Basta leer ese estupendo libro de la Duras, Escribir, en particular esas páginas dedicadas a la muerte de una mosca, para comprender que basta mirar con la suficiente atención aquello que antes considerábamos irrelevante para que cobre visos de una revelación:
Con frecuencia me quedo así, sola, en esos lugares tranquilos y vacíos. Mucho rato. Y fue en aquel silencio, aquel día, cuando de repente, en la pared, muy cerca de mí, vi y oí los últimos minutos de la vida de una mosca común. Me senté en el suelo para no asustarla. Me quedé quieta. Estaba sola con ella en toda la extensión de la casa. Nunca hasta entonces había pensado en las moscas, excepto para maldecirlas, seguramente. Como usted. Fui educada como usted en el horror hacia esa calamidad universal, que producía la peste y el cólera. Me acerqué para verla morir. La mosca quería escapar del muro en el que corría el riesgo de quedar prisionera de la arena y del cemento que se depositaban en dicha pared debido a la humedad del jardín. Observé cómo moría una mosca semejante. Fue largo. Se debatía contra la muerte. Duró entre diez y quince minutos y luego se acabó. La vida debió acabar. Me quedé para seguir mirando. La mosca quedó contra la pared como la había visto, como pegada a ella. Me equivocaba: la mosca seguía viva. Seguí allí mirándola, con la esperanza de que volviera a esperar, a vivir. Mi presencia hacía más atroz esa muerte. Lo sabía y me quedé. Para ver. Ver como esa muerte invadiría progresivamente a la mosca. Y también para intentar ver de dónde surgía esa muerte. Del exterior, o del espesor de la pared, o del suelo. De qué noche llegaba, de la tierra o del cielo, de los bosques cercanos, o de una nada aún innombrable, quizá muy próxima, quizá de mí, que intentaba seguir los recorridos de la mosca a punto de pasar a la eternidad. Ya no sé el final. Seguramente la mosca, al final de sus fuerzas, cayó. Las patas se despegaron de la pared. Y cayó de la pared. No sé nada más, salvo que me fui de allí. Me dije: "Te estás volviendo loca". Y me fui de allí.
Por eso hoy me sorprendió que Elvira Lindo en su artículo de los domingos en El País llamara la atención sobre un ensayo de un tal Dennis Dutton, no lo conozco pero por lo visto es el editor de una web mundialmente popular -Arts & Letter Daily-, autor de un ensayo que debería representar una cura de humildad para los escritores que se creen creadores de un argumento original, porque míster Dutton ha dejado negro sobre blanco que sólo hay siete argumentos posibles en literatura (se supone que también en cine): la lucha contra el monstruo; de los harapos a la riqueza; el héroe que viaja para salvar a su patria y conseguir el amor de la princesa; el viaje a un lugar extraño y el regreso a casa; la comedia, donde reina la confusión hasta que todo encuentra su orden; la tragedia, donde el ser humano se extralimita y ha de enfrentarse a terribles consecuencias, y el renacimiento que tiene lugar tras un traumático aprendizaje. Cito a Elvira Lindo que supongo que cita a Dutton. Y no digo yo que no estén bien traídos los argumentos que condensan la "creatividad" literaria que en el mundo ha sido. Lo curioso es que hubiera que esperar a Dutton, porque mira que es viejo el asunto. Porque mira que se han barajado respuestas a la cuestión de cuántas tramas hay: 79 decía Kipling, 36 aseguraba Carlo Gozzi,
2 o 3 pensaba Willa Cather -sólo existen dos o tres relatos que atañen a la naturaleza humana, y siguen repitiéndose una y otra vez como si nunca hubieran sucedido-, 2 concluía Aristóteles -tragedias y comedias-, 2 sentenciaba Queneau -ilíadas u odiseas-, o 20 como señalan otros teóricos.
Raymond Queneau, fotomatón c. 1928
Nada original, míster Dutton (y señora Lindo). En fin, habas contadas. Aunque bienvenidos al desprestigio de la originalidad (y la creatividad). En último término, como decía H. L. Mencken, no hay temas aburridos, sólo escritores aburridos. Aunque todo esto sobre. Todo depende de cómo se cuenta. Porque el cómo es el qué.
Y todo esto me llevó de vuelta a la película que vimos ayer, Tres monos (2008) de Nuri Bilge Ceylan. Si despojamos el filme del cómo, nos quedamos con un qué trillado, un melodrama incandescente de quiebras familiares; pero sin el cómo no sería Tres monos, no sería una película de Bilge Ceylan.
Un filme de planos largos, sostenidos, compuestos con una belleza asentada en el rigor de la puesta en escena. Planos donde crepitan los elementos sonoros que preñan de tensa crispación las presencias de unos personajes lacónicos, que deambulan lentos en el sofoco del verano turco; elementos sonoros que irrumpen en el plano antes de que la imagen los actualice, como un presagio fatal.
Planos donde la naturaleza parece corresponderse con las pasiones de los personajes, como ese gran plano general donde el amante quiere que ella deje de acosarlo y la amante se resiste a ser abandonada, como figuras empequeñecidas bajo un cielo que se va poblando de nubes negras, títeres dominados por pasiones más grandes que ellos mismos; o donde la naturaleza parece escuchar sus plegarias y descarga la lluvia para llorar con ellos.
Tres monos deviene un ejemplo depurado de cómo la forma trabaja el fondo, o de cómo el fondo emerge a través del trabajo de la forma. De cómo la puesta en escena cuaja trabajando la trama o de cómo la trama cobra forma en la puesta en escena. Working plot, que dicen los americanos. Y de cómo no existe el plot si no germina en las formas. En una voz, si se trata de la literatura; en una mirada, si se trata de cine.
Felicidades por tu entrada. Después de leer a Johan Cruyf en el periódico de Cataluña, a Thornton en su blog paso oficialmente a leerte todas tus entradas. Esto lo digo para que tengas la seguridad de que aunque no opinemos, se te escucha con atención.
ResponderEliminarUn abrazo.
El amor y la muerte, ¿no?, poco más. Después, como bien dices, depende de cómo se cuente. El cómo es el qué. Como no.
ResponderEliminarPD: ayer fue un domingo de gloria. Carmen y yo vimos Grn Torino. Maravilla. También tu reseña, que acabo de leer.
Para enmarcar la última foto/fotograma de la chica tumbada en la cama.