stranger..., y se extrañaba de que Jarmusch lo hubiera elegido en vez de seguir con DiCillo, así de entrañable es Robby, pero el director de fotografía de las películas anteriores de Jarmusch quería seguir su propio camino dirigiendo películas. Y la verdad, era muy bueno DiCillo, pero uno siente debilidad, ya lo sabéis, por Robby Müller. En fin, que Robby Müller fotografió la película de un cuentecito, pero un cuento de hadas de Jarmusch, como si hubiera trabajado desde siempre con él, y volverán a trabajar juntos en Mistery Train, Dead Man y Ghost Dog...
A los que habíamos visto Stranger, el comienzo de Down by Law nos resultaba familiar, puro Jarmusch: una sucesión de travellings laterales -el lateral es el más bello de los travellings- hacia la izquierda, por Nueva Orleans y preservando el mismo ángulo de cámara, nos lleva hasta Jack, la mujer que lo acompaña abre los ojos y la música se reactiva; una sucesión de travellings laterales hacia la derecha nos lleva hasta Zack, la mujer que lo acompaña (interpretada por Ellen Barkin), abre los ojos y la música se reactiva... Desde el primer momento se establece un juego de correspondencias, rimas y simetrías que dotan a la película de un rendimiento significativo a base de los mínimos elementos de puro lenguaje fílmico. El tratamiento sonoro -música de John Lurie y efectos- recuerda el espesor significante de Rumble fish (1983) de Coppola y la fotografía en B/N no puede sino recordar la obra de Robby Müller en Paris-Texas, pero también el filme anterior de Jarmusch. Así que todo nos recordaba algo pero no era más que un peldaño para acceder a un territorio que nunca habíamos hollado hasta esta película. ¿Hace falta señalar que se trataba del territorio Jarmusch? Podríamos decir que Down by law nos entregaba el mapa para interpretar el código genético de un cineasta, culminaba la obra pasada y cifraba su obra futura
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Down by Law cuenta la historia de tres personajes y lo que sucede cuando se encuentran. Jack es un proxeneta que sólo vive soñando con el futuro, unos planos que acaban estragando el presente porque, entre otras cosas, le impide ver la mierda de vida que lleva, y eso que la chica con la que vive lo tiene claro: EEUU es como una olla y cuando hierve la porquería sale a la superficie rápidamente. Zack es un disc-jockey radiofónico que sólo vive en el presente, es incapaz de cualquier plan, o sea, de cualquier compromiso. Bob es un inmigrante italiano que vive en el presente, aprende inglés y apunta las nuevas palabras y expresiones en una libreta que guarda como un tesoro, pero que negocia su lugar en el mundo echando mano del pasado -la memoria familiar-, de los poetas -Whitman, Frost ("Se alejaba tu camino en el bosque/ y yo cogí mi compás/ y ésa fue toda la diferencia")- leídos en italiano y las viejas películas americanas que vio en Italia. Y la película nos muestra cómo el pequeño, frágil y casi insignificante Bob es el único que está equipado -emocionalmente- para sobrevivir en un territorio hostil. Baste recordar ese momento magnífico en que dibuja una ventana en la celda de la prisión -"Es una locura estar en la cárcel, así que hay que hacer una ventana, una linda ventana"- y empieza a jugar con las expresiones en inglés de la palabra "window", un juego lingüístico que resultará clave en el plan de fuga. La primera frase que le escuchamos a Bob -el mejor papel que haya interpretado nunca Benigni- en la película es toda una declaración de principios: "Es un mundo triste y hermoso". Sí, estaba pensando en Bob cuando empecé a cerrar con esa penúltima frase la entrada que le dediqué a la primera película de Nicholas Ray, el abuelo cinematográfico de Jarmusch. Y a Bob le debía gustar mucho este poema de Robert Frost, Familiarizado con la noche:
He sido uno de esos que saben qué es la noche.
He salido bajo la lluvia; y bajo la lluvia he vuelto.
He ido más allá de la luz más lejana de la ciudad.
Mi vista ha descendido por el más triste callejón.
He pasado al lado del sereno que hacía su ronda.
Y he bajado la vista, sin ganas de explicar.
Me he quedado quieto, deteniendo el ruido de los pasos,
Cuando de lejos un grito sofocado
Llegaba, sobre las casas, desde la otra calle,
Pero no para hacerme volver ni para decirme adiós;
Y aún más lejos, a una fantástica altura
Un reloj luminoso contra el firmamento
Proclamaba que el tiempo no era bueno ni malo.
He sido uno de esos que saben qué es la noche.
Y qué decir de la exaltación que nos embargó cuando estábamos viendo la película por primera vez y Jarmusch elide la fuga. Unos presos se evaden de la prisión y una elipsis nos ahorra la mecánica de una secuencia mil veces transitada, es como si nos dijera ¿a que podemos prescindir de una evasión milagrosa y quedarnos con los efectos del milagro? Cómo no, Jim, ahórrate la fuga. Y seguimos adelante, porque lo que nos importa es lo que les va a acontecer a esos tres seres perdidos, porque esta película no es un thriller carcelario. Esta película, faltaría más, es una película de Jarmusch, un cineasta con todas las letras. Esta película -¿no había quedado claro?- es un cuentecito de hadas y el cine mismo es el hada madrina.
Jim Jarmusch y Tom Waits
Ha contado Robby Müller que cuando quiere recordarse la excelencia en el cine evoca el rodaje de Down by Law. No me extraña. Y eso que sólo se trata de un cuentecito. Pero ¿necesitamos algo más para seguir adelante en el laberinto del mundo? Eso sí, conviene elegir bien el cuentecito. Un cuentecito como Down by Law que nos recuerda el valor de los dones primordiales de la imaginación, la poesía y la risa. Y del cine.
¡Qué ganas de ver pelis entran leyendo tus entradas! Y qué poco tiempo tengo. Gracias una vez más.
ResponderEliminar¡Qué poema!
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