Nuestra fórmula es simple. Una historia de amor, tres escenas de horror sugerido y una de violencia. Se acabó. Eso es todo en menos de 70 minutos. Así describía Val Lewton el filme de terror de serie B modelo que se proponía producir en la RKO, a raíz del estreno de La mujer pantera, la película que le servía de carta de presentación del estilo del cine que procuraba. Es la explicación de un artesano que reduce su poética a un trabajo manual perfectamente descriptible, pero no exenta de ironía, como cuando atribuyó su trayectoria en Hollywood a un equivoco: Hace años escribía novelas para ganarme la vida, y cuando la RKO buscaba productores alguien contó que yo había escrito novelas horribles [horrible novels]. Pero entendieron que había escrito novelas de horror y me contrataron.
Val Lewton, a la izda., con Mark Robson en 1945
durante una proyección en la RKO
Este mes se cumplen sesenta años de la muerte de Val Lewton, ya hablé aquí de este productor, pero "lo regreso" como quien vuelve a un templo olvidado donde podemos contemplar algunas obras de un arte tan abandonado como esencial, si no fuera, quizá, por los paisajes espectrales de No quarto da Vanda o Juventude em marcha, los filmes de Pedro Costa rodados en el barrio de Fontainhas en Lisboa, donde resuenan las sombras de los filmes que hicieron mano a mano Val Lewton y Jacques Tourneur. Para definir a Lewton basta mencionar el principio que guiaba su dedicación profesional: una película nunca es demasiado buena para el público; fue un productor que puede considerarse autor de las nueve películas de terror que produjo para la RKO entre 1942 y 1946, tres de ellas obras maestras, como la citada La mujer pantera, Yo anduve con un zombie -una de las más bellas películas que uno haya visto, quizá la cumbre del cine de Lewton- y La maldición de la mujer pantera -más allá del título, una película muy diferente a la que le sirve de referente-. Jacques Tourneur, que dirigió las dos primeras, habló del método de trabajo en la unidad de producción de Val Lewton: De él surgían las ideas para nuestras películas; luego, nos convocaba a los guionistas [DeWitt Bodeen, Curt Siodmak, Ardel Wray...], al montador Mark Robson y a mí, y nos animaba a decir cualquier cosa extraordinaria que se nos ocurriera. Y poco a poco las ideas comenzaban a desarrollarse: es divertido trabajar así. ¡Val Lewton era tan concienzudo!Si la imagen cinematográfica es la presencia, o mejor, la manifestación de una ausencia, cada película de Lewton representa un caso en la declinación de la ausencia como clave poética del terror sugerido. El miedo aflora en lo que no se muestra, en lo que no está allí, en lo que aún no vemos -y quizá no vamos a ver- y de lo que no hemos visto, pero que ya se ha manifestado. ¿Y qué se ha manifestado? Pues la ausencia de lo que nos inspira terror. ¿Y cómo se ha manifestado? Han bastado las ramas de unos árboles o una cortina movidas por el viento en la oscuridad -Traducir el viento invisible por el agua que esculpe a su paso (Bresson)-, o el claror lunar derramándose sobre dos mujeres que transitan por un cañaveral mientras suenan los tambores de un ritual vudú. ¿Y por qué nos aterra esa ausencia? Porque nuestra imaginación ha llenado ese vacío con nuestros propios miedos primordiales.
Fotograma de Yo anduve con un zombie
Si la pantalla del cine se nos presenta como un pasaje a otros mundos, si el cine hace cosas con luces y sombras, y si las imágenes que se mueven en la pantalla no son otra cosa que fantasmas -de una ausencia-, deberemos admitir que en la naturaleza del cine anida una vocación fantástica, o por así decir, lo fantástico se corresponde con el aquel del cine. Si durante la proyección de cualquier película, los fantasmas habitan la pantalla, el cine de Val Lewton no hace otra cosa que echar mano de los poderes míticos del cine para conjugar una poética de las sombras, porque en la oscuridad todo cobra vida, como decía Kirk Douglas, encarnando a Jonathan Shield, un personaje inspirado -en lo que a la vertiente creativa se refiere- en el productor de El hombre leopardo. La sombras de los filmes de Lewton albergan las huellas de lo invisible.
Fotograma de La mujer pantera
Nada mejor que describir un par de escenas para descubrir las claves del cine -de terror- de Val Lewton. La primera corresponde a La mujer pantera dirigida por Jacques Tourneur. Alice camina cerca de Central Park de vuelta a casa. Es de noche. Irena (Simone Simon), vestida con un abrigo negro de piel, la acecha en las sombras. Sólo escuchamos los tacones de Alice que, cada vez más inquieta, aligera el paso y mira a su espalda, pero sólo ve la calle desierta. Escucha un ruido amenazante que la asusta aún más... Entonces entra en campo un autobús y comprendemos que el el ruido que escuchamos correspondía a los frenos y a la puerta al abrirse. El conductor, al ver la cara de Alice, le pregunta si vio un fantasma. Cuando el autobús se va, algo salta al otro lado de un muro. Las ramas de un árbol se mueven. Una pantera y un leopardo se mueven inquietos en sus jaulas del zoo. Un rebaño de ovejas, algunas de ellas muertas. Un travelling por un reguero de sangre nos lleva hasta Irena que, turbada, se limpia la boca con un pañuelo y llama a un taxi.
Fotograma de La maldición de la mujer pantera
El personaje de Irena vuelve a aparecer en La maldición de la mujer pantera, pero aquí transfigurada en un espectro que se manifiesta convocado por la imaginación de Amy, una niña solitaria que se refugia en su mundo de fantasía. Como segundo ejemplo, veamos la escena en que Irena vuelve al mundo de lo invisible. En la habitación de Amy en penumbra, nos desplazamos con un travelling lateral tras un sillón que nos oculta a la mujer cuya figura se recorta en contraluz sobre las cortinas mecidas por el viento. Cuando la cámara nos descubre el resto de la habitación que no veíamos, el fantasma se habrá esfumado y, como en la escena de La mujer pantera en Central Park -ambas películas fueron iluminadas por Nicholas Musuraca-, la invisibilidad queda prendida en el visible movimiento de las cortinas.
Fotograma de Yo anduve con un zombie
Elipsis, fuera de campo, ruidos, sonido off, rastros de lo invisible en lo visible... Metonimias y sinécdoques. Una poética de la sustracción -No se crea agregando, sino suprimiendo (Bresson)- que en un filme como Yo anduve con un zombie -la película preferida de Jacques Tourneur- cobra la forma de una delicada fantasía, casi abstracta, a través de una red de sugerencias movedizas, un tejido de imágenes inciertas e inmateriales por su ingravidez -e iluminadas por J. Roy Hunt-, que borra las fronteras entre la realidad y los sueños, y que transforma este mundo en otro mundo a través de un arte de sombras, ésas con las que Val Lewton hacía cine. Con sombras nada más.
A menudo yo pienso que esa es en realidad la esencia del cine, borrar las fronteras entre la realidad y los sueños...
ResponderEliminarUn beso, Daniel
¡Impresionante, Daniel! :D
ResponderEliminarEs que es así, muchas veces se parte de una idea simple. Por ejemplo, un motivo musical: cuatro notas, las tres primeras se repiten y van a la cuarta, más grave, que en vez de dar la sensación de reposo crea tensión. El motivo que le responde para completar la frase tiene el mismo esquema. Eso es todo. Partiendo de una idea tan simple como esa Beethoven compuso el primer movimiento de la Quinta.
Un abrazo.