4/10/09
El álbum familiar
Por fin hemos visto Aruitemo, aruitemo (2008) la película de Hirokazu Kore-eda que aquí se distribuye con su título inglés, Still Walking, y con el subtítulo español, Caminando. Otra mirada al inevitable universo de la familia -uno de los temas mayores de la literatura, el cine o la pintura-, otra historia de padres e hijos, otra película sí, pero no una película más.
El material al que da forma Kore-eda podría devenir un melodrama desgarrado donde se conjugarían en carne vida celos, pérdidas y rencores, la trama de la vida espesa, turbia, cenagosa de una familia donde se amasa amor, odio y resentimiento, y todo concentrado en dos días, 24 horas alrededor del aniversario de la muerte de un hijo.
Y qué hacen en esos dos días: cocinan, hablan, comen, beben, van al cementerio, dan un paseo. Y en el curso del tiempo de esa cotidianidad aflora el pasado en las tensiones, el malestar, la frustración. Y las huellas invisibles de un fantasma, una sombra que pesa en el encuentro y espesa el aire de la casa familiar hasta volverlo irrespirable.
La maravilla de esa película reside en el tono menor en el que Kore-eda sostiene los hilos del drama, manteniendo la tensión contenida en gestos fugitivos, miradas esquivas y ritos mudos, observando con la distancia exacta un microcosmos de medias palabras, silencios turbadores y memorias sordas (y ensordecedoras).
Kore-eda cuenta que la película nace de un pesar tras las muerte de sus padres con los que utilizó la coartada de las obligaciones laborables para excusar largas ausencias, para evitar visitarlos. Y como Aruitemo, aruitemo nació de un pesar, el cineasta se propuso capturar un momento de vida y envolverlo con las ambigüedades de la memoria familiar. Como las fotos de un álbum. Quería hacer una película en la que reconociera a mi madre. No quería llorar su pérdida, sino volver a reír con ella. Así nació este largometraje.
Y Kore-eda pone todo su cuidado en documentar con delicadeza esa jornada en la que la familia Yokoyama se reúne en el aniversario de la muerte de su hijo mayor: escribe, dirige y monta Aruitemo, aruitemo con exquisito miramiento, unas imágenes primorosas que le debe a Yutaka Yamazaki y una atmósfera sonora creada por Yutaka Tsurumaki y Shuji Ohtake, y el tema de Gontiti que da título al filme. Han pasado quince años desde que lo perdieron mientras salvaba a un niño de morir ahogado. Ryo y Chinami, los hermanos del muerto, acuden con sus respectivas familias al encuentro de los padres.
Pero Ryo no trae sólo a su mujer, una viuda, y el hijo de ésta. Trae también cuentas pendientes del niño que fue, los fracasos del parado que es y la incertidumbre de su condición de padre sobrevenido, él que se abisma en la quiebra de la relación con el suyo. Ryo se convertirá en el eje principal que enhebra un tejido de menciones -aquel día en que encubrió un pequeño hurto de la madre-, alusiones -esa canción que tarareamos en soledad- y omisiones -las alas con que la madre quiere preservar su felicidad- que trama la memoria familiar y que emerge en imágenes aparentemente deshilvanadas, en esa corriente subterránea que compone la trama secreta de la película.
Uno no puede evitar pensar que Aruitemo, aruitemo sería la película que Ozu hubiera rodado hoy día. O dicho de otra forma, cabe imaginar el recuerdo (de Tokio monogatari, el espectro) de Ozu mientras Kore-eda rodaba esta película doméstica que, como en toda película sobre la familia, está habitada por los vivos, los muertos y sus fantasmas. Aquella quiebra que Ozu documentaba en su Cuento de Tokio, se ha consumado aquí, apenas queda un hilo cada vez más frágil entre las generaciones que apenas si mantiene vivo la voz de la madre.
Y tenemos la impresión de que hemos asistido a momentos reveladores en que el dolor asoma en carne viva sin empañar la limpidez de la película, como si en realidad no pasara gran cosa, como si no hubiera gran cosa que contar, apenas una ola de la marea de la memoria que rompe en el presente, apenas una canción popular que trae consigo los vestigios de una secreta aflicción, apenas esa mariposa amarilla que la madre interpela coma la reencarnación de su hijo muerto. El dolor inconsolable y la consoladora crueldad.
Nada sucede en los planos y todo sucede entre los planos, entre las miradas, entre las voces; en lo entredicho, en lo entrevisto, entrelíneas. En las fisuras. En las heridas. En las pérdidas. Donde habitan los espectros. Donde cobra vida el álbum familiar.
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"Quería hacer una película en la que reconociera a mi madre. No quería llorar su pérdida, sino volver a reír con ella. Así nació este largometraje."
ResponderEliminarQué razón más hermosa para hacer una película. Y qué ganas de verla. Gracias otra vez por este blog.